El viento soplaba con ímpetu a través de las ventanas que se habían abierto por su insistencia durante toda la noche. La sala del comedor estaba hecha un desastre y la cocina parecía víctima de un reciente saqueo. La habitación sin embargo, permanecía en calma al tener las puertas cerradas y ventanas aseguradas. Ella siempre se encargaría de mantener seguro su hogar ante todo.
A pesar del escándalo de la noche, fue el delicado resplandor del sol de la mañana quien se encargó de despertarla. La luz fue revelando cada detalle a su alrededor, incluyendo también el rostro de su amado quien seguía acostado tal y como lo dejó la noche anterior.
—Laia, Laia. ¿Por qué no me llamas? —Se lamentó amargamente— ¿Por qué me castigas así? ¿Fue tan duro el viaje para ti? Recuerdo como cada mañana me despiertas susurrando suavemente mi nombre a mi oído. Laia, Laia… Yo dormía, pero despertaba al oír tu voz. Quería ver tu sonrisa mientras susurrabas mi nombre pero quería más oírte hablar. Sentir tus suaves palabras acariciar mis oídos mientras te imaginaba sonreir. Y eran tus labios los que me distraen de mi imaginación, me convencian de abrir los ojos y verte de verdad.
El golpeteo de las ventanas en la sala fue lo único que le respondió. Ahogando un profundo suspiro entre sus manos, vio a su alrededor. Las ventanas ajustadas con largas estacas dejaban pasar solo los rayos del sol, la puerta trancada con cinco candados apenas dejaba oír lo que pasaba en el exterior.
Fijó su mirada de nuevo en su amado. Seguía recostado. No reaccionaba a sus palabras pero no podía dejar de mirarlo. Recordó aquella vez que paseando por la ciudad tropezó y antes de caer, la recibieron sus fuertes brazos. Se recostó sobre él y lo abrazó a pesar de saber que no la correspondería. Seguía enojado pero no sabía porqué.
— ¿Sigues enojado? Prometo no atormentarte de nuevo con un viaje en bote. Debí remar más fuerte, más rápido. Seguro que lo pasaste mal. Lo siento. Lo siento mucho.
Se levanta al borde de las lágrimas. Sus muestras de afecto no han sido correspondidas y el parece enojado. No le responde, se muestra frío y cruel a pesar de que se ha esforzado en hacerlo feliz.
Abre las ventanas para dejar corretear el viento entre las sábanas. A pesar del sol, el clima sigue fresco por lo que, recordando lo frío de su piel, corre a cubrirlo con sábanas y vuelve a quedarse quieta, mirándolo fijamente.
— ¿Ha engordado? — pensó — ¿Está yendo a comer mientras duermo?
Con su cabeza conjeturando extrañas rutas de escape, abre la puerta sin tener en cuenta los cinco candados que ella misma ha puesto y cuya llave guarda celosamente en el lugar más discreto de su cuerpo. Las grandes vigas que aseguraban las ventanas, caen a sus espaldas empujadas por el viento que descubre una nueva ruta a través de la puerta recientemente abierta y comienza a campar en la habitación.
Las ruinas de una sala destrozada no logran distraerla de sus pensamientos. Su amado se escabulle mientras duerme y le niega la palabra. Su amado está furioso con ella por alguna razón. Tal vez el viaje en bote. Tal vez la casa en medio del mar. Tal vez por aquello que hizo para poder llegar.
Los pedazos de porcelana hieren sus pies descalzos. Ha olvidado ponerse sus sandalias mientras deambula por la casa. Extensas rutas rojas trazan su torpe deambular que acompaña con murmullos ininteligibles de trastornadas conjeturas.
— ¡Ah! Debo limpiar. ¡Debo cocinar! Debo preparar entonces todo un manjar. Que para cuando vuelva a escaparse a mis espaldas encuentre algo por lo que me vuelva a amar.
Tomando una escoba de la pila de útiles de limpieza en la bodega, la zarandea a ciegas por el suelo esparciendo su sangre que embarra todo a su paso. A pesar de lo que se ha propuesto. Sigue conjeturando posibles escapes más lejanos que una aventura silenciosa a la cocina. Tantea la puerta principal buscando evidencias de un escape. Saca enormes vigas de ventanas olvidadas y otras inexistentes que olvidó poner la noche pasada. Arruma los escombros al pasar con su escoba a un costado de su camino y apunta a la cocina con la intención de preparar aquel añorado manjar.
— ¿Qué he de preparar? Tiene que ser algo especial — dice con la mirada perdida en el mesón de la cocina. — Son tantas cosas las que le gustan. No se por cual comenzar. ¿Qué tal … todo a la vez?
Su estómago ruge. La naturaleza le sigue advirtiendo que no ha comido desde que llegaron a la casa y no ha tomado nada de beber. Su piel reseca brilla tan solo por la crema humectante que se aplicó, pero es un engaño que pronto ha de pasar.
Merodea las alacenas y el congelador buscando ingredientes. Ella no sabe que va a preparar, pero los saca todos a la vez.
Corta las verduras junto a la carne a gran velocidad. Tan rápido que corta también su agrietada piel que sangra constante mientras prepara algo de comer.
Editado: 13.09.2018