El hombre bestia camino bajo un cielo gris, y con un corazón gris. El viento hacía tiempo que callaba. Muy lejos, a través de las montañas se oían voces, pero hablaban de una forma que el hombre bestia jamás había oído. Y camino hacia ellas. Mientras la distancia se acortaba y el tiempo transcurría las voces disminuían. Siguió un poco más, hasta que el silencio regresó. Y allí, desde lo alto de una colina y rodeado de montañas, vio un valle rojo, lleno de cadáveres, tan maltrechos que no se podía decir de que animal eran. "La guerra terminó" dijo el viento. En el centro del valle se veía un humano hincado, mirando al suelo. Su armadura llena de sangre parecía arder con los rayos del sol rojo y moribundo. Y el viento llevó sus palabras: "soy feliz" repetía mientras lloraba. El hombre bestia se alejó rápidamente. Estaba seguro que la felicidad no se encontraba allí. Pensó que lo humanos confundían la felicidad con otra cosa, pero no supo qué. Empezó a llover, mientras el sol desaparecía. Y entre la lluvia se escuchaban las almas de los muertos recientes. Creían seguir vivas y seguían buscando incansablemente la felicidad, pero sufriendo porque estaban solas. El hombre bestia supo que ya jamás encontrarían lo que buscaban, sufriendo por siempre en una tierra que ya no les pertenecía. Con estos pensamientos llego a la orilla de un camino, donde se dispuso a dormir entre la maleza. Unas voces lo despertaron. Parecían humanas, reían fuertemente y cantaban. El hombre bestia escuchó canciones sobre las sirenas, canciones de criaturas hermosas y malvadas, hijas de la tierra y el mar. "No es verdad" dijo el viento. "Son amables, pero saben que no pueden confiar en humanos". Y el hombre bestia soñó con sirenas.