Nicolás y Maximiliano eran mejores amigos, prácticamente inseparables. Hacían todo tipo de cosas juntos y compartían gran parte de su tiempo. Entre muchas cosas, a ambos los unía la fascinación por explorar edificios abandonados. Algo les generaba una atracción constante a este tipo de lugares.
Era una cálida noche de sábado el elegido por los chicos para una de sus aventuras. Ambos llevaban semanas investigando a través de internet sobre un hotel abandonado, que se encontraba a las afueras del pueblo donde vivían.
Lo que particularmente llamó la atención de los jóvenes exploradores, de quince y dieciséis años de edad, era la perturbadora historia del establecimiento. 30 años atrás, el dueño del hotel había sido condenado a cadena perpetua por una serie de desapariciones ocurridas en el edificio, a pesar de que nunca se encontraron pruebas sólidas que justificaran su culpabilidad, ni tampoco a las víctimas.
Lo misterioso de este caso era la razón principal que motivó a Nicolás y Maximiliano a investigar el hotel. Probablemente creían que podrían encontrar algún indicio de lo que había ocurrido treinta años atrás. No se equivocaban.
Llegado el gran día, los chicos prepararon sus mochilas y emprendieron el viaje de más de una hora, montados en sus bicicletas. Cerca de las once de la noche, finalmente llegaron al hotel. Por afuera el edificio se veía tenebroso. Sus paredes estaban desgastadas y la naturaleza empezaba a abrirse paso a través de las grietas del cemento viejo.
Sin perder el tiempo, ambos dejaron sus bicicletas encadenadas en el exterior y se dispusieron a ingresar. La puerta principal estaba trabada, por lo que tuvieron que entrar por una ventana rota. Con precaución y evitando cortarse, Maximiliano entró al establecimiento, seguido por su gran amigo, quien era un poco más cobarde que él.
Una vez dentro, pudieron apreciar lo que parecía ser el hall del hotel. El estado del lugar era deplorable: había escombros por todas partes, maleza creciendo a través del agrietado suelo y la constante sensación de que el lugar se venía abajo. Sin embargo, nada de esto era tan incomodo como el ambiente que envolvía a la habitación. La luz de la luna entrando por las escasas ventanas era la única fuente de iluminación entre la densa oscuridad. No se lograba percibir sonido alguno y la temperatura había descendido en comparación con el exterior. Ambos sentían que algo no andaba bien.
Tras un silencio ensordecedor, los chicos se miraron y rieron nerviosos con la intención de calmar un poco la situación, para luego avanzar en dirección a uno de los pasillos de habitaciones.