Con el pasar del tiempo, la tensión que los había envuelto minutos atrás empezaba a cesar. Por primera vez aquella noche, los chicos disfrutaban de su pequeña aventura. Nico y Maxi inspeccionaban las habitaciones mientras comentaban cosas y hacían chistes sin gracia.
Lo que más les llamó la atención fue que, mientras gran parte de los cuartos se encontraban en mal estado y desordenados, la menor parte de ellos estaban perfectamente ordenados y limpios, como si alguien los mantuviera en condiciones. Si bien esto les pareció extraño teniendo en cuenta el estado general del hotel, no le dieron mayor importancia y continuaron explorando.
Transcurridos algunos minutos, el recorrido empezaba a tornarse algo repetitivo. Los monótonos pasillos desembocaban en un salón donde se ubicaba la escalera al segundo piso. Sin pensarlo, los jóvenes subieron por los angostos escalones hasta llegar arriba. Una vez allí, notaron cómo el panorama había cambiado drásticamente en comparación con la planta baja: las paredes se encontraban en buen estado, al igual que el suelo, el cual no mostraba señales de maleza. Además, el ambiente era más cálido y la temperatura aumentó algunos grados.
El pintoresco salón estaba conectado a dos pasillos, ubicados uno en cada lado de la habitación. Ante este escenario, la emoción por recorrer lo máximo posible motivó a Maximiliano a proponer la mala idea de separarse.
—Vos por el izquierdo y yo por el derecho. Nos encontramos acá en 15 minutos.—
Nicolás, sin estar demasiado convencido, aceptó sumisamente la idea de su amigo. De esta forma, se dispuso a recorrer su pasillo asignado, esperando encontrar algo más que habitaciones vacías. El mismo era largo, apenas iluminado por hilos de luz provenientes del exterior.
Transcurrieron algunos minutos hasta que dio con el final del camino, el cual se dividía en otros dos pasillos aparentemente idénticos. Ya un poco aburrido y con el deseo de terminar pronto su patrullaje, se dispuso a seguir hacia la derecha.
Habiendo caminado unos pocos metros, se quedó petrificado al oír ruidos provenientes de más adelante. A lo lejos, logró distinguir una luz artificial que llamó su atención. Dubitativo, siguió caminando hasta llegar a una habitación iluminada. La puerta estaba apenas abierta, dejando salir la luz en su interior. El chico tragó saliva y le dio un empujón, abriéndola del todo.
El interior del cuarto parecía ajeno al resto del hotel: cama matrimonial impecable, muebles lustrados y paredes intactas. No había polvo, tampoco olor a humedad. A pesar de la calidez de aquel lugar, Nicolás sintió una fuerte incomodidad. El aire era denso, algo no se sentía bien.
Dio un paso hacia adentro. La tenue luz de la lámpara parpadeó. Entonces lo escuchó: un sonido áspero, como garras arrastrándose sobre madera. Giró hacia la puerta, la cual se cerró violentamente. La luz titiló hasta apagarse. Quiso gritar, pero su garganta estaba seca. Un olor nauseabundo llenó su nariz. El chico, de solo quince años, sabía que algo terrible estaba a punto de ocurrir.
Entonces la luz se encendió de nuevo. Finalmente lo vio: una criatura monstruosa de más de dos metros de altura. Su composición era imposible: sus brazos desproporcionalmente largos sostenían grandes manos con garras afiladas. Su cuerpo era completamente negro, como quemado. Tenía agujeros en lugar de orejas y nariz. Su boca esbozaba una sonrisa grotesca, dejando a la vista varias filas de dientes podridos y deformes. Sus ojos, negros como la noche, son imposibles de describir.
El chico se quedó petrificado: se encontraba frente a frente ante aquella monstruosidad, sin poder hacer más que observar mientras se acercaba lentamente hacia él.