La sirena lo esperaba en la misma colina donde todos los días contemplaba el horizonte, Y ahora contemplaba las estrellas. Supo del hombre bestia lo que había ocurrido, y su angustia no la dejó dormir, mientras el hombre bestia descansaba como siempre, sin sombras en su corazón. El día brillaba y las flores cantaban el lenguaje del viento. El hombre bestia se disponía a salir, y la sirena miraba a lo lejos, esperando. Y vio a alguien acercarse. Traía un regalo de la luna. Lo dejó y se fue. El hombre bestia no supo qué hacer con esa cosa extraña y la guardó. Y desde entonces llegaban regalos todos los días de la luna. Y todos los días el hombre bestia los guardaba y salía a caminar. Y la sirena cantaba viendo al horizonte canciones de agua triste, sin saber por qué. Un día los regalos dejaron de llegar. El hombre bestia se dio cuenta que no necesitaba nada de esos objetos blancos y extraños, por lo que decidió deshacerse de ellos, y los sacó. Entre el pasto relucían, y entre ellos sin haberse dado cuenta estaba la llave de la felicidad. Y de repente el día se hizo más luminoso, y la luna apareció. Y aquellos objetos rodearon al hombre bestia, convirtiéndose en una barca de marfil, y se alzó al viento con él. Las velas se hinchaban y el barco subía. La sirena corrió hacia él, pero ya estaba fuera de su alcance. El hombre bestia se dio cuenta que ya jamás regresaría, y que nunca la vería otra vez, solo lanzaron su promesa. La sirena regresó al mar, como una sombra, y lloró otra vez. Fue tan grande su dolor que en el transcurso del tiempo se deshizo en llanto, se convirtió en agua fundiéndose con el mar. Esto paso hace tantos años que ya nadie lo recuerda, solo ese mar, que trata de llegar a una luna que brilla como la puerta de la felicidad. Pero nunca la alcanzará.