Eugenia Miller, periodista de hechos sobrehumanos, esta vez, comenta el caso de una mujer llamada María, quien tiene una historia en particular.
*Conversación entre Eugenia y María*
-Hola, ¿Cuántos años tiene?
-Buenos días, tengo 38 años.
-Y en el momento en el que ocurrió la experiencia, ¿Cuántos años tenía?
-34 años, exactamente hace 4 años.
-Bien, puede empezar, luego yo haré una nota en resumen de esto
-Llegué a casa luego de una larga jornada de trabajo. 12 horas en una cirugía exitosa. Fui a bañarme y a cambiarme como de costumbre. No tenía ganas de cenar, así que simplemente fui a dormir. Esa misma noche, cerca de las dos de la madrugada me desperté calurosa, me pareció raro ya que estábamos en la época invernal, decidí ir a tomarme la temperatura, pero algo me interrumpió, no podía pararme ni moverme. No me esforcé en pedir ayuda, ya que vivo sola.
-¿Usted no tiene familia?
-Sí, tengo. Soy casada, sólo que mi marido se ha ido del país por unos meses debido al trabajo. Él es piloto, ahora mismo se debe de encontrar en un viaje a Madrid. Continúo, me vi exaltada ya que no podía moverme, pero él, él estaba ahí, me miraba, no sé cómo ya que no tenía rostro, pero me observaba en la oscuridad de mi cuarto, podía verlo, ya que producía una luz entorno a él.
-¿Puede ser más clara? ¿A quién se refiere con “él”?
-No sé cómo explicarlo, era algo tenebroso, con solo describirlo en mis pensamientos me da miedo. Era una figura toda negra, parecía un hombre con un sombrero, alrededor de él había una luz que lo iluminaba de alguna forma que hiciese que se viera solamente su figura. Me agarró de la mano y me llevó hacia la cocina, intentaba decirme que algo pasaría al señalarme un cuchillo que se encontraba sobre la mesada. De repente, aparecí nuevamente acostada en mi cuarto sin poder moverme. Intenté dormirme y esperar a que todo pasara, y así fue, al menos por esa noche, abrí los ojos y ya era la madrugada, podía escuchar a los pájaros cantar y ver la luminosidad del sol queriendo entrar en mi ventana. Hice un esfuerzo por levantarme de la cama, pero de igual forma no podía hacerlo, mi inconsciente me estaba jugando una broma, ¡Él me estaba jugando una broma! La pesadilla no había terminado, era apenas el comienzo.
-Continúe por favor
-Me impulsé de la cama. Caí hacia el piso. En ese momento escuché que la puerta se abría, decidida fui a la cocina y agarré un cuchillo, me escondí de ese nuevo visitante que se encontraba entrando a mi casa, me acerqué y le clavé el puñal en el pecho. El cuchillo… Se lo clavé.
Era mi esposo, o mejor dicho ex esposo. Había vuelto antes, quería que fuese una sorpresa su llegada inesperada. Pude ver como la sangre resbalaba entre sus prendas. No me arrepiento, después de todo era un abusador. Al llegar del trabajo se las agarraba contra mí debido a su mal elegir de oficio.
-¿No me dijo usted que era casada?
- La vida sigue, ¿no?
-¿No pensó en denunciarlo?
-¿Cree que no lo hice? Seis…Seis veces lo hice, pero no me tomaban la denuncia.
-¿Por qué no?
-Un amigo suyo… Eduardo, de igual manera le aburría su trabajo, así que renunció y se dedicó a ser policía, él era el que me atendía las denuncias, pensaba que su amigo no sería capaz de hacer eso.
-¿No reclamó eso?
-Me doy por vencida muy fácil, ¿sabe? Así como lo hice con ese “espectro”. Prosigo, al enterrar su cuchillo en su pecho no sentí lástima ninguna, así que agarré una alfombra, lo envolví en ella y lo tiré por la ventana lateral de mi vivienda, la cual da a un terreno abandonado. Limpié lo manchado y cómo si nada seguí con mis actividades. Días después un vecino al pasar por la casa de al lado percibió el mal olor y llamó a la policía. Al llegar, Eduardo reconoció el cuerpo de su amigo y se dirigieron directamente a mi casa, me hicieron algunas preguntas y se fueron. Exactamente una semana después vinieron, me llevaron a la comisaría, me arrestaron y me encerraron ahí dos años, me redujeron la pena ya que testifiqué en defensa propia, pero tendría que estar en prisión domiciliaria por 1 año.
-¿En algún momento se arrepintió?
-Nunca. Pasaron esos dos años, llegó el momento de llegar a casa. Me llevó Eduardo. Bajamos del coche y me ofreció un cigarrillo. Lo cual negué. Me acompañó a mi vivienda. Cuando llegamos se encontraba un hombre muy amable, me explicó cómo se utilizaba la tobillera y se fueron.
Me di una ducha, me cambié, y me dispuse a empezar a limpiar las manchas de sangre que quedaron. Raro. Ya que como dije, las manchas las había limpiado.
Me empecé a poner nerviosa al darme cuenta que no salían. “Será porque pasó mucho tiempo” pensé. Y me fui a limpiar la cocina, muy desordenada no estaba, sólo era la mugre. Quedaba un poco de comida en el refrigerador, pero era obvio que iban a estar vencidos los alimentos, así que la tiré por la ventana del comedor para alimentar a los gatos que suelen venir a husmear.