Maximiliano estaba decepcionado. Llevaba casi media hora recorriendo los oscuros pasillos sin que nada llamara su atención. Cuando se disponía a regresar, escuchó algo que lo dejó paralizado: un alarido desgarrador, proveniente del otro lado del hotel, retumbó en todo el establecimiento.
Inmediatamente, corrió de regreso a donde se había separado de su compañero y empezó a llamarlo.
—¡Nicolás! ¿Qué pasó amigo? ¿Dónde estás? —Nicolás no respondió. En su lugar, logró oír una risa macabra que le heló la sangre.
—No es gracioso, Nicolás. ¿Dónde te metiste? —Preguntó el chico, visiblemente perturbado.
Al llegar al final del camino y girar a la derecha, logró distinguir la silueta de su amigo más adelante. Respiró aliviado y lo llamó por su nombre, pero este no respondió.
Al acercarse lo suficiente, tocó su hombro y este volteó lentamente a verlo, mostrándole su rostro pálido y cubierto de sudor.
—¿Qué pasa amigo? ¿Qué viste? —Preguntó.
—Nada, Maxi. Todo está muy bien.—
Sin decir nada más, el afectado empezó a caminar de regreso. Maximiliano, poco convencido por la respuesta que había recibido, se limitó a seguir a su amigo a través del oscuro pasillo.
Minutos después, al llegar al salón que conectaba los caminos, el mayor de los jóvenes, al percatarse que no había rastro de la escalera, empezó a desesperarse.
—No, no, no puede ser. ¡Estaba acá! ¡De acá venimos! —Exclamó desesperado.
Algo estaba pasando y el chico lo sabía. El salón donde se encontraban era precisamente por donde habían subido, pero no había rastro de la escalera: solo había pasillos oscuros, idénticos entre sí. Donde antes se conectaban dos de ellos, ahora los había en todas las direcciones. Curiosamente, al final de cada uno se podía apreciar la misma habitación iluminada, con la puerta abierta de par en par.
Para empeorar la situación, empezaron a escucharse risas provenientes de todas las habitaciones. Sin embargo, esta vez no se trataba de risitas inquietantes, si no de carcajadas horripilantes, las cuales se volvían más fuertes y exageradas de forma exponencial.
Aturdido por lo surrealista de la situación y ante la notable indiferencia de su compañero, Maximiliano explotó contra él.
—¿Qué te pasa hermano? ¿Sos idiota? ¡Reaccioná! Tenemos que salir de acá ahora mismo.—
Inmediatamente después, tuvo la certeza de que algo estaba mal, terriblemente mal, cuando Nicolás lo miró a los ojos y le respondió con una voz ronca, mientras esbozaba una sonrisa grotesca, revelando varias filas de dientes podridos y deformes.
—No, Maxi. No hay salida