Cuando llegó la noche, después de una cena rápida con su madre, Eloy se metió en su habitación. Es la estancia más básica de la casa, solamente contiene una cama, un escritorio que a su vez hace de una pequeña librería y una diminuta mesa que actúa de mesilla, donde descansa sobre ella el despertador que todas las mañanas suena para el comienzo de un nuevo día. No se parece en lo más mínimo a su habitación de cuando era pequeño: una cama enorme, una librería que abarcaba desde el suelo hasta el techo y de pared a pared, alfombras, cuadros, y toda la decoración y juguetes que se le pueda ocurrir a unos padres con dinero que complacían todos los caprichos de su hijo. Por otro lado, su habitación actual es la única estancia que tiene un baño propio. Su madre decidió cedérsela, aunque fuera la habitación principal, porque cuando se mudaron a esta casa, Eloy quedo fascinado con el gran ventanal, que proporciona unas vistas magníficas al jardín trasero y a un pequeño lago. Pensó que haciendo ese gesto por su hijo podía hacerle el cambio más agradable. Menos duro.
Una vez que terminó de ducharse en su propio baño - es el único que lo usaba - y de preparar más o menos la mochila para el día siguiente, se dejó caer sobre la cama, se colocó los auriculares en los oídos para escuchar música, para romper el silencio que se establecía en su habitación cada noche, el silencio que tanto odiaba, para intentar no pensar en lo que había sucedido durante la clase de química.
Con el miedo metido en el cuerpo, la mente le funcionaba a toda velocidad, buscando alguna razón lógica de porque había escuchado esa voz. Mientras, la música sonaba, aunque a un volumen moderadamente alto, se escuchaba de fondo, ya que sus pensamientos iban un tono por encima del sonido. Tras un largo rato intentando buscar una explicación de porqué había escuchado con tanta claridad esa voz, firme y aterradora, diciendo su nombre, se le enlazó otro pensamiento. El que le atormentaba todas las noches. El recuerdo de la muerte de su padre. Cuando llegó la madrugada, como casi todos los días desde hace ocho años consiguió caer en un sueño profundo. La música siguió sonando como cada noche hasta que el reproductor se quedó sin batería.
La mañana siguiente se repitió como siempre; desayuno rápido, mochila colgada, verificación de que lleva los auriculares, la voz de su madre diciéndole adiós desde la cocina. Cuando salió por la puerta para encontrarse con su compañero Víctor, decidió no pensar en lo ocurro. Solo había sido su mente jugándole una mala pasada. Mientras iba camino al instituto, en silencio como siempre con su compañero, se repitió a sí mismo una y otra vez: nada raro. Solo es el cansancio.
Eloy piensa agradecido que la mañana ha pasado rápida y sin contratiempo. Al ser un chico solitario, deambula por los pasillos entre clase y clase. Solo. Sin compañía. Rara vez se le une su vecino que al igual que el camino hacia el instituto recorren los pasillos en silencio. Solo le queda una clase, que es la clase de historia, la profesora que la imparte se llama Marta, de estatura media que siempre se peina su pelo rubio en un moño bajo y suele vestir con faldas de tubo hasta la rodilla y blusas finas.
Mientras que la profesora estaba explicando la lección que correspondía para la clase de hoy, Eloy se sumó en sus pensamientos. Al no soportar el silencio siempre, siempre, siempre, tiene que estar pensando en algo. El silencio interno es el que más le asustaba. Había veces que pensaba en cosas interesantes, como los planes del futuro, otras veces, en cambio, pensaba en cosas que no servían para nada, como por ejemplo, en colores o contaba del uno al cien repetidamente, solamente para acallar el silencio.
Durante uno de los pensamientos que estaba teniendo en mitad de la clase, se le helo la sangre, el vello de los brazos se le erizo. Los músculos se le quedaron rígidos.
-Yo también me aburro. - contesto la voz.
No había movido labios. No era un pensamiento. Era alguien más, dentro de su cabeza.
Cuando consiguió recomponerse un poco de la situación se atrevió a pensar:
- ¿Quién eres? - nada más termino este pensamiento se le escapó una risita nerviosa. No se podía creer que haya preguntado eso como si alguien fuese a contestar.
- Soy tú… o quizá no… - dijo la voz con calma - ¿Quieres que te lo demuestre?
Eloy empezó a notar como la sangre le desaparecía de la cara, empezó a notar un temblor que subía desde los pies hasta la cabeza. El miedo, la angustia y quizás un poco de rabia, se apoderó de todo su cuerpo. Miedo, por ser una situación que se encuentra fuera de lo normal, angustia, por si algunos de los presentes en la clase se había dado cuenta de su reacción, y rabia, por no saber de dónde ha salido esa voz, aunque algo muy en su interior le resultó familiar, como si años atrás la hubiese escuchado. Rápidamente se quitó ese pensamiento de la cabeza, porque era imposible. Se negó a sí mismo que nunca, nunca, había escuchado esa voz. Pero no podía estar más equivocado.
Para poder calmar todas las sensaciones que tenía incrustadas en su cuerpo, Eloy se agarró a los bordes de la mesa y empezó a respirar de forma pausada. Rítmica. Cerró los ojos con más fuerza de lo habitual. Como un parpadeo más largo, deseando que esa voz nunca hubiese existido. Cuando por fin se calmó, abrió los ojos. Lo que creyó que era calma, no lo era en absoluto, si no, que, por el contrario, se puso más nervioso que antes, provocando una sudoración fría que le bajaba desde la nuca hasta el final de la espalda. Estaba petrificado mirando su cuaderno de apuntes. Ahí estaba. No sabía cómo. Vio que había escrito algo en la hoja sin darse cuenta. Tres palabras. En letras temblorosas.
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Editado: 09.11.2025