CAPÍTULO 8
~Lyle~
Una extraña y lúgubre atmósfera se apoderó entonces del confinado espacio. El aire se tornó húmedo y casi demasiado denso como para respirar, como si una tormenta estuviera a punto de desatarse allí dentro.
Y de cierta forma, lo estaba.
Jane comenzó a hablar y cada una de sus palabras parecía golpearme en el pecho como un mazo que intentaba abrir un hueco en mi interior.
—La noche del 31 de diciembre de 1999… este elevador se desplomó, Lyle. Y tú estabas adentro –dijo, mirándome con una profunda tristeza.
¿Por qué diría eso?
—Jane, ese día ambos estábamos dentro. Es el día en que nos conocimos. El elevador tuvo problemas pero…
—Lyle, sé que para tí fue así. ¿Recuerdas lo que me dijiste del fin del mundo? ¿Sobre que la gente decía que pasaría algo con las computadoras luego de medianoche?
Asentí con la cabeza sin entender aún la relevancia de eso.
—Sabía que esa loca teoría me sonaba familiar y era porque la había oído de muy niña. Lo llamaron el efecto 2000. Básicamente las personas creían que por un error informático, las computadoras colapsarían luego de las 00:00 horas, entrando al año 2000 y podría haber todo tipo de desastres. Pero nunca sucedió.
—Pero no eras pequeña, Jane. Pasamos ese 31 de diciembre aquí.
—Estabas aquí sólo ese día, trabajando en año nuevo. Subías a tu oficina cuando ocurrió el accidente y nunca saliste. Lo siento mucho, Lyle –dijo, con los ojos llenos de lágrimas.
Jane no parecía estar mintiendo, y no tendría motivos para hacerlo. Pero al mismo tiempo, me resultaba imposible creer lo que estaba oyendo.
—No estoy muerto, Jane. Estoy aquí contigo –dije, extendiendo mi mano para tocar su rostro.
Jane pareció sobresaltarse por lo inesperado del gesto, pero luego comenzó a relajarse ante el contacto. Quería besarla, y hubiera dado lo que fuera por tener derecho a hacerlo. Pero ahora había un tal John en su vida, y no quería ponerla en una situación incómoda.
—Deberías bajar, Jane –tu niña te espera–. Dije, a pesar de desear lo opuesto.
Eso pareció renovar la determinación en sus ojos.
—No me iré hasta que entiendas esto y lo aceptes, Lyle.
—¿Aceptar qué, Jane? No entiendo por qué dices lo que dices.
—¡Porque necesitas romper este ciclo, Lyle! ¡Todos los días es la noche de año nuevo para tí! –dijo, sonando desesperada.
—¿Hoy no es 31 de diciembre?
—Bueno… lo es, ¡pero no del año que piensas! Es el 31 de diciembre del año 2024.
Eso sonaba a una locura.
—¡¿2024?! Literalmente me siento como en Volver al futuro. ¿Ya existen autos voladores? –pregunté, conteniendo una sonrisa.
A Jane no pareció causarle gracia.
—De hecho sí, autos voladores, robots e inteligencia artificial –dijo, con total seriedad.
—Jane, ¡eso no es posible!
Entonces sacó de su bolso un extraño aparato. Era similar a un celular pero mucho más plano y delgado, y cuando lo encendió, era todo una sola pantalla.
Apretó algunas cosas en ella, aunque no se veían botones, y un video comenzó a verse. La calidad era increíble. Ni el costoso televisor en mi piso se veía tan bien.
—¿Sabes qué es esto? –preguntó, acercándome el dispositivo.
—Una especie de… celular, supongo. Jane, ¿dónde conseguiste algo así? –pregunté confundido.
—Es un smartphone, y casi todo el mundo tiene uno.
Presionó algo más en su pantalla y lo que parecía una escena sacada de una película de ciencia ficción, comenzó a reproducirse.
—¿Qué es eso? –pregunté completamente confundido en este punto–. Ese automóvil…
—Así es, se maneja sólo.
Luego aparecieron robots, ¡literalmente robots!, moviéndose y hablando con personas.
Esto no podía ser en serio. Pero Jane no aparecería años después sólo para jugarme una broma tan elaborada. Y el aparato en su mano… era real.
—Mucho ha cambiado en 24 años, Lyle. Pero eso no es lo importante. Lo importante…
—Es que entienda que morí –terminé por ella–. Pero aún vengo a trabajar y hablo con la gente, tengo clientes, y tengo un piso en la 5ta avenida al que regreso todas las noches.
—Lyle, ¿en qué caso estás trabajando ahora? ¿Recuerdas el nombre del cliente? –preguntó Jane, volviendo a guardar el aparato en su bolso.
—Actualmente… el cliente… el nombre del cliente es… –balbuceé un buen rato.
¡Demonios! ¿Por qué no podía recordarlo?
—¿Y recuerdas qué cenaste ayer?
—Debí cenar en la oficina. Tengo mucho trabajo esta semana.
—De acuerdo, ¿pero qué cenaste? –insistió.
—Está bien, no lo recuerdo. Pero eso podría ser por estrés.