El juicio no se realizó en una corte.
No hubo jurado.
No hubo toga.
No hubo ley invocada.
Fue un juicio público.
Virtual.
Emocional.
Irrefutable.
Todo comenzó con un video.
Thane Volgard, alias Atlas Prime, en una operación de rescate en D’Karas, levantaba un muro colapsado con sus manos para salvar a un grupo de niños.
Una hazaña.
Pero el ángulo de una cámara mostró lo que nadie había notado:
cuando Thane eligió levantar esa sección… dejó otra caer.
Cinco personas murieron.
Nadie lo acusó de asesinato.
Nadie habló de mala intención.
Pero alguien —nadie supo quién— recopiló decenas de decisiones similares.
Y el título fue:
“¿Quién muere cuando Atlas elige?”
Thane no negó los hechos.
Tampoco se defendió.
Solo repitió la misma frase una y otra vez, cuando lo buscaron los medios:
—No hay forma de salvar a todos.
Pero el mundo ya no quería verdades incómodas.
Quería certezas.
Quería culpables.
Valeria le pidió que se mantuviera en silencio.
Aeon no opinó.
Aurora consideró crear una IA que tomara decisiones más justas.
Pero Thane ya estaba cansado.
Fue a la ciudad donde ocurrió el último incidente.
Se paró frente a una plaza llena de cámaras.
Y dijo:
—Me llaman dios.
—Pero ustedes me piden que elija como si fuera humano.
—Hoy dejo de elegir.
—Ustedes decidan.
Luego dejó su emblema en el suelo.
Un símbolo que había llevado durante 25 años.
Una insignia que nadie más se atrevió a tocar.
Elias observó la transmisión en directo.
Estaba solo, bebiendo agua.
—El dios que baja la cabeza —susurró.
—No es un traidor.
—Es… el primer libre.
Días después, Thane desapareció.
Nadie lo buscó.
Nadie lo detuvo.
Nadie lo despidió.
Porque ya no quedaba institución que lo necesitara.
Y así, el más fuerte…
fue el primero en rendirse.
No por miedo.
Sino por agotamiento moral.