La sirena siguió al hombre bestia dejando atrás su condición, alejándose del mar sabiendo que tal vez nunca regresaría, y caminó junto al hombre bestia. Sus lágrimas se secaban al recorrer los senderos nuevos. Escuchaba las historias del viento, y conocía al mundo. El hombre bestia la guiaba por bosques, montañas, prados, lagos, y veía a lo lejos las villas de los hombres. Ellos hablaban de una estrella muy grande y cercana. La llamaban luna, como aquel dios inexperto que creó a las criaturas oscuras. Les daba temor y desconfianza por que cada vez que aparecía traía destrucción y muerte, con las guerras que ellos creían que desataba, y decían que la gente desaparecía con ella. El hombre bestia creía que la verdadera causa de tales guerras era su ambición desmedida y egoísmo, que los hacía querer tener todo, aunque no lo pudieran ocupar y no permitir que nadie más lo hiciera. El hombre bestia pensó que tal vez esa felicidad sólo era también un rumor, y que su búsqueda ya no tenía sentido, al fin y al cabo había conocido al mundo y su historia, y la felicidad ya no le inquietaba. El tiempo aún le ofrecía vida y la tierra le ofrecía cobijo. Y aquella criatura fantástica que caminaba junto a él se convirtió sin darse cuenta en un ser hermoso, y por primera vez tuvo la necesidad de alguien. Y ese alguien le amaba. Juntos llegaron a una colina alejada de los hombres y construyeron un refugió allí. Y la tierra giró incontables veces.