En aquel tiempo en que la gente tenía más miedo que nunca, y su imaginación se dejaba llevar por cualquier rumor, había en un prado, lejos de toda civilización, un hombre bestia. Vivía solo, como un animal salvaje, pero era inteligente como un humano. El conocía todos los rumores que decía la gente, todo se lo murmuraba el viento. Escuchaba atento y curioso todos los anhelos, ilusiones y temores tan ajenos a él, ya que tenía todo lo que necesitaba, y no necesitaba más de lo que tenía. Y llego el día que escuchó hablar de la felicidad. Era algo que todos querían y buscaban incansablemente, y parecía que nunca encontraban, ya que cuando no estaban tristes, pasaban recordando el tiempo en que lo estaban, y aunque tuvieran todo, rogaban por tener más. Y el quiso ver esa felicidad, ese tesoro, el mas valioso regalo de la vida, el que hacia que todas las criaturas fueran iguales y olvidaran todos sus problemas. No sabía que era ni la necesitaba, pero la quería conocer. Y empezó a caminar.