El hombre del elevador

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 7

~Lyle~

Otro año había pasado. ¿Cuántos serían con éste? Por más que intentaba, me era imposible determinarlo. Quizás el estrés del trabajo finalmente me había enloquecido, porque todo era muy confuso últimamente. Me costaba recordar cosas simples, detalles de la vida cotidiana, fechas, nombres, y sobre todo lo que hacía cuando salía del trabajo. Pero si había una cosa que recordaba a la perfección, era aquel 31 de diciembre en que conocí a Jane.

Esa noche, cuando volví por ella, se había ido. Como si nunca hubiese existido. Y lo más extraño era que incluso sus cosas habían desaparecido con ella.

Cuando subí a mi piso, vi que había olvidado la caja que tanto había celado y sus zapatos. Así que esperaba devolvérselos al bajar. Pero de un momento a otro, ya no estaban allí. Y jamás volví a ver a Jane después de eso.

No podía explicar lo sucedido, pero quise encontrar a Jane para decírselo. Lo curioso era que no recordaba buscarla en su piso o en la recepción, sólo recordaba no haberla vuelto a ver esa noche, ni ninguna otra después. Mi mente me jugaba esos trucos a veces.

Pero al día de hoy, no entendía por qué Jane se iría sin mí si parecía emocionada al invitarme a celebrar el año nuevo con ella y su familia. Y yo también lo estaba.

No se lo dije, pero al separarnos esa noche, lo único en lo que podía pensar mientras subía a mi piso, era en que ella era la mujer que había estado buscando. Sabía que aún no conocía todo sobre ella, pero sentía que era la indicada.

En la hora que pasamos juntos, me hizo desear hacer más con mi vida que sólo vivir para la firma. Me hizo querer salir con ella, tener citas, amarla y finalmente formar una familia. ¿Estaba loco por querer hijos con una mujer que acababa de conocer? Quizás. Pero había vivido toda mi vida haciendo lo que era lógico y jamás me había sentido cómo me sentí al tener a Jane aquí conmigo.

Pensaba en estas cosas y en que otro año más se cumpliría sin verla, cuando de repente, las puertas del elevador se abrieron.

—¡Mami, mami! ¡Éste se abiró solito! –dijo una niña pequeña, parada en puntas de pié junto al panel de botones que obviamente no alcanzaba.

Tendría unos 3 o 4 años, cabello castaño, ojos grises y una sonrisa contagiosa.

De pronto me miró y entró al elevador dando un pequeño saltito.

—¡Lyla! ¡No entres ahí! –dijo desde afuera, una voz de mujer que reconocí de inmediato.

La niña se adentró aún más y casi al instante, la madre entró tras ella.

—Te he dicho que no te me escapes así cuando estoy hablando con la gente –la regañó, sin notar mi presencia.

Se veía hermosa como siempre, pero ahora vestía algo más informal que aquella noche y se la veía con una confianza distinta.

—Jane –dije, sin siquiera planearlo.

Su nombre simplemente fluyó de mis labios como si no hubiese pasado quién sabe cuánto tiempo, sin pronunciarlo.

Creí que voltearía de inmediato, sorprendida de volver a verme. Pero al oír mi voz, su cuerpo pareció paralizarse. Se encontraba casi de espaldas a mí, inclinada hacia la niña para tomar su mano y su largo cabello cubría la mayor parte de rostro, impidiéndome verlo incluso en el espejo.

—Señor, ¿usté conoce a mi mami? –preguntó la pequeña, mirándome con interés.

Jane pareció reaccionar a la voz de su hija y se incorporó lentamente. Nuestros ojos se encontraron a través de su reflejo y pude ver en los suyos que los sentimientos que creí ver en ella por mí esa noche, aún seguían allí.

No lo había imaginado. Y debía haber una buena explicación por la cual se fue sin mí ese día y jamás volví a verla.

—La conozco bastante bien –le respondí a la niña, con una sonrisa.

Jane volteó despacio y cuando finalmente nos vimos de frente, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Lyle –dijo, con una voz ahogada.

¿Por qué lucía tan triste? Quería acercarme y envolverla en mis brazos, pero evidentemente ya no tenía derecho a hacerlo. Otro hombre la había convertido en madre y su corazón ahora de seguro le pertenecía a él.

—Mami, este señor se llama como yo –dijo la pequeña, mirándonos a ambos.

De repente, las puertas del elevador se cerraron y la tristeza en el rostro de Jane, rápidamente se convirtió en pánico.

—¡No! –dijo, apresurándose a llegar a ellas.

Intentó abrirlas con desesperación pero era demasiado tarde. El elevador había comenzado a subir.

—Jane, no te preocupes. No ha vuelto a presentar problemas desde aquella noche –dije, tocando gentilmente su hombro para evitar que siguiera luchando.

Un escalofrío pareció recorrer su cuerpo ante el contacto y retiré mi mano de inmediato.

Jane parecía asustada, o al menos en un extraño estado de alerta. Pero quería pensar que tenía que ver con el elevador y no con mi presencia.

—¿Estás seguro de que no fallará esta vez? –preguntó mirándome, y luego mirando a su hija.

—Mi mami le teme a los eladores –dijo la niña, tomando su mano como si quisiera tranquilizarla.




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