El Hogar De Los Vampiros

MEMORIA

Sebastián caminaba por los pasillos del hotel sumergido en el silencio de siempre. Su presencia se había vuelto tan callada a últimas fechas, que casi se había mimetizado con las paredes, casi era uno con el tapiz; pero entonces, escuchó esa voz, y su rostro le arrebató al pasado una chispa de vida.

La voz había mejorado su técnica al cantar, si bien seguía siendo un tanto titubeante, pero lo más importante era que no había perdido su optimismo frente a la oscuridad que siempre reinaba en el hotel. Esa voz era cercana, era nostalgia, eran notas de lo que había sido y ya no podía ser, más que aquellas veces en las que Sebastián se permitía soñar.

Silvana entonaba una canción sobre un amor acontecido hacía mucho tiempo al tiempo que se colocaba los aretes y se alisaba los pliegues del vestido. Distinguió por la puerta entreabierta la mirada de Sebastián, justo cuando el amante de su canción confesaba su amor inmortal a su amada, pero no pareció importarle, tan usual era verlo asistir a sus conciertos improvisados.

Cruzaron la mirada al tiempo que Silvana narraba en canto la profunda entrega entre los amantes, y otra vez sintió que conocía a Sebastián de otra vida, y que su mera presencia era la calma para cualquier tormenta.

Sebastián se dejó embriagar por la ilusión una vez más; la ilusión de imaginar que Silvana cantaba para que él la encontrara, y no para alguien más.

Una sombra se interpuso entre ambos. Silvana bajó el volumen de su voz hasta hacerlo un murmullo casi inaudible. La sombra, alta, delgada y de mirada fría, se sentó en la cama para arreglarse los puños de la camisa. Silvana procedió a arreglarle el cuello de la camisa, como hacía cada mañana desde que había despertado de aquel misterioso sueño, sin recordar nada, pero con un par de afilados colmillos.

Antonio se levantó de la cama para que Silvana le pusiera la corbata. Había resultado ser un buen hombre con Silvana, quizá porque, finalmente, le recordaba un poco a Isabel, o quizá porque la mujer, en su nueva condición vampírica, había resultado un remedio útil para aliviar la soledad.

Silvana tomó el saco del traje y se lo colocó a Antonio. Silvana siguió el monótono proceso con la mirada penetrando la mirada de Sebastián, hasta que la desvió para quitarle cualquier rastro de polvo en el traje.

Antes, a Sebastián le había resultado casi imposible tolerar la escena, verlos en esa misma rutina, rutina que había soñado para sí mismo. Se imaginaba abalanzándose sobre su hermano, robándole gota a gota toda la vida, en represalia por haber sido él quien había convertido a Silvana en vampiro, obligándola así a tener una conexión emocional con él. Pero luego pensaba en Silvana, y en todo lo que sufriría y todo lo que había sufrido ya, y se daba cuenta que sería incapaz de matar a su propio hermano si era a Antonio a quien Silvana necesitaba, por más extraño que eso sonara.

A veces Sebastián se preguntaba qué hubiera sido si le hubiera confesado todo a Silvana antes de haber sido convertida en vampiro. Quizá ella recordaría algo del pasado que habían tenido, o quizá se sentiría de alguna manera unida a él, o por lo menos entendería porque la buscaba cada mañana, aún si fuera para verla a la distancia.

Pero no bastaba ya todo el arrepentimiento del mundo.

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Antonio y Silvana esperan detrás del mostrador a una pareja. Silvana escucha sus latidos, casi puede sentir su sangre, pero permanece firma tras el mostrador, tal cual hecho después que fue convertida.

La pareja es escoltada por Antonio a una de las habitaciones, pero, antes de irse con ellos, le dedica una sonrisa.

Silvana lo ve perderse entre los pasillos. De los mismos emerge la figura encorvada de Sebastián. Sebastián se detiene frente a ella y la mira. Los segundos pasan, pero no así la fuerza de su mirada. Pareciera como si quisiera decirle algo, pero sobra tiempo y faltan palabras. Así, en un minuto eterno, intenta decirle en silencio las cosas que no dejan de hablar en sus pensamientos.

Ella también lo mira, sin decir una palabra, ajena a su alrededor. Lo mira, y pareciera que logra recordar algo. Entonces, Sebastián acaricia la esperanza una vez más. Quizá, quizá esta vez ella logre recordar, quizá los rumores no sean ciertos, quizá los vampiros como ella si logren recordar su vida pasado y quizá...

Antonio llama a Silvana, y ella desvía la mirada para escucharlo. Cuando vuelve para ver a Sebastián, ya no es la misma. Acomoda unas cosas en el mostrador, y con la mirada gacha, sonríe. Sonríe por Antonio. No por Sebastián.

Silvana no va a recordarlo. No hoy, quizá nunca. Hubo un momento importante, Sebastián lo sabe, hubo un momento para decir todo lo importante, pero ambos dejaron escapar los días cuando la valentía para desnudar el alma era de importancia vital ¿Y ahora? ¿Qué quedaba?

Silencios absurdos, cuerpos separados, corazones vacíos e ilusiones exhalando sus últimos trozos de vida. Y aún así, Sebastián se despierta cada día con la esperanza de que Silvana logre recordarlo, si bien ya no sabe si la esperanza se ha vuelto el remedio de sus días o el verdugo de su vida.

Pero no puede dejarla. Su amor por ella es mayor que el peso muerto de su existencia. Se ha vuelto una sombra, y nada más, pero ella sigue siendo tan resplandeciente como el día en que la vio. A veces ve por la ventana y se imagina viviendo una vida con ella. Ya no se cuestiona si hubiera sido triste o feliz, sólo piensa en haber vivido junto a ella.

Eso es todo lo que queda.

Silvana lo observa fijamente, con una sonrisa misteriosa:

-¿En qué piensas?

Sebastián no responde. ¿Por qué habría de hacerlo? Ya no hay esperanza ni siquiera en las palabras.

¿Qué más quedaba en ese Hotel de Vampiros? ¿En ese hotel de silencios y secretos? Dos personas, como extraños, sintiendo que dejaron ir el momento preciso para decirse todo lo que ahora se ha muerto en sus labios.




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