El hombre que mató la esperanza

Capítulo 7 – El culto sin capa

No fue una religión.
No al principio.

Fue un foro. Un grupo de lectura. Un espacio de reflexión sobre la libertad.

Humanidad Pura nació como una conversación.
Pero ahora… ya no era solo eso.

A lo largo del mundo, personas comenzaban a reunirse. No para atacar a la Asamblea Celeste.
Sino para hablar de sí mismos.
De sus decisiones.
De cómo podían vivir sin depender de seres que los superaban.

Eran encuentros en cafés.
En plazas.
En universidades.
En canales clandestinos.
En iglesias vacías transformadas en centros de “autoidentificación”.

Y en el centro de todo eso, aunque jamás se presentara, estaba Elias Vólcras.

—No lo veneramos —decía una joven en una transmisión—. Solo lo escuchamos.
—Nos recuerda que ser humanos no es ser menos. Es ser libres.

—¿No les da miedo que sin los héroes, haya caos? —preguntó el moderador.

La respuesta fue inmediata.

—¿Y no les da miedo que haya orden… pero impuesto por quienes no eligieron?

Elias caminaba entre ellos.
No disfrazado. Solo… invisible por decisión.
La gente no reconocía su rostro. Pero sí repetía sus frases. Sus conceptos.
Lo citaban. Lo tatuaban.
En paredes de grafiti se leía:

“La salvación obligatoria es otra forma de esclavitud.”

En una plaza de la ciudad de Cuadro Vasto, un niño lloraba tras perder su dron nuevo.
Su madre se inclinó y le dijo:

—No vamos a esperar que alguien lo encuentre por ti.
—Lo buscaremos juntos. Como humanos.

En otra parte del mundo, un viejo librero dio una charla:
“La Asamblea nos salvó. Es cierto.
Pero el problema no es que lo hicieran.
El problema es que no sabemos cómo vivir sin ellos.”

La Asamblea comenzó a recibir reportes de protestas suaves.
No violentas.
No destructivas.
Solo... simbólicas.

  • Gente rechazando ayuda de patrullas automatizadas.

  • Grupos no permitiendo que Atlas Prime los escoltara en evacuaciones.

  • Comunidades exigiendo que no se enviara más “protección aérea”.

Bruma lo vio primero.
Aurora lo confirmó.
Valeria lo intuyó… pero no lo detuvo.

En una de las reuniones privadas de la Asamblea, Aeon pronunció algo que quedó flotando en el aire por horas:

—Tal vez el mundo… ya no nos necesita.

Silencio.

Kael lo miró sin parpadear.
Y por primera vez, sintió que no estaba solo en la duda.

En un lugar no revelado, Elias sonrió frente a una pantalla que mostraba decenas de conversaciones públicas.

No había violencia.
No había histeria.
Solo… convicción.

Y eso era mucho más difícil de revertir.

—No somos un culto —susurró.
—Somos lo que viene después de la fe.




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