El Hogar De Los Vampiros

LA CURA

¿Cuánto tiempo llevo en este lugar? ¿Hace cuánto se fue Sebastián? Acaso unos minutos, o quizá un par de horas. Metida en este agujero oscuro, ya no tengo noción del tiempo.

"Silvana ¿Cómo llegaste aquí?" me pregunto en la oscuridad, sofocada por la falta de aire y con las piernas entumidas. Con la mente nublada de tantas cosas nuevas. No sólo tengo que lidiar con mi muerte prematura; ahora también, con el hecho que el mundo está poblado de seres oscuros, de vampiros. Que mi mejor amigo es uno de ellos, y lo peor, que se lo guardó todo este tiempo.

Honestamente, no creo poder reclamarle nada, si yo misma me he guardado un secreto que quisiera revelarle; yo he cambiado tras conocerlo, me he vuelto alguien nuevo, pero el crédito no es mío, es él quien ha logrado todo esto sin siquiera intentarlo. ¿Por qué entonces me he guardado esto tantos meses? ¿Por qué me he creído inmune al tiempo? Pude haber muerto en cualquier instante: un auto, una caída, un acto de violencia. Cualquier cosa se pudo haber llevado mi secreto para siempre. Ahora me doy cuenta de la fragilidad de los días.

Entre los dedos de mis pies hay una piedra; la siento, fría y cortante en los bordes. Frente a mí, la pared desnuda. Se me ocurre que puedo dejar un último mensaje a Sebastián, y en cuanto lo decido, un escalofrío me recorre la espalda: lo hago porque sé no voy a sobrevivir a esto. No voy a sobrevivir a este hotel del terror, a esta casa de los vampiros. Sebastián tiene que saber mi secreto. Aunque no sea yo quien se lo diga, Sebastián tiene que entender que yo creí que tenía toda una vida para decir las cosas importantes, y que es ahora ante esta muerte, que se puede presentar de varias formas, que comprendo lo valioso que es traducir los silencios en palabras. Como aquellos silencios cuando me miraba y el mundo se desvanecía. Como aquellos silencios cuando me dejaba en la puerta de mi casa, y yo me quedaba en la acera, porque aún en el frío de la calle había una calidez en su presencia. Como aquel silencio cuando me preguntó si yo daría la vida por alguien. Y yo respondí con la misma pregunta. Y él me respondió con el mismo vacilante silencio.

Tomo la piedra, y escribo algo sobre la pared. La herida que me provocó Antonio arde hasta el hueso, pero tengo que seguir escribiendo. No contengo ni los sollozos ni las palabras. Mi letra es burda, y seguramente inclinada, pero no soporto más secretos. La fricción de la piedra contra la pared es molesta, pero mi llanto cubre el sonido por completo.

He terminado. Espero que algún día Sebastián lea esto.

Por un hueco entra un poco de luz e ilumina la primera línea, que dice:

"Sebastián, tienes que saber que..."

En eso, alguien abre la puerta de mi escondite. Es un vampiro. Pienso que si soy afortunada se tratará de Sebastián. Luego recuerdo que hoy no es precisamente mi día de suerte.

No es Sebastián. Claro que no iba a ser Sebastián. Porque eso hubiera sido demasiada suerte para una mujer enferma rodeada de vampiros. La mujer que me saca de mi agujero me muestra los colmillos en todo su esplendor mientras me arrastra hacia el interior de la habitación.

-Silvana-su boca se tuerce en una mueca burlona-. Siempre supe que no saldrías viva de este lugar.

Esto sí se parece más a mi suerte.

Míralo. Tan enamorado. Tan desesperado. Tan patético. En cualquier caso las tres palabras significan la misma cosa.

Sebastián pudo haber sido grande, el verdugo de los vampiros comunes, la pesadilla de los vampiros puros. Tenía todo para haber sido legendario: la fuerza, la velocidad, la audacia, incluso la sed; si bien es piadoso con los humanos, sus largas temporadas de hambre siempre terminan con un deseo enorme de sangre, que se traduce en actos de violencia contra cualquier desafortunado que se cruce en su camino.

Lo único que siempre le faltó, la única parte que siempre necesitó para convertirse en un cazador nocturno invencible, fue ésta: agallas. Agallas para aceptar su nuevo lugar en el mundo, agallas para reclamar el poder que su fuerza le otorgaba, y sobre todo, agallas para aceptarse como el vampiro que es. Siempre se ha creído especial: un vampiro con emociones. ¡No! Somos fríos, despiadados, víctimas de una jerarquía vampírica y victimarios de un mundo humano. Sobrevivientes de nuestra propia condición. Y cuando la supervivencia es la prioridad no hay lugar para las emociones.

-¿Conoces alguna manera de salvar a Silvana?- me pregunta con la cabeza baja, y adivino un poco de humedad en sus ojos.

-Solamente una: hacerla parte de nuestra familia. Una habitante más de la casa de los vampiros.

-Eso es imposible para los impuros.

Otra de las tantas limitantes conocidas de los impuros: la imposibilidad de engendrar nuevos vampiros. Pero Sebastián olvida que yo soy un cofre de secretos.

-Es imposible, sí, para la mayoría. Pero no para mí-respondo con seguridad.

Abre los ojos.

-Pero nadie puede...

-Nadie sabe, que es un asunto muy distinto. Solamente yo. Y tú podrás aprender si prometes que lo llevarás a cabo.

-¿Llevar a cabo qué?

Saboreo este momento lo más que puedo. Por fin Sebastián me necesita a mí más que lo que yo lo necesito a él.

-La transformación de Silvana. Su cura.

El silencio ahoga los ruidos de la ciudad. Observo a Sebastián. Y por primera vez en mi larga vida, veo emoción y culpabilidad contenida en el mismo rostro.

-¿Recuerdas mi desaparición hace unos años?-digo caminando alrededor de mi oficina.

Mis pasos provocan el único ruido en la habitación, al tiempo que Sebastián produce un inaudible "sí".

Claro que iba a recordarlo. Todos en este lugar lo recuerdan. Saben que me largué por temporadas hace un par de años porque no soportaba sus lloriqueos, sus quejas. Todo el tiempo renegando de este hogar que les había dado, todo el tiempo deseosos de salir y vivir una inmortalidad épica. Una y otra vez les advertí de cuán despiadado era el mundo exterior para los impuros, y ellos mismos lo habían verificado, pero ya habían olvidado los peligros de vivir fuera de mi abrigo. Hablaron de un complot, de una rebelión en mi contra. Hablaron de nombrar a Sebastián el nuevo líder. Y yo me harté de su desprecio, malditos malagradecidos, me harté de todos ellos. Por esa razón me fui.




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