El hombre lobo y la vampira

Capítulo 2: Las Sombras y el hombre lobo.

 

 

El despertar de Evangeline fue gradual, como si emergiera de un sueño profundo. Sus sentidos se agitaron lentamente, y su cuerpo tomó conciencia de la comodidad de las finas y suaves telas que la rodeaban. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar su visión en la penumbra del cuarto. En la tranquila habitación iluminada por tenues velas doradas, Evangeline se percató de su reposo en una lujosa cama de seda, mientras un enigmático aroma a madera y otro elemento desconocido llenaba el aire. Con un esfuerzo, Evangeline se incorporó, sintiendo un tirón de dolor en su pierna herida. Su memoria se aclaró mientras recordaba la batalla en las lindes de Eldemir y la flecha que la había alcanzado. Miró hacia abajo y vio una venda cuidadosamente envuelta alrededor de su pierna herida. Parecía que alguien la había cuidado. Evaluando su entorno, Evangeline observó la lujosa decoración. En la penumbra, detectó un movimiento y, antes de identificarlo, un hombre de ojos dorados surgió de las sombras, con su atención centrada en ella. En silencio, Evangeline evaluó la situación, reconociendo al hombre como un hombre lobo por su olor. Con cautela, el hombre lobo se aproximó lentamente, su mirada alerta.

—Has despertado —dijo una voz masculina

Con una mirada observadora y cautelosa, Evangeline permaneció en silencio.

—¿No me digas que has perdido también la capacidad de hablar? No creo que existan doctores para eso, después de lo que me costó sacar ese metal de tu pierna.

—¿Dónde estoy? ¿Qué has hecho con mis compañeros? —dijo Evangeline con severidad, sintiendo el olor de su piel y recordando la enemistad con los hombres lobo.

El hombre se inclinó, sus ojos dorados encontrando los de Evangeline.

—Esperaba condescendencias o un simple agradecimiento —continuó la voz serena—. Estás en mi hogar, en una habitación segura. Lamento decirte que tus compañeros no tuvieron la suerte de encontrar un benefactor como yo.

Evangeline sintió una punzada de tristeza y enojo, pero debía mantener la calma.

—Una sangre como la tuya puede decir mucho —dijo Evangeline con desprecio, lo que el hombre percibió como tal y permitió que la tranquilidad en sus ojos se esfumara, mostrando rigidez.

—Lucharon valientemente, pero los híbridos demostraron ser formidables. Sus corazones arden con el deseo de libertad y están dispuestos a luchar por ella.

—¿Libertad? ¿Libertad de qué? —Evangeline frunció el ceño.

El hombre fijó su mirada en las velas parpadeantes.

—Los híbridos son una raza marginada y oprimida. Durante mucho tiempo, han sido esclavizados y perseguidos por su apariencia y sus dones. Ahora buscan liberarse de las cadenas impuestas por las razas mágicas que los han rechazado.

Evangeline lo observó con atención, su escepticismo luchando contra la elocuencia de sus palabras.

—Y tú, ¿en qué bando estás? —dijo, tratando de fortalecer su voz.

El hombre la miró directamente, su mirada dorada sin titubear.

—Estoy en el bando de aquellos que luchan por la justicia y la igualdad. No estoy de acuerdo con la violencia, pero entiendo su desesperación.

Evangeline se sumió en sus pensamientos, contemplando las palabras del hombre lobo. Había una pasión genuina en su voz, una convicción que la intrigaba a pesar de su desconfianza. Sin embargo, su debilidad actual la obligaba a depender de su anfitrión, al menos por el momento.

—Me has salvado —admitió con cautela—. Aunque no sé si merezco tu ayuda.

Con esas palabras, buscaba ponerlo a prueba sin ofenderlo, pues aún se sentía débil para enfrentarse a un lobo. Solo sabía que debía escapar; no había ventana, solo una puerta.

El hombre la miró con una pequeña sonrisa.

—La ayuda no siempre se basa en el mérito. A veces, se trata simplemente de hacer lo correcto o no desperdiciar una cara hermosa —una sonrisa lobuna se dibujó en el rostro del hombre.

Evangeline arqueó una ceja, sorprendida por su respuesta atrevida y poco convencional. Mientras reflexionaba sobre cómo escapar, se preguntaba si habría un cuchillo, algo con lo que pudiera herirlo. Pero no, si él la había salvado, debía tener una razón; no la mataría en ese instante. Entonces, ¿por qué la curó?

—¿Cuáles son tus planes? —inquirió ella con voz firme, clavando su mirada en la del hombre lobo.

Era consciente de que, si seguía viva, representaba un chantaje para su familia.

—¿Mis planes? Veo que despierto tu interés —respondió el hombre lobo como si disfrutara de la intriga que causaba.

La expresión en el rostro de Evangeline cambió de seriedad a una extraña mezcla de desconcierto y molestia. No estaba acostumbrada a sentirse cohibida de esa manera.

—Ni siquiera has preguntado por mi nombre —declaró el hombre lobo.

—No me interesa tu nombre —afirmó ella, abandonando las formalidades.

—Ahí está la orgullosa vampira. En verdad, sentí compasión al ver a una criatura como tú, una belleza desperdiciada —continuó el hombre lobo, su tono provocativo.

La paciencia de Evangeline comenzaba a desvanecerse, y su ceño se frunció con frustración y enojo.

—Eres un demente, ¿cómo puedes decir eso? —espetó, sus ojos chispeando.

El hombre lobo simplemente sonrió, como si estuviera acostumbrado a provocar reacciones intensas en los demás.

—Soy muy liberal, preciosa —agregó con un toque de burla, moviéndose ligeramente para acercarse aún más a ella.

La vampira se sentía atrapada en una especie de danza verbal, luchando por mantener su compostura ante las insinuaciones y la actitud desenfadada del hombre lobo. A pesar de su orgullo, una extraña sensación comenzaba a surgir dentro de ella, algo que no podía ignorar por completo.

Intentando recuperar el control, Evangeline se aclaró la garganta y desvió la mirada.

—Deja de jugar juegos, lobo. No soy una marioneta para participar en tu teatro de comedia —declaró con frialdad. A pesar de sus palabras, una pequeña voz en su interior le advertía que este encuentro podría ser más complicado de lo que había anticipado. —Dime, ¿por qué me trajiste aquí? ¿Qué planeas hacer?




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