El hombre del sombrero grande- #1 Trilogía Solsticio

Prólogo

                                                Villa Brisa Fria, San Patricio,  diciembre 1993

Elena de Lavalle estaba con sus dolores de parto. Había roto fuente 11 horas antes de lo que le había dicho el doctor. Ella tenía miedo que su bebé muriera en su vientre. Su esposo Ernesto Lavalle estaba en una navegación importante, apenas lo habían ascendido a teniente, tenía que estar al mando. Elena ya no podía permanecer de pie por los dolores.

Permanecía acostada mientras esperaba la ambulancia. Llegaban las contracciones cada 10 minutos. Sentía que moría con cada dolor.

En un minuto llegó la ambulancia, los paramédicos entraron a la casa. Elena cada vez más débil empezó a pujar

-puje señora!!- le decia el paramédico

-aah!- dió su grito. Apenas pudo escuchar a uno de los paramédicos decir que había nacido su hija muerta.

Justo en ese momento ella se desmayó.  Cuando se despertó vió a su esposo llorando a la par de una ataúd pequeña.

No puedo creer que mi hija nació muerta- se decía Elena.

Tenemos que enterrarla-le dijo Ernesto- quería celebrar el nacimiento de mi hija, pero esto que ha pasado ha sido duro para mí también.

Iban en una carroza fúnebre, cuando llegaron al cementerio sacaron la pequeña caja alistando para enterrarla.

Elena iba con un suero en su brazo, apenas caminaba. Pero un pequeño ruido la distrajo de sus pensamientos. Era un pequeño llanto.

Buscó de donde provenía ese pequeño llanto, y exactamente provenía de la ataúd. Ella corrió a la atúd para abrirla, y su esposo la detuvo. el no había podido escuchar el sonido aquel.

¡Dejame Ernesto!- le decia Elena mientras alejaba sus brazos- ¡mi hija esta viva!

Elena reacciona, entra en razón- le gritaba Ernesto- nuestra hija está muerta no hagas un escándalo.

Elena no la escuchó y pudo abrir la ataúd. Vió a su hija que estaba moviendose parecía que temblaba de frío y apenas su pequeña voz emitía un llanto.  Elena la tomó en sus brazos y la acercó a su pecho que estaba lleno de leche y le dió de comer.

Mi hija- dijo Ernesto mientras se incaba ante los cielos - mi hija esta viva. Gracias Dios mío. Y empezó a llover. Todas las personas que estaban para el funeral estaban sorprendidos antes ese milagro de vida. Entraron de nuevo a la carroza fúnebre, y mientras iba en marcha, vió una sombra negra que estaba por las lápidas del cementerio.

Ella le dió un escalofrio, y aferró más su bebé a su pecho, era una presencia sobrenatural. 




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