La noche transcurre pesada. El calor de un día soleado se ha encerrado en la habitación sellada con trancas de madera y candados de acero. Laia por su parte, sofocada por el ambiente y una terrible pesadilla, se revuelve en la cama logrando acertarle algunos golpes a su amado, lo que la termina de despertar.
— ¡Eric! ¡Eric! ¿te he lastimado? Lo siento mucho, perdóname. No te quería lastimar.
Sus lágrimas no dejan de fluir, más al recibir la acostumbrada desatención de su chico y continúa hablando mientras llora.
— Lo siento mucho … Hace calor. Casi no puedo respirar. Tuve una pesadilla ¿sabes? tuve tanto miedo…
Soñé con nuestro último viaje. Si, el viaje con el que llegamos aquí.
Recuerdo la emoción que teníamos. A pesar de lo mucho que te marean los barcos, accediste a venir conmigo. Te conté de la casa en la isla. Una gran casa en una pequeña isla. Totalmente aislada de todos, libre de aquellas que se empeñaban en arrancarte de mi. Libre de rumores. Libre de cualquier cosa que nos pueda separar.
Lo siento, Lo sé, no te conté cómo sería el viaje. Solo accediste al conocer que la primera parte del viaje era en un yate privado. Uno en el que había una fiesta y aprovechaste para disfrutar el ambiente.
Estabas ahí, sentado a la espera de tus bebidas. Bien arreglado y con la mirada en la pista. Esperabas a alguien. tal vez a mi. No, estoy segura que a mi. Tomaste la bebida que te sirvieron y te levantaste decidido hacia una chica que solo pude ver de espaldas.
Su larga cabellera caía sobre sus hombros y llegaba hasta la mitad de su espalda. Su color la hacía casi imperceptible por lo tenue de las luces pero sus movimientos al bailar lo mecían de forma elegante.
Te vi caminar hacia ella y sentí una punzada en mi corazón. No, no vayas allá, no soy yo. Yo estoy acá.
Corrí con todas mis fuerzas tratando de alcanzarte o al menos, alejarte de ella. Pero no pude moverme de mi lugar, mis pies estaban anclados al piso por un manojo de algas que subían por mis tobillos y hacian mas pesado mi cuerpo.
Con lágrimas en mis ojos, solo te vi llegar hasta ella y abrazarla tiernamente. Le diste un beso en la mejilla y susurraste cosas en los oídos. Abrazaste su cintura y muy juntos, comenzasteis a bailar.
Mis rodillas no resistían. Temblaban con debilidad y yo solo quería caer al suelo y llorar, pero no podía, las aguas seguían subiendo y mis articulaciones simplemente no se doblaron más.
Miré hacia mis pies, mi falda no dejaba verlos pero sentía que pesaban mucho y cada vez tienen menos fuerzas. Con desesperación levanté mi falda y vi que estaban cada vez más delgados, mi piel parecía curtida y empezaba a resquebrajarse. los huesos comenzaron a verse entre las grietas que aparecían conforme las algas trepaban por mí.
Pero no me importó, ¿sabes? porque tu estabas alli. Solo pensé en alcanzarte y arrancarte de los brazos de esa intrusa. Tenía que liberarte de su encanto. Tenias que ser mio y solo mio.
La música se ralentizó. Bailaste con esa intrusa aún más pegado, más despacio. Suavemente deslizaste tus manos desde su espalda hasta su cintura y luego a sus muslos. Entonces grité.
La música se detuvo. Todos me miraron. Todos, menos tú. La intrusa, que hasta el momento me había dado la espalda, también se volvió a mirarme y al fin pude ver su rostro.
Era yo, ¿sabes? ¡Yo!
Traté de arrancarte de mis propios brazos y no, no quiero alejarte de mi, jure mantenerme a tu lado hasta la muerte y la muerte comenzó a arrastrarse desde mis pies.
No podía llorar. No podía respirar. Esa a la que abrazabas con tanta pasión era yo, pero yo estaba aquí. mirándome sin poder decir nada más. Los demás que seguían viéndome comenzaron a quemarse. sus carnes se disolvieron y dejaron solo esqueletos sin expresión alguna en sus rostros que en poco tiempo se volvieron polvo. Pero tu no, ni tampoco yo. Esa yo que estaba aferrada a tus brazos.
Las algas continuaron trepando, mi espalda se tensó tanto que pensé que se rompería, mi abdomen se secó, la piel se cayó dejando caer también mis órganos resecos. Solo las algas cubrían mi columna mientras seguían enredándome.
Me sacudí con todas mis fuerzas pero me resigné. Después de todo, era yo la que estaba a tu lado, pero entonces, esa yo, cambió.
Su cabello se tornó rojo, un rojo muy intenso. Su rostro palideció y se lleno de pecas. Se hizo más alta y su ropa más corta. Pero seguía aferrada a ti.
¡Esa no era yo!
No era yo. No era yo. ¡No era yo!
Estiré mis brazos con desesperación, las algas ya casi los habían alcanzado y aún teniéndolos extendidos, los vi podrirse, perder su piel, su carne y ser simples huesos cubiertos de algas. Mi rostro se empezó a podrir y mientras aún podía ver, vi a esa intrusa, a esa usurpadora sonreír y comencé a gritar. Entonces desperté.
Editado: 13.09.2018