CAPÍTULO 5
Lyle pareció sorprenderse por mis palabras, pero no despegó sus ojos de los míos.
—Me gusta que seas directa, y honesta sobre lo que piensas –dijo, humedeciendo sus labios, probablemente de manera inconsciente–. No mucha gente en mi entorno lo es.
Eso me causó gracia.
—Te mueves entre abogados, Lyle. Si fueran honestos serían pobres.
—Es bueno saber lo que piensas de tus colegas –respondió, conteniendo una sonrisa.
Me agarré la frente.
—Ahora realmente espero que seas un espía de otra firma y no mi jefe.
—¿Esto se consideraría inapropiado si fuera tu jefe? –preguntó, quitando un mechón de cabello de mi rostro, para acomodarlo detrás de mi oreja.
Sus dedos se sentían suaves contra mi piel y no podía apartar la vista de su boca. No quise decirle que la respuesta a su pregunta era sí.
Podría considerarse conducta sexual inapropiada con base en el desequilibrio de poder que existía entre ambos –siendo él mi jefe, y yo su subordinada–. Pero yo no me sentía obligada a nada, más que a seguir mis instintos.
—Nadie lo sabrá por mí, eso te lo aseguro –dije, en caso de que eso fuera lo que lo detenía.
Lyle sonrió pero bajó la mano que aún tocaba la punta de mi cabello.
—Entonces sí sería inapropiado.
¿Me haría decirlo?
—Bueno, ya sabes, el caso Weinstein no le hizo ningún favor a los hombres en tu posición –expliqué con el mejor ejemplo.
—¿El caso de quién? –preguntó Lyle, sonando confundido–. ¿Lo representamos nosotros?
Esto ya era preocupante.
—¿Es enserio, Lyle? ¿Nunca oíste del caso Weinstein? Bueno, como sea. Esto no es lo mismo.
—¿Cómo lo sabría? No sé de qué hablas.
Lo miré sin poder creerlo. Que alguien común y corriente no supiera, podría ser. Pero fue uno de los temas de discusión más populares entre los abogados cuando transcurrió el juicio.
—De acuerdo, no importa. Me refiero a que no me siento coaccionada u hostigada de ninguna manera por tí, ni intimidada por tu posición de poder. Desearía tener mi celular para filmar lo que acabo de declarar.
Lyle se quedó viéndome como si me hubiese salido otra cabeza. Gracias a Dios, pronto pareció hacer las paces con eso y prosiguió.
—¿Entonces puedo besarte? –preguntó, con una sonrisa contenida.
Asentí con la cabeza y fue consentimiento suficiente.
Lyle acercó su rostro al mío y me besó con determinación. Fue suave y despacio al principio, pero ambos parecíamos desesperados por el otro y el beso no tardó en volverse apasionado. Sentí su lengua pedir acceso a mi boca y lo cedí con gusto. Besaba excelente, tanto, que de pronto no parecía suficiente.
Coloqué mis brazos alrededor de su cuello y presioné mi pecho contra el suyo, poniéndole fin a la distancia entre nuestros cuerpos. Él me tomó con fuerza de las caderas, y de alguna manera, terminé sentada sobre sus piernas. Sólo entonces pude sentir que Lyle estaba listo para darme más.
—Vamos a hacerlo, Lyle. Aquí y ahora –supliqué contra su boca.
—El elevador podría desplomarse –argumentó con poca convicción.
No pude evitar una sonrisa.
—¿Tan duro piensas darme? –pregunté, moviendo la atención de mi boca hacia su oreja.
Lyle gruñó en respuesta.
—No juegues conmigo, Jane. ¿De verdad quieres correr el riesgo?
—Definitivamente. Cien por ciento el mejor riesgo que correré en mi vida –dije, comenzando a quitarle la chaqueta del traje.
Lyle respondió levantando mi falda lo mejor que pudo, y ambos comenzamos a desvestir al otro.
Al final, el elevador terminó sacudiéndose bastante, pero no cayó ni un milímetro mientras lo hacíamos –o si lo hizo ni siquiera lo notamos–. Y bendito sea, sus espejos nos brindaron la imagen más erótica de nuestras vidas.
Cuando todo acabó, en lugar de vestirnos rápidamente y sentir crecer la típica tensión que solía experimentarse luego del sexo casual, nos quedamos completamente desnudos y cómodos en los brazos del otro, con nada más que la chaqueta de Lyle bajo nuestros cuerpos, para evitar que el frío del suelo nos alcanzara.
Había sido el mejor sexo de mi vida. Tierno y apasionado al mismo tiempo. Y por la expresión de total entrega y éxtasis que había visto en el rostro de Lyle, supuse que él podría decir lo mismo.
—Quiero hacerlo de nuevo –dijo de repente, cortando el silencio.
—¿Ahora? Sería tentar a la suerte pero si tu quieres…
—No, me refiero a que… me gustas Jane. En verdad me gustas. Y no quisiera que esta fuera la última vez.
Su confesión me tomó por sorpresa. Pero yo había estado pensando lo mismo, sólo que no me atreví a decirlo.
—También me gustas, Lyle. Siento que quedar atrapada en este elevador contigo, no fue tan malo después de todo –dije, acariciando su pecho.