El huevo

El huevo

   Era raro, muy raro. Abraham me había dicho de que nos encontraríamos con algo inusual, me había preparado, pero era la primera vez que veía algo así. Él no se mostraba muy extrañado, lo observaba con curiosidad, pero un sentimiento de nostalgia se reflejaba con recelo en su rostro. 

   —Vení, pibe —me dijo, sin quitarle los ojos de encima a la masa palpitante que yacía frente a nosotros —. Quedate acá, sacá un par de fotos. Me dijeron que vive un viejo acá, y mirá, tiene la puerta entreabierta. Voy a ver que onda.

   —Dale, pero… ¿qué mierda es eso?

   —No tengo ni la menor idea —respondió antes de ponerse de pie—. Pero no lo toqués, no tiene buena pinta.

   —Parece algo sacado de Hombres de Negro —le dije, soltando una pequeña carcajada. 

   —Ahí vengo, voy a pedirle a más gente que venga también.

   —Dale.

   Entró a la casa, dejándome solo con esa cosa. Saqué mi celular y tomé algunas fotos, desde distintos ángulos. Cada vez que la observaba, me daba más asco. Era un tumulto de carne rosada y estaba recostado encima de uno de los módulos de pasto del patio delantero. Estaba vivo, sus venas y arterias latían con fuerza y eso le daba ese palpitar a su figura. Tenía unos pocos vellos sobre él, pero no había nada parecido a una boca o nariz. Tampoco había rastros de que pudiera haberse caído de algún lado o de que se halla arrastrado; parecía haber aparecido de la nada. 

   —No sabés el olor que hay adentro. Me costó encontrar el cuerpo, pero ahí está —me dijo Abraham—. El viejo ya está podrido. Está morado y podrido. No sé de qué mierda murió, pero parece que fue hace rato ya. Y, ¿sabés qué es lo más raro, aparte de la mierda esa ahí en el suelo? Que nos llamaron hace media hora porque alguien estaba llorando adentro, y ese tipo se habrá muerto como hace una semana, por cómo está.

   —Que cosa mas rara… —acoté, observando la casa. —¿Y este tipo vivía sólo?

   —Parece que si. Y su casa está bien cuidada, salvo por unos papeles revueltos que tiene adentro, ni una telaraña. Bueno, igual ya me dijeron que las ambulancias venían para acá. Yo voy a tener que hacer un informe de esto y, nada más.

   —¿Y qué vamos a hacer con esa mierda?

   —Mirá, no tengo ni puta idea de qué es eso. Pero tampoco quiero llevármelo ni que la gente se ponga a romper las pelotas porque está ahí. Llevémoslo al patio de atrás y tapémoslo con algo, total, nosotros no tenemos nada que ver —. Se lavó las manos y solucionó el problema, no me quedó otra que hacerle caso y ayudarlo.

   Era áspera, la "piel" de esa cosa era áspera, parecía una piedra, y al tacto podía sentirse como sus venas o lo que sean se movían dentro suyo. Lo dejamos en el patio de atrás y lo tapamos con una sábana, escondido en un rincón.

   A la vuelta, aprecié un poco la sala de estar del viejo. Era una casa muy bien cuidada, las paredes estaban impecables, los muebles sin ninguna mancha, y tenía un orden casi obsesivo con la disposición de los cuadros de color rojo que colgaban en la pared. 

   La libreta blanca que se entreabría de forma seductora sobre el suelo era el único punto que contaminaba el orden histérico del viejo. Supuse que había llegado allí luego de que muriese, no creía que la hubiese permitido quedarse en aquel lugar. La tomé, sin prestarle mayor atención y la metí en uno de los bolsillos de mi uniforme. La ambulancia llegó y retiraron al viejo en una camilla, tapado con una sábana blanca, no pude verle ni siquiera un dedo.

   —Bueno, estamos listos. Si querés podes irte a tu casa ya, voy a dejar solo a Fede hoy.

   —Dale. Nos vemos mañana temprano entonces. ¿ Por acá pasa algún colectivo que me deje en la casa?

   —Si, allá en la esquina. Tomate el 134 y andá tranquilo. Nos vemos mañana. Y tratá de no darle muchas vueltas a lo que pasó hoy, no te calentés la cabeza.

   —Como digás. —Saqué un cigarrillo y lo prendí, sosteniéndolo entre mis labios —. Nos vemos mañana.

   Al próximo día me desperté a las cinco y cuarto de la mañana. No pude dormir esa noche, le había estado dando vueltas a lo que pasó temprano y me era imposible relajarme. María estaba en la casa cuando llegué, me estaba esperando con una picada. Charlamos un rato, nos acostamos y nos dimos algunos besos, no pasó a lo siguiente, aunque yo estaba con toda la disposición, ella no quiso y lo respeté. Ella era muy agradable conmigo, siempre se preocupaba de darme comida y de que no me sintiera tan solo entre tanto estúpido que asistía a la comisaría, sus mensajes me llegaban a horarios puntuales e iluminaban un poco mis días grises.

   La dejé dormir y me levanté en silencio. Llegué a la cocina, me preparé un café y me prendí un cigarrillo, la rutina de todas las mañanas. Ahí me quedé, divagando en medio de la sala oscura como hasta las seis y media, y entonces, en el enrevesado laberinto de mi cabeza, me encontré con la libreta del viejo en medio de mis recuerdos. Enseguida me levanté de la silla, entré a mi pieza en silencio y la saqué de mi uniforme, volví a la cocina, prendí la luz y la abrí.

   “ El hombre se acostó sobre ella. Qué buena que estaba. Ojalá hubiese sido yo.

       Hoy no pude ir, mi madre me necesitaba. Ella si iba a ir, pero creo que hoy iba con el otro, mañana la veré.

       Lo ví, hoy salió. ¡Al fin nuestros esfuerzos dieron frutos! ¡El Señor nos ha recompensado!

       Hoy fue con los dos. ¡Esa piba está loca! ¡Es una puta total!

       El viejo se lo llevó. Él no se lo merecía. Hijo de puta. No puedo tenerla a ella ni al huevo. Todo es una mierda.

       Parece que hay otro. O eso escuché. También está por empezar la selección, espero no caer esta vez.

       Estoy cagado. Me mandé una cagada enorme. Creo que me va a comer. Lo siento. Se me pegó cuando lo traje. Siento como no me quiere. No se que tanto tendré de malo.”




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