Nunca quise destruirlos.
Eso es lo que nunca entenderán.
Ni Valeria.
Ni Aurora.
Ni Aeon.
Ni los que me siguen.
No quiero ruinas.
No quiero sangre.
No quiero monumentos quebrados.
Quiero…
dignidad.
La dignidad de un mundo que elige caminar, incluso cuando sabe que puede volar.
Yo no tengo poder.
Nunca lo tuve.
No puedo sanar.
No puedo detener el tiempo.
No puedo atravesar muros.
Pero puedo esperar.
Esperar a que ustedes se cansen de la adoración.
Esperar a que cuestionen sus límites.
Esperar a que vean que no es orgullo…
sino dependencia disfrazada de gratitud.
Cuando murió Bruma, no moví un dedo.
Porque no lo necesitaba.
Ella ya lo había entendido.
Ella vio.
Y por eso, su silencio pesa más que todos sus informes.
Cuando Atlas desapareció, solo observé.
Porque el fuerte que ya no quiere sostener nada…
es libre.
Cuando Aurora liberó su tecnología, supe que había ganado.
Porque el genio que entrega sus herramientas sin condiciones…
acepta que el mundo ya no le pertenece.
Y cuando Valeria bajó la cabeza…
…entonces supe que era momento de hablar.
Mi discurso en la ONU no será una declaración.
Será una invitación.
No al caos.
No a la rebelión.
A la madurez.
Escribo esto en la habitación donde crecí.
Donde mi padre me dijo que un héroe había salvado nuestro barrio.
Poco después, él murió en una evacuación mal gestionada.
Nunca salió en las noticias.
A los héroes los vi llegar del cielo.
Pero nadie volvió por él.
Ese día entendí:
no importa cuánto poder tengan.
Nunca podrán estar en todas partes.
Pero el mundo sí.
El mundo entero puede salvarse…
si deja de esperar ser salvado.
No seré el rey de esta era.
Seré su transición.
El momento donde se cayó el telón…
y todos, al verse reflejados,
descubrieron que los dioses solo existían
porque teníamos miedo de ser suficientes.