Patrick Holloway
1851
Nos habíamos mudado a la capital. Oficialmente se llamaba Windmere, pero todos la conocíamos como la ciudad Encantada por su increíble belleza. Se alzaba entre colinas verdes y suaves, caminos de piedra clara que contrastaban con los bellos jardines que se extendían por todo el lugar. El rumor era cierto. Windmere, la ciudad Encantada, era bellísima desde la superficie hasta adentro. Muchos como nosotros veían a este lugar como la oportunidad de una nueva vida tranquila, perfecta para formar una familia.
Mi bella esposa, Liria, había soñado desde su niñez poder mudarse a la ciudad algún día. Y ahora, a mi lado, estaba cumpliendo su sueño.
Recientemente casados, felices de nuestra relación y con muchas ganas de pronto formar una familia, nos instalamos en una calle preciosa llena personas de buena fe, que nos recibieron con un delicioso festín y la mejor de sus sonrisas.
Todo era perfecto. Liria iba de compras al mercado y se dedicaba a cuidar nuestro hogar, mientras yo trabajaba en una empresa industrial para seguir manteniéndonos. Teníamos nuestros momentos bajos como cuando no conseguía el dinero suficiente para nuestra comida o pagar nuestras necesidades básicas, pero intentaba hacerlo todo por ella, porque la amaba. Hasta que me despidieron. Y entonces, tuve que buscar desesperadamente algún otro recurso.
Fue cuando cometí el primer error: ir en busca de mi padre.
Mi padre no vivía muy lejos de nuestra calle, de hecho, era fácil llegar a su casa a pie. ¿Pero cómo es que mi padre había terminado en Windmere antes que yo hace muchos años? Pues, yo siempre reducía la historia de este modo: Papá, mamá y yo vivíamos en el campo, lejos de la ciudad, cuidando de nuestros animales y trabajando duro para mantenernos a través de la venta de nuestras cosechas. Pero entonces, mi padre descubrió su estúpida obsesión por la ciencia cuando presenció la nueva sensación del momento: la primera máquina analítica. Empezó a investigar sobre ello. Incluso aprendió a leer y a escribir. Pero mientras seguía esos sueños, nosotros nos quedábamos sin comida.
Intentó copiar todo lo que sabía hacia mí, pero mamá ya estaba lo suficientemente enfadada con él como para dejar que también me volviera «loco».
Se mantuvo a raya durante mucho tiempo, pero cuando empezó a comportarse de forma extraña y desquiciada, cuando dejó de trabajar solo para seguir intentando crear cosas por su propia cuenta, mamá explotó y lo botó de casa.
Y ahora, iba a buscarlo intentando encontrar algún trabajo, algo que me mantuviera a flote con su ayuda. Fue así que lo hallé.
Él trabajaba en su propio hogar, fabricando cosas comunes. Pero lo que nadie sabía, era que detrás de toda esa fachada, había mucho más que simples artefactos.
Mi padre, Edmond Holloway había perdido la cabeza.
En lo que parecía ser un enorme sótano, estaban escondidos cientos de experimentos fallidos. Desde intentos de fusionar insectos, hasta ratas deformes por sustancias que ni siquiera yo conocía. Intenté ignorarlo, intenté no matar mi propia curiosidad porque eso podría afectarme.
Hasta el momento, no fue mala idea, porque nuestros ahorros aumentaron y pude mantener mi hogar sin problema alguno.
Fue entonces cuando mi esposa y yo creímos que era momento de tener un bebé y hacer crecer a la familia.
Pero nuestros intentos… fueron en vano. Pasaron los años y Liria no lograba embarazarse. Me dolía verla llorar y no poder hacer nada para conceder su más grande deseo. Una noche le hablé de ello a mi padre, de mi frustración. Allí me contó de su loca idea.
—¡Podemos crear vida!
Fruncí mi ceño, dejando la copa de ron en la mesa.
—¿De qué hablas?
—No quise decirte… porque sé que me consideras un loco, pero, tengo un proyecto nuevo en el que he estado trabajando.
—¿A qué te refieres, padre?
Él se levantó dejando su propia copa. Su mirada cambió, se volvió fría y vi una oscuridad en ella que ya conocía.
—Ven conmigo.
Me dejé llevar al sótano que rara vez me mostraba.
—No le he mostrado mis inventos fallidos a nadie, porque son eso, un fracaso —abrió la puerta y ambos bajamos por las escaleras—. Pero he tenido una nueva idea y creo que, si la continúo, lograré mi objetivo.
Fruncí mi ceño cuando abrió una puerta que llevaba más al fondo del sótano. Estaba muy bien asegurada con engranajes de acero. El camino por ese pasillo era oscuro, tan solo nos iluminaba la luz de la antorcha que él llevaba.
Lo que vi al llegar no pude describirlo. Retrocedí dos pasos, mi respiración se cortó en ese momento al mismo tiempo en que mis ojos se abrieron hasta dolerme.
—Padre, ¿qué…?
Frente a nosotros estaba el cuerpo de un hombre muerto sujetado a una mesa con cinturones. No tenía una pierna y estaba incompleto. Mi padre se acercó como si nada y le tocó el brazo. El hombre tenía el cabello largo y desaliñado, su piel era pálida por quién sabe cuánto tiempo llevaba muerto.
—Lo encontré en la orilla del mar hace un mes. Lo llevé a la morgue, pero como nadie preguntaba por él, nadie lo conocía, ni tenía familia… me lo llevé.