El hombre del bosque

Capítulo 1

El bosque está en total oscuridad. Podía escuchar a los búhos volando y haciendo su característico sonido, a los insectos arrastrándose o caminando por el pasto y las hojas de colores caídas por la llegada del otoño.

Mis puntiagudos pies cortaban todo a su paso por su filo, dejando un punto en la tierra.

Mis dedos también afilados se pasaban por los troncos de los árboles con cuidado de no dañarlos.

Me gusta cuando el bosque está así, sin humanos. Cerré los ojos sin dejar de caminar, conozco este bosque como la palma de mi mano.

Pero un sonido perturbó mi paz. Me detuve tratando de identificarlo, pasaron unos segundos cuando lo volví a oír. Corrí en dirección a el.

Aunque estaba lejos mis largas piernas acortaron el camino en cuestión de segundos. En vez de pequeños agujeros dejaba largas rayas en la tierra con mis pies.

Al llegar me escondí en la oscuridad que me proporciona el bosque. Observando lo que pasaba.

Había un carro estacionado, con el maletero abierto y las luces encendidas, un hombre de piel blanca, alto y flaco peleaba con una mujer de su mismo color y estatura gracias a sus tacones. Él tenía ojos negros, traía una barba de leñador color marrón mientras que en su cabeza no había rastro de cabello, un suéter azul, short y zapatos deportivos. Ella tenía ojos gris, su cabello negro estaba suelto, portaba mucho maquillaje, una franela que dejaba ver demasiado de su busto y una falda más corta que el short del hombre.

Me iba a ir, pero oí el llanto de una niña, la busqué con los ojos encontrándola en el asiento trasero del carro.

—¡Cállate! —gritó el hombre enfurecido, la niña trató de hacer silencio lo más que pudo—. ¡Y tú déjame en paz!

—Sólo te quiero dar a la niña, me va a dañar el negocio y como tu eres su padre deberías aceptarla —le reclamó la mujer.

—¡No quiero a esa mugrosa niña! —señaló a la pequeña—. Mi negocio también se vería afectado si la tengo.

—¡¿En qué sentido?! Vendes droga y yo tengo un putero. A mi me afecta porque se la quieren coger y como no se deja los desgraciados no vuelven. En cambio tú sólo la tendrías que tener en un cuarto y darle comida y agua de vez en cuando.

—¡Ese es el problema, no me quiero ocupar de la mocosa! —se tomó el puente de la nariz con los dedos, tranquilizándose—. ¿Porque no la drogas para que se deje coger? —preguntó, ya más calmado.

—¡No quiero drogar a una niña! —al menos va bien en algo—. Y a demás, no sé inyectar, yo solo inhalo, pero no quiere recibir hace dos días ni la comida ni el agua que le doy porque piensa que la voy a drogar.

—Véndela entonces.

—Nadie la quiere ni para fregar los platos.

—¿No sabe hacer ni eso o qué?

—¡Se hace la que no sabe nada poniéndose como si tuviera retraso mental! Todos a los que se la muestro piensan que está enferma de la cabeza... —se cruzó de brazos con el ceño fruncido.

—Mátala entonces.

—¿Qué? ¡Yo no la voy a matar!

Suspiró cansado. Pasaron unos minutos en silencio hasta que volvió a hablar.

—Bueno —habló en un suspiro—, me la llevaré.

La mujer sonrió complacida.

Bajó a la niña del carro entre empujones y golpes. Más para la niña que para ella.

Pude ver bien a la niña cuando la sacó completamente. Piel blanca con ojos gris, el cabello marrón claro estaba peinado en dos coletas de cada lado y en su frente tenía dos hilos de pelo, una franela blanca con un pantalón holgado beige, estaba descalza.

La mujer la arrastró hasta que quedaron frente al hombre. Empujó a la niña a él quien la agarró de los hombros. Rio.

—Siempre tan estúpida... —guio su mano a su espalda—. Si no lo harás tú, tendré que librarme de ella yo mismo.

Sacó un revólver apuntándole en la cien derecha a la pequeña, miraba a su madre horrorizada.

Ella solo suspiro.

—Está bien, pero que sea rápido y tú ocultas el cuerpo.

La sonrisa del hombre se ensanchó mientras que la mujer solo les dio la espalda para no ver.

Antes de que pudiera jalar el gatillo salí de mi escondite, sus reacciones fueron las mismas de todos los humanos al verme. En su rostro había una mueca de terror y confusión, todos excepto la niña, la cual cuando me vio, sonrió.

El hombre me apuntó con el arma tembloroso, disparó 4 veces al ver que me acercaba a ellos. Las balas se disiparon en el aire antes de que pudieran darme, eso solo hizo que siguiera disparando hasta que se vació el cargador.

Los humanos nunca aprenden.

Los agarré del cuello rápido para que no pudieran escapar. Se sorprendieron al notar que mis frías manos les rodeaba el cuello. Los acerqué a mi rostro asegurándome de que me vieran bien, fundiendo aún más el terror en sus caras.

Los lancé al piso con fuerza para después pasar mis dedos por sus brazos y piernas cortándolas de una pasada, ambos gritaron de dolor.

Agarré las piernas de los dos pero las del hombre las tiré. Su carne estaba enferma.

Me quedé con las de la mujer, abrí mi boca comiéndomelas desde el muslo mientras ellos se desangraban al lado del carro. Sus brazos los tiré incluyendo los de la mujer, ya que los de ella estaban llenos de cortes y cicatrices.

Termine por cortarles la cabeza como siempre, y las metí en el maletero.

La niña estaba dentro de el carro. Me agaché asomándome por a ventana, vi que estaba metiendo cosas en un bolso de color vino tinto.

Toque la ventana tres veces a lo cual se asustó, pero al verme me sonrió bajándola.

—Espérame un momento, no quiero dejar nada de mis cosas aquí.

Asentí sentándome de piernas cruzadas frente a la ventana, viéndola.

—¡Listo! —anunció después de unos minutos, salió del carro del lado en donde estaba y cerró la puerta.

Empecé a caminar con ella siguiéndome cuándo pisé el torso del hombre haciendo que me cayera en el charco de sangre. La niña se rio.

—Ten cuidado —siguió riéndose.

Cerré los ojos tapándome la boca demostrando que también me estaba riendo, ya que no tenía otra forma de hacérselo saber.



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En el texto hay: suspenso, huerfanos, monstruo

Editado: 07.07.2023

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