En un bar de un arrabal, en el peor sector de una ciudad perdida en el desierto, había un hombre que tocaba un piano desde que el lugar abría, hasta que el último ebrio se iba afirmado en su hipo. Cuando ese tipo tocaba se aislaba de todo, del humo, el olor a alcohol, de las inmundicias, se ensimismaba tanto que a veces lloraba, a veces reía, ya que se transportaba a mejores tiempos de su vida.
Un día una pareja entró al lugar, el joven miraba preocupado a todos lados, no estaba por su gusto allí, su automóvil se había echado a perder y tenían que esperar unas horas, la muchacha decidió ir allí, ya que de todos ese era el mejor lugar, al menos había gente y por tanto menos posibilidad que los asaltarán que si se quedaban en la calle, ya que ella no quería quedarse en el taller, le inquietaba cómo la miraba el mecánico, un antropomorfo, con rasgos de cerdo llamado Oolong, pero no quiso decírselo a su novio para que no hubiera más problemas.
Ambos se sentaron en la barra, el barman, un hombre con una cicatriz que le formaba una x en la cara llamado Yamcha, trato al principio de coquetear con la joven, pero al ver la mirada del muchacho a su lado prefirió seguir sirviendo tragos.
— Videl, por favor, mejor quedémonos en el garaje mientras arreglan el auto.
— No te preocupes, este lugar más que peligroso me parece deprimente, lo único que vale la pena es el pianista, de verdad es bueno — en la infancia de la muchacha le habían enseñado música, por eso estaba disfrutando de la interpretación.
El joven miró hacia el músico, quedó como piedra, en menos de un segundo su mirada reflejo primero sorpresa, luego odio puro, pero la morena no se dio cuenta al tener los ojos cerrados por la bella melodía que escuchaba.
— Viene hace años, Roshi, el jefe, le permite tocar por las propinas — le comentó el barman.
— Lo hace muy bien, podría irle muy bien en algún lugar de más... — prefirió no seguir.
— Clase — rió Yamcha mientras limpiaba un vaso.
— Bueno, sí — respondió tímidamente la muchacha de ojos azules.
— Nadie lo quiere luego de lo que pasó con él, usted no es de aquí ¿Verdad?
— Así es, venimos de ciudad Satán.
— Eso lo explica todo, él es Son Goku, fue un gran exponente de la lucha libre hace como 15 años atrás, tuvo mucha fama en el país, incluso hizo un par de giras internacionales, pero...
AÑOS ATRÁS
Esa noche Goku bajo feliz por haber logrado el campeonato local por enésima vez, en su vestidor lo esperaba su esposa, su hijo de 14 y un bebé de meses, el enlace entre ellos fue un acuerdo entre el abuelo del hombre, Son Gohan, y el padre de la novia, Ox Satán. En el tiempo de los hombres mayores se estilaba así, pero a pesar de que fue un matrimonio arreglado, la pareja se llevaba bien.
— Felicitaciones — dijo la mujer besándolo en la mejilla, orgullosa.
— Fue genial ¿Viste cuando lo tome, y lo tire por la tercera cuerda a las gradas? Pero debo seguir entrenando, me costó mucho hacer ese movimiento tan simple.
Ella sabía lo que significaba eso, estaría por lo menos tres meses sin su esposo en casa, él iría prácticamente a vivir al gimnasio, y a pesar que ella le llamaría la atención por no pasar tiempo con sus hijos, sabía que su marido no le haría caso, diría como siempre que los compensaría luego y se iría, él quería ser el mejor de todos en la lucha, y nada lo detendría, ni su familia se dijo triste.
Una semana después una mujer apareció en el lugar donde se quedaba el luchador para volverse más fuerte, apenas él la vio quedó embobado, parecía un ángel, era una hermosa chica de cabello anaranjado, piel verde, ojos azules, la ropa que usaba resaltaba sus formas, y dejaba entrever una piel suave y tersa.
— Hola, es un placer conocerlo, soy Zangya — le sonrió coqueta la joven.
— Heee, soy Goku... Son Goku, un gusto.
— Vi su última batalla, usted es el mejor de todos.
— Gracias — no sabía qué hacer, puso una mano en su cabeza mientras reía embobado a la visitante.
— ¿Le importaría que lo vea entrenar?
— No, para nada
Se sintió extraño, no era como cuando estaba con su esposa, con ella los sentimientos eran tranquilos, todo como se suponía que debía ser. Desde ese momento Zangya iba a todos sus entrenamientos, siempre lo alababa, y lo besaba en la mejilla cuando terminaba con su sparring botado en el piso, inconsciente.
Hasta que una noche que quedaron solos, ella lo llevó a su apartamento.
— Debería estar entrenando o en casa.
— Puedes ir luego, te preparé una cena, no puedes despreciarme... la comida, espero te guste.
Luego de comer ambos fueron al sillón, allí ella lo alagó por su manera de luchar, y se fue acercando al peleador suavemente, hasta que lo llamó en un susurro, cuando él se dio vuelta lo besó apasionadamente en los labios, esa fue la primera noche que pasaron juntos, desde entonces el hombre ya no dormía en el gimnasio, iba todas las noches al departamento de Zangya, incluso cuando termino el tiempo que dijo que entrenaría no volvió a su casa, solo mandaba dinero, hasta que llegó otro combate, en esos eventos siempre su familia lo acompañaba, pero ahora su amante era quien quería estar allí, por eso tuvo que ir a ver a su esposa y tratar de convencerla que no fuera.
— Milk, quisiera... desearía.... que te quedarás en casa.... terminaremos muy tarde...
— Nunca supiste mentir — recordó cuando lo consoló por la muerte de su abuelo, era como un niño en su regazo llorando, y ahora, ella debía enfrentar la situación como siempre lo había hecho, con dignidad, nada de gritos ni escenas — SÉ de la tipa con la que andas.
— Es que... no es lo que piensas...
— No soy estúpida, quiero que nos separemos, solo te pido que sigas mandando el dinero necesario para nuestros niños, yo puedo conseguir trabajo para solventar mis gastos, si no estamos juntos no quiero nada de tí.
Editado: 21.07.2023