CAPÍTULO 3
—Salí a tomar aire –respondió finalmente, aunque no sonaba seguro al respecto.
¿Mentía? No tenía forma de saberlo.
—De cualquier modo, no tenemos cómo avisar que estamos aquí –dije, analizando nuestras opciones.
—Tampoco podemos tratar de abrir las puertas por la fuerza, el elevador podría colapsar.
—Tienes razón. Creo que sólo nos queda esperar a Rob.
Lyle parecía confundido de nuevo, pero esta vez no dijo nada.
Su actitud era extraña. Porque si trabajara aquí sabría de la cámara de seguridad del elevador y de Rob. Pero si no trabajaba aquí y realmente lo habían enviado por información, al menos fingiría saber estas cosas para engañarme. Entonces, ¿por qué parecía tan confundido?
—Le dije al guardia de seguridad de la recepción que si no me veía bajar en el décimo piso en 10 minutos, viniera por mí. O llamara al sujeto de mantenimiento –expliqué, pensando en una tercera alternativa.
Quizás sólo nunca se había tomado la molestia de memorizar el nombre del guardia o de ver hacia arriba en el elevador.
—Asumo que ese es Rob –dijo Lyle, luego de unos instantes.
—Sí. ¿De verdad nunca te aprediste su nombre?
—Pues, hasta dónde sabía, el guardia de la recepción era Jimmy. Pero he estado un poco desconcentrado últimamente, quizás Rob es el guardia del otro turno, o quizás reemplazó a Jimmy.
—Pues, nunca conocí a un Jimmy. ¿Oye estás bien? Pareces algo…
—¿Perdido?
—Un poco.
Lyle esbozó una sonrisa.
—Quizás sólo esté cansado –dijo, aflojando un poco el nudo de su corbata–. Míranos. Es víspera de año nuevo y estamos aquí trabajando. A veces me pregunto cuál es el sentido.
Eso me hizo recordar a mi familia. De seguro esperaban que llegara aunque sea a último momento. Ahora sería imposible.
—¿Tenías planes para esta noche, Lyle? Quiero decir, además de trabajar hasta tarde, claro –pregunté, de repente sintiendo curiosidad.
—No, en realidad. Me distancié de mi familia cuando me mudé aquí y no he tenido pareja en tres años.
Sentí calor en mis mejillas de sólo oírlo sacar el tema. Pero quería saber más.
—¿Puedo preguntar por qué? Alguien como tú podría tener a la mujer de su elección, ¿o no?
Lyle pareció contener la risa.
—Gracias. No sabía que me encontrabas tan atractivo.
—¡No dije que lo hiciera! Sabes a qué me refiero –respondí mortificada.
—Lo sé –dijo Lyle con una sonrisa que parecía genuina–. Pero el hecho de que te sonrojaras confirma mi teoría.
Era cierto. Una rápida mirada al espejo en frente de mí, confirmaba sus palabras.
—¿Y a tí te esperaba alguien hoy? –preguntó de repente, por fortuna cambiando el tema.
—Sí, mi familia. Mis padres y hermanos vinieron desde Nevada.
—¿Y qué haces aquí? Debiste decirle a tu jefe que no podrías trabajar hoy.
—No es tan simple. Cuando eres un abogado de renombre, te conviertes en un activo esencial para la firma. Pero sólo soy una secretaria legal. Hay otras cien personas o más, que estarían listas para ocupar mi puesto mañana.
Lyle pareció considerar mis palabras.
—Creo que todos somos reemplazables, de una manera u otra. Sé que varía dependiendo del puesto y otros factores. Pero créeme, si algo me pasara mañana, vaciarían mi oficina antes de fin de mes.
Ese era un pensamiento muy triste en verdad. Y humilde. Me hacía pensar que tal vez Lyle no encajaba con el estereotipo de hombre exitoso al que estaba acostumbrada en esta línea de trabajo.
—Nunca respondiste mi pregunta –dije, armándome de algo de coraje–. ¿Por qué no has salido con nadie en tres años?
Lyle pareció sorprenderse de que me animara a preguntar de nuevo, pero de todos modos respondió.
—Creo que espero encontrar a la mujer indicada. Pero el estar aquí todo el día, lo vuelve más difícil.
—Sé exactamente a qué te refieres.
—¿Tú tampoco sales con nadie?
—Pues no –dije, quitándome los tacones.
Si iba a estar aquí toda la noche, mejor estar cómoda.
—Tenía el novio perfecto, en realidad. Nos gustamos desde la primaria y comenzamos a salir en preparatoria. Luego mantuvimos una relación a distancia, cuando ambos fuimos a universidades distintas. Y contra toda probabilidad, nos fue muy bien.
—¿Cómo sucedió eso? Nunca lo he intentado pero escuché que es casi imposible.
—Es difícil, es cierto. Pero no imposible. Sólo debes saber algunos trucos.
Lyle sonrió de costado.
—Por favor, soy todo oídos –dijo, desabotonándose la chaqueta del traje, para cuidadosamente sentarse en el piso.
Imitándolo, me senté también, estirando un poco mi falda para que no se levantara.