SANTIAGO
La vida tiene una forma tan peculiar de funcionar que cuando crees que ya has entendido las reglas y su funcionamiento llega algo a demostrarte que tienes que comenzar de nuevo. A aprender todo una vez más.
Al releer una vez más la conversación con Carlos trato de descifrar como me siento. Qué es lo que estoy sintiendo. ¿Por qué de pronto tengo tanto miedo que las cosas no sean como antes? ¿Por qué siento que puedo arruinar todo?
Tengo muchas ganas de verte. Quiero que se pase
Volando esta semana.
Ten paciencia. Solo es una semana. Tenemos como
7 años sin vernos. Una semana no es nada.
No hables por mí. Para mí una semana es
Demasiado.
Conozco a Carlos desde… desde que tengo memoria. Me es difícil encontrar un recuerdo en el que no esté presente. Fiestas de cumpleaños, navidades, día de reyes, y cualquier otro pretexto que nuestros padres tuvieran para reunirse. Su padre y mi madre fueron amigos en la universidad y crearon un vínculo tan fuerte que siguieron siendo mejores amigos aún después de casarse. Fueron (y lo siguen siendo) inseparables. Como lo fuimos Carlos y yo.
Estudiamos juntos hasta que llegamos a la universidad. El vínculo que nos unía se había fortalecido tanto que yo… empecé a enamorarme de él. Y nunca lo noté hasta que se fue. Hasta que cientos de kilómetros se interpusieron entre nosotros y su ausencia comenzó a doler tanto que creí que me iba a morir.
Después de terminar su carrera y especializarse en ciberseguridad le ofrecieron un puesto en una de las empresas más grandes del país. Y solo lo un completo idiota lo hubiera rechazado. Y por suerte no lo hizo. Pero eso significaba que pocas veces nos veríamos, que ya no estaríamos juntos como siempre lo estuvimos.
En cambio yo, que era mucho menos temerario y evasivo, me quedé en mi ciudad, estudie gestión de negocios y me quede al frente del negocio de mis padres. Una pequeña constructora que de pronto creció más de lo que mis padres pudieron controlar y me pidieron ayuda. Siendo consciente de la estabilidad económica que esa oportunidad me ofrecía, acepté. Además, no era como que tuviera mi vida planeada así que ese plan no estaba del todo mal.
Por favor dime que la pizzería que estaba cerca
De casa aún sigue abierta. Muero por una de esas
Malteadas.
Por mi mente desfilaron todas aquellas tardes en las que esas malteadas se volvieron una tradición. Muchas veces o casi siempre él salía antes de su universidad así que pasaba por mí a la mía. Recuerdo su sonrisa y su acostumbrada frase: si rechazas una malteada, estás rechazando mi amistad. Admito que por mi mente nunca pasaba la idea de rechazarlas.
¡Sigue abierta! Hace tanto que no voy
Que no estoy seguro que aún las vendan.
Espero que sí.
¡Más les vale! O me suicidaré frente a
Ellos.
Tan dramático como siempre.
Hace poco menos de dos meses que le confesé a Carlos que estaba saliendo con un hombre que que conocí en la constructora. Me encargue del surtido de material para la remodelación de su casa, una cosa llevó a la otra y terminamos saliendo a comer, a beber un café cerca de mi oficina o a cenas en su casa. Recuerdo que en cuanto le mandé el mensajes para contarle y aparecieron como leídos me llamó.
-¿Es en serio, Santiago? -preguntó y su voz estaba entre la diversión y la sorpresa.
-Sí… no sé hasta donde va a llegar esto pero en algún momento debía intentarlo.
Quizá notó la duda en mi voz, el temor, y se quedó en silencio por un momento. Solo podía escuchar su respiración al otro lado de la línea telefónica. Era la primera vez que admitía que me gustaban los chicos frente a él y también era la primera vez que me permitía sentir algo más por otro chico que no fuera él. Y todo era tan intenso y abrumador que no sabía de que forma actuar.
-Si te rompe el corazón lo voy a mandar matar -bromeó después de un largo silencio. La calidez en su voz me quitó un peso que me impedía respirar.
-Ah no, eso sí que no. ¿Recuerdas la chica que te engañó el año pasado? Ni siquiera me dejaste amenazarla. Con una mínima cantidad de dinero pude haber organizado el secuestro de su mascota.
Su risa me lleno los sentidos. Y ese temor de rechazo desapareció. O bueno, casi lo hizo.
Esa noche la llamada se prolongó durante horas. Lo cual no era raro. Desde que se había ido y la distancia física se hizo presente, las llamadas duraban horas y horas, y esa amistad que habías construido durante años no se vino abajo. Me preguntó si lo había besado. Le respondí que sí. Otra risa divertida escapó de sus labios.
-¿Qué se siente besar a otro hombre? -preguntó aun entre risas.
-Pues… ¿normal? Nunca he besado a una chica así que no sabría decirte cuales son las diferencias. Pero debo confesarte que su barba me picaba la cara. Aunque no sé sintió nada mal.
Su risa fue la constante en esa conversación.
Pero en mi mente surgió una pregunta que no quería ni pensar: ¿la barba de Carlos se sentiría igual?