Una vez que terminó la clase de Historia, Eloy estaba fuera del instituto, pegado a la valla donde siempre esperaba a su compañero y vecino Víctor para volver a casa juntos. Le gustaba esperarle siempre en el mismo sitio porque, desde ese punto, se veía el imponente edificio donde estudiaba. Con cinco plantas y paredes recubiertas de ladrillo antiguo. Era lo que más le gustaba de la ciudad donde vivía. Estaba mantenida con arquitectura antigua, estilo medieval.
Ese día, Víctor le dijo que iba a salir más tarde, porque la profesora le había pedido una tutoría al final de las clases. A Eloy no le importó; mientras le esperaba, se colocó los auriculares como de costumbre y empezó a escuchar música. La tenía de fondo. No le estaba prestando atención y su mente estaba asimilando lo que acababa de suceder en clase. ¿Con quién había hablado? ¿Cómo era posible que apareciesen esas tres palabras en su cuaderno de apuntes? No recordaba haberlas escrito él mismo, pero no había otra posibilidad.
Su compañero apareció por la puerta e iniciaron el camino de vuelta a casa. Como siempre, en silencio. Y parpadeo.
Cuando abrió los ojos, estaba en su habitación. No recordaba el trayecto. Ni haber saludado a su madre, ni siquiera recordaba subir las escaleras y encerrarse en su habitación. Solamente un vacío. Como si alguien hubiera borrado una parte de la película de su vida.
Con el cuerpo aún temblando, y el miedo recorriendo cada nervio de su cuerpo, se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha. Accionó el grifo para que saliese el agua y se giró para empezar a desvestirse. Fue ahí, en el momento de quitarse la ropa, cuando le entró un pánico atroz. En el reflejo del espejo lo vio. Una mancha oscura y seca en su camiseta. Justo en el borde de la tela.
Se quitó la camiseta lo más rápido que pudo, y la revisó con cuidado. Busco arañazos en su piel, pero no había nada. La mancha de sangre que estaba viendo en ese momento no era suya.
El aire se volvió pesado, sintió que alguien lo observaba desde el interior de su propia mente.
—¿Lo ves? —susurró la voz. Divertida—. Ni siquiera recuerdas lo que hiciste.
—¡No he hecho nada! —pensó Eloy con rabia.
El silencio lo envolvió de repente. Toda esta situación le empieza a sobrepasar, al no ser capaz de entender qué es lo que ha pasado. Al no ser capaz de recordar qué pasó durante el trayecto del camino hacia casa.
Con la rabia apoderándose de todo su cuerpo, volvió a pensar:
—¡No he hecho nada! —fue un pensamiento que, si hubiese sido hablado, la voz se le quebraría.
—¿Qué estás haciendo conmigo? —preguntó en el siguiente pensamiento de forma acelerada.
—Lo sabes perfectamente… —Volvió a susurrar la voz, esta vez con voz grave—. Estoy volviendo al lugar que me corresponde.
Tras esa afirmación escalofriante y aterradora, el silencio seguía envolviendo el cuarto de baño, y Eloy, cada vez más nervioso por la situación, se sujetó la cabeza con las dos manos.
—¡No he hecho nada! —Esta vez no fue un pensamiento, sin darse cuenta soltó aquel grito, como si le estuviese quemando, como si no lo soltaba, se desgarraba por dentro.
Natalie, que en esos momentos se encontraba tumbada en el salón, en un simple sillón de dos plazas, viendo su programa favorito en la televisión, al escuchar ese grito, que provenía de la habitación de su hijo, subió corriendo las escaleras para saber qué estaba sucediendo. Cuando llegó a la habitación, se quedó por un segundo paralizada, sin saber cómo reaccionar, sin saber qué decir. Se encontró a Eloy, sentado en el suelo, temblando. En la misma posición que años atrás cogió como costumbre después del accidente.
—¿Qué pasa, cariño? —consiguió preguntar Natalie con la voz temblorosa por el pánico que se había apoderado de su cuerpo. No había visto a su hijo en este estado desde el fallecimiento de su marido.
—Na… nada, mamá —consiguió balbucear Eloy tras una larga pausa—. No pasa nada, déjame solo, por favor —dijo sin ni siquiera mover la cabeza para mirar a su madre. —Quiero estar solo.
Natalie no estaba tranquila, pero al saber cómo es su hijo, se dio la vuelta lentamente y salió de la habitación. Pensando que Eloy le contaría lo que pasaba. Pensando en si había vuelto la situación del pasado.
Cuando se cercioró de que su madre había salido de la habitación y recuperó la fuerza de las piernas, se levantó lentamente del suelo y lo primero que hizo fue tirar la camiseta a la basura. No quería verla. No podía verla su madre.
Se terminó de quitar la ropa que aún tenía puesta y se metió en la ducha, donde seguía corriendo el agua. Mientras se frotaba con más fuerza que nunca, como si quisiera eliminar todo lo malo. Incluidos los pensamientos. La mente no paraba de darle vueltas a lo que había sucedido. Pero sin verlo venir. Sin avisar. Sin permiso. Le avasalló un pensamiento que hacía mucho tiempo que no tenía. Un pensamiento que creía superado. Un pensamiento de culpa.
—¡No he hecho nada! —volvió a pensar, esta vez con tristeza, nerviosismo y entre sollozos.
Tras unos segundos de silencio, donde solamente se escuchaba el agua que caía del grifo. La voz volvió a aparecer y le respondió de forma suave y cariñosa:
—Eso es lo que tú te crees.
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Editado: 09.11.2025