El hombre del parque

CAPÍTULO 2

Como cada mañana, después de desayunar, Jaime se fue al trabajo y de paso llevó a los niños al colegio.

Una vez se han ido todos y me quedo sola, me hago otro café y leo el periódico, para estar al corriente de lo que ocurre en el mundo y en nuestro país. También ojeo el periódico local para saber qué pasa en nuestra comunidad, mientras Pepe come su bol de galletitas. Cuando acaba de comer y después de frotarse durante un rato en mis piernas, empieza a maullar para que le abra la puerta del jardín; le encanta correr tras las lagartijas que están tomando el sol y corren despavoridas a esconderse entre las piedras del muro, cuando detectan su presencia. Mientras ordenaba la casa, puse una lavadora. Hacía un día espléndido para secar la ropa, pensé que si la tendía antes de irme a andar, la tendría seca antes de la puesta del sol. Me gusta secar la ropa al aire libre y al sol, además no se arruga como en la secadora, que solo utilizo en los lluviosos días de invierno o si tengo una urgencia. Como no me gusta ver la ropa tendida en el jardín, cuando compramos la casa, aprovechando un rincón entre la casa y el garaje, hice levantar dos paredes formando un amplio rectángulo con la puerta que daba al jardín. Hice colocar unas cuerdas donde tender la ropa sin ser vista. Como había espacio suficiente, se cubrió una parte de este con una puerta corredera, donde coloqué la lavadora, un lavadero, una estantería y, bajo el lavadero, un pequeño armario para los productos de limpieza.

Después de recoger la casa y tender la ropa, me puse el chándal y las deportivas y salí hacia Pertobe Road para coger uno de los caminos peatonales hasta la playa. La mañana era cálida y una ligera brisa me acariciaba el rostro, el cielo era totalmente azul sin una sola nube; los árboles, en sus distintas tonalidades de verdes, y las tempranas flores ofrecían un maravilloso espectáculo de colores que era un verdadero regalo para la vista. Hasta los pájaros parecían dar la bienvenida a la adelantada primavera. Me sentía eufórica. Creo que soy una persona muy afortunada, tengo una familia sana que me quiere y a la que quiero, una casa bonita y una economía saneada. Con estos pensamientos positivos empecé mi circuito. Siempre hago el mismo recorrido. Camino las dos manzanas que separan mi casa de Pertobe Road y cojo uno de los caminos peatonales que conducen a la playa, donde me quito las deportivas, me arremango el pantalón del chándal, y camino descalza por la arena que mantiene mis pies limpios de asperezas, mientras las olas me masajean suavemente las piernas activando mi circulación. Una forma económica y agradable de hacer salud y mantener un bonito color dorado todo el año.

Después de un largo y frío invierno, el buen tiempo había sacado a la gente de sus casas, grupos de jóvenes mamás paseando a sus bebés en sus cochecitos, charlando alegremente; niños con patines o bicicletas de tres ruedas acompañados por sus mamás o abuelos, y algunos pescadores que se dirigían al puerto o al espigón, montados en sus bicicletas o a pie, con sus cañas y sus cestos a la espalda en bandolera. Al llegar a la pequeña playa, detrás del espigón y frente a la isla de los pingüinos, había un grupo de niños acompañados por monitores. Se trataba seguramente de una excursión escolar. Buscaban conchas, hacían castillos de arena y corrían alegremente por la playa, se metían en el agua salpicándose mutuamente con alegre algarabía. Dejé atrás el bullicioso grupo y tomé el camino hacia el lago Pertobe, para completar el circuito y volver a casa. En el parque, casi siempre hay las mismas personas, jubilados con los nietos más pequeños que aún no van al colegio y los cuidan, para que sus padres puedan trabajar; grupos de jóvenes que celebran algo, los que salen a hacer footing…

De vez en cuando hay algún forastero que está de paso en la ciudad por negocios, o gente que viene a pasar unos días de vacaciones para visitar los sitios de interés y gozar de sus playas. En el mes de mayo, las famosas carreras de caballos atraen a gran cantidad de gente que disfruta del excitante espectáculo de la equitación, y que apuesta grandes cantidades de dinero.

Warrnambool dispone de una gran oferta hotelera, hoteles, bonitas pensiones, apartamentos, beds & breakfast, y el nuevo hotel Deep Blue de aguas termales a cinco minutos del lago, y a tres de la playa, desde donde se puede disfrutar de preciosas vistas. En verano, su población se multiplica por dos, sobre todo chinos y gente de Melbourne que acuden a Warrnambool por su proximidad y atractivos. De junio a septiembre se pueden ver las ballenas francas australes, desde Logan’s Beach, donde dan a luz en un criadero cercano a la orilla. Permanecen aquí varias semanas, entrenando a sus ballenatos para el largo viaje a las aguas subantárticas, y en Lady Bay, donde se acercan tanto que pueden salpicarte desde el rompeolas.

Toda esta gente que está de paso, la ves unos días por el parque del lago Pertobe y, luego, desaparece y aparecen otros. Hoy, en uno de los bancos del parque cerca del laberinto, hay un hombre que no había visto nunca. Aparenta unos cuarenta o cuarenta y cinco años. Nunca he sido muy buena en adivinar la edad de la gente. Tiene una apariencia agradable. Aunque está sentado, por la longitud de sus piernas debe medir metro ochenta, delgado, pero no en exceso, y de cabello oscuro y un aspecto pulcro. Aunque no parece un hombre de negocios por su aspecto más bien informal. Pero nunca se sabe, actualmente no existen los estereotipos tan marcados de antes. En el pasado, era muy fácil saber a qué se dedicaban según el atuendo. Antes, por ejemplo, un médico, un abogado, un agente comercial iba siempre muy encorsetado, con traje corbata y ese aire de gente importante. Actualmente, aunque, a veces, lleven corbata y americana la combinan con tejanos, lo que les da un aire más informal y juvenil. A mí personalmente me gusta más este nuevo estilo.

Para ser una persona relativamente joven y bastante atractiva, tiene un expresión triste, quizás haya hecho un viaje largo y esté cansado. Seguí mi camino sin darle más importancia. Lo más seguro es que mañana haya desaparecido. Salí del parque y me dirigí a casa. Empecé a pensar en las cosas que tenía que hacer y a priorizar. La ropa que dejé tendida antes de salir ya estaba casi seca, así que iría a la tintorería y al supermercado, y la recogería a la vuelta. Tenía que recoger un traje de verano y dos americanas de Jaime, que con el buen tiempo que hace no tardará en necesitar; de paso, llevaría el abrigo y un chaquetón que, a estas alturas, ya no se pone, y así dejo espacio para lo que voy a recoger. Suelo llevar la ropa a la tintorería a final de cada temporada y me la guardan hasta la próxima estación, de esa forma no está apretada en el armario, ni tengo que meterla en cajas con lo que no se arruga ni se deforma. Por último, iría al supermercado.




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