El hombre de los clavos de hierro
El ruido de un choque se escuchó a kilómetros, durante una lluvia intensa en la carretera fría y desolada de Ámsterdam. Un octubre depresivo, sin mucho bullicio en la ciudad, solo con el sonido de ladridos de perros.
Roos Dekker nunca pensó en la muerte, hasta que la sintió en carne y en dolor puro. En su desgracia, no se había desmayado luego del impacto, siendo testigo del acero caliente degollando sus codos y su ombligo pulsante.
La sangre brotaba de su garganta mientras susurraba.
—Quiero irme, quiero dejar de llorar —decía con los ojos casi cerrados.—En serio, duele, y mucho... ¿Por qué?
Sus intentos de respirar eran rebeldes y en vano; las lágrimas salían ardiendo mientras Roos sentía el pecho tan hundido que solo podía pensar en que no volvería, que no llegaría a ver su casa de nuevo, ni al papel que dejó sin escribir.
—Quiero dejar de llorar, ya, por favor, deja de doler, deja de doler.
Ni siquiera pudo pedir ayuda. Solo quería una cosa: que el dolor desapareciera.
El ruido de los autos se dejó de escuchar y la lluvia cesó, al mismo tiempo que el sonido de unas pisadas gigantes se aproximaba al auto volcado.
—No te mueras, Roos, solo resiste más —dijo la voz de un viejo ronco. —Yo te ayudaré, yo.
El auto explotó en una nube de fuego y humo negro. Entre las llamas, el viejo se abrió paso hasta Roos y lo arrastró lejos del infierno metálico.
El olor a gasolina y carne quemada se fue diluyendo mientras descendían por una alcantarilla, reemplazado gradualmente por la humedad fría de las profundidades. Los sonidos de la superficie se apagaron con cada escalón, hasta que solo quedó el eco de goteras distantes. Cuando Dekker finalmente abrió los ojos, el tormento del accidente se había transformado en el abrazo gélido de un calabozo subterráneo.
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Dekker apareció acostado luego de tanto sueño tortuoso en un calabozo frío, sumamente húmedo. Se puso de pie en cuanto despertó y escuchó las gotas cayendo del techo.
—¿Hola? Eh, no… No entiendo, ¿qué estoy haciendo aquí? —susurró, temblando de frío.
—Escuché algo, ah, ¿hola? —¿Así quieres que responda? —dijo una voz triste en la oscuridad del otro lado del calabozo.
—¿Qué hacemos aquí? —¿Me trajiste del accidente? —dijo agitado, empezando a ver detenidamente la sombra.
—Eres otro, otro además de mí... ¿Debería darte la mano? —dijo la voz triste.
Antes de que siquiera Dekker pueda contestar la pregunta, una ventanilla de piedra se desprendió de la pared trasera y, de ahí, un viejo con los ojos rojos y dilatados empezó a hablar.
—Qué gran sorpresa, muchacho. En ningún momento cuestionaste por qué estabas vivo o, como decías, por qué dejó de doler. ¿Qué no era eso lo que querías?
Dekker, con una expresión exaltada y los ojos perdidos en la ventanilla, apenas tragó saliva y contestó tartamudeando:
—Pues... quería suponer que esto podría ser algún tipo de delirio. No sé, la última vez que estuve cuerdo fue con amigos. Sí, eso creo.
—¿Cómo podría ser esto algo falso? Acaso no es lo suficientemente divino para pensar en que yo soy un ángel que te rescató, ¿no te parece?
Dekker, aún sorprendido, no podía dejar de pensar en algún tipo de secuestro, pero también dudaba si realmente tuvo un choque. No podía pensar con claridad.
—No podría creer en eso, ¿sabes? No soy creyente, e intento darle algún sentido a esto... ¿Por qué me secuestraste? ¿¡Y quién es el hombre enigma que está allá atrás, y por qué me confundes más!?
—Deja de hablar, en esta celda no hay mucho oxígeno cuando está cerrada. —Dekker, molesto y estresado, lo interrumpió.
—¡Cómo puedes decir esto! Eres un desgraciado, ¡Déjame salir! ¡Ahora!
El viejo empezó a reírse cada vez que Roos empezaba a azotar la pared de piedra; cada golpe lo ponía peor. El viejo sarcástico respiró un poco y dijo:
—No, no, ya basta. No te dejaré salir o no lo sé, ya veré qué hago contigo después... No digas ni una palabra más, que yo te tengo aquí no porque te odie o esté demente, solamente te estoy ayudando.
—Aunque claro, tú aún sigues descargando ira tras ira sin saber qué haces. Eso no importa, pero tengo algo muy importante que decirte... Ese hombre con el que estás ahí metido es en realidad un, uhm, no sé cómo describirlo... Pero podría decirse que es un mecanopedozonecrófilo caníbal en serie, uhm, así. Diviértete con ese hombre, adiós, Dekker.
Roos, con todo el peso de la locura y la ansiedad encima, volteó hacia atrás sudando, creyendo todo lo que dijo el hombre.
—¡¡Hijo de perra!! Maldito, pero qué carajos acabas de decir… ¡NO TE VAYAS! HIJO DE PERRA, MIERDA. —gritaba mientras comenzaba a llorar y a orinarse en gran medida.
—¡Eres un demonio! Eres un monstruo, estoy con un hombre incluso peor que tú, y decías que me salvabas... ¿Qué clase de retrasado mental y psicópata me haría esto? Ni siquiera puedo hacer nada.
El hombre en la oscuridad asomó su cabeza, haciéndose ver como alguien con los ojos caídos, sin pelo y desnudo.
—Entonces, ya te dijo ese tipo lo que soy, ¿no? Ah, no quería que te enteraras de esta manera, pero sí, no tengo por qué mentirte, hombre, ¿Dekker, cierto? Fui lo que ese hombre dijo, pero no te preocupes, no quiero hacerte daño. Incluso estoy encadenado de pies y manos; tú, sin embargo, estás libre. Siéntete contento, Dekker, anda.
Roos, sin atención aparente, se pegó a la esquina contraria a la del hombre encadenado y llorando. Dijo:
—No tengo idea de qué intentas; es claro que eres un maldito inhumano, no voy a confiar en ti, ni en nada de lo que me pidas.
—Muy bien, me parece normal que lo pienses, ¿sabes...? Yo tampoco confiaría en mí, soy un demonio... Pero ahora, estoy detenido, sí, al fin —mencionó el hombre mientras se paraba y dejaba ver a la vista algo horrible.
—¿Qué mierda? Oye, ¿por qué no estás muerto? Tienes incrustados en todo tu cuerpo clavos muy gruesos, y todos te atraviesan... ¿Cómo puedes hablarme así? ¿No duele?
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Editado: 24.03.2025