Evangélica caminó de regreso a Ciudad Inferior con cuidado, asegurándose de que no lo siguieran. Se deslizó por uno de los callejones laterales y entró en un edificio vacío. La puerta del sótano estaba cerrada con llave, pero él forzó la cerradura rápidamente y la atravesó hasta la oscura escalera, cerrando la puerta detrás de él.
El sótano estaba húmedo y tan oscuro que tuvo que aumentar al máximo su visión nocturna (explosiones controladas de rodopsina) solo para poder ver. Se movió por la habitación lentamente, hasta que vio la grieta reveladora en la pared que estaba buscando. Empujó el ladrillo que sobresalía de la pared y vio que la grieta se ensanchaba, lo suficiente para poder atravesarla.
Después de unos cuantos metros de túnel rocoso, Eva encuentra otra puerta, oxidada y vieja. Conducía a una de las muchas estaciones de metro abandonadas de la Ciudad Inferior. Saltó a las vías, muertas hace mucho tiempo, y caminó hacia el túnel. Cuando encontró la segunda puerta de servicio a la izquierda, se detuvo y colocó su mano sobre el metal engañosamente descolorido. Unos segundos después, una luz verde pasó por el borde de la puerta. La luz hizo un giro completo, luego otro, y se desvaneció cuando la puerta se abrió. Verónica y Rafael le esperaban al otro lado.
Rafael le sonríe—Sabía que volverías —dice él dejándole pasar a dentro.
—Ningún rastreador tampoco. Estoy impresionada —Vero agrega, leyendo los resultados del escaneo en su D.P.T. (Detector portátil táctil), apagando la pantalla y mirándola con extrañeza.
Eva los sigue por el corto pasillo hasta la larga rampa de descenso. Los túneles de la rampa estaban bien iluminados, y sus paredes grises monótonas se sentían casi alegres en comparación con el aire opresivo que había dejado afuera.
—Les dije que volvería —Rafael informa a todos los presentes. Mirándola por encima de su hombro, para seguidamente guiñarle un ojo.
Eso hizo que algo en el estómago de Eva se agitara aunque también la pone triste... su esposo la había dejado para siempre. No sabía ni siquiera porque había venido aquí. Pero no desprecia o intenta resistirse cuando los brazos de Rafael la rodean y la carga para llevársela una pequeña solitaria habitación, donde la postra sobre una cama.
—Le intenté contar a David lo que pasó... pero solo me llamo pecadora..., y me dijo que me va a dejar... No quiere que arruine su oportunidad... de conseguir un ascenso en la Inquisición —dice Eva, incapaz de dejar de llorar.
—Tranquila ¿Qué tipo de ascenso? —le pregunta Rafael acariciando su espalda, de una manera bastante relajante.
—Inquisidor supremo —responde Eva.
Rafael silba—Maldición. No se puede llegar mucho más alto que eso.
—Cuando intenté explicar por qué tenía los nano bots, él... — boca de Eva se cierra de golpe, casi en contra de su voluntad, cuando recordó lo que había sucedido.
Rafael le abraza con más fuerza—¿Supongo que hoy no salió según lo planeado?
Eva niega con la cabeza y se hace crujir los nudillos, recordando a Vicente y su sonrisa, más lo frío que había sido David. La distancia entre ellos se había hecho cada vez más grande este año pasado hasta que sintió que estaba parado en el lado opuesto de un abismo, tratando de hablar con alguien cuyo rostro era no podía llegar a ver.
—Pero volviste. Te dejan ir, al menos. Eso es más de lo que puedes decir de la mayoría de los Pecadores que entran en el territorio de la Inquisición.
—Sí... Me dejaron ir... —Eva resopla entre sollozos más calmados—. David casi hace que me arresten, y uno de esos perros del Vaticano trató de reorganizar mi cara.
Está enojada pero una caricia de Rafael nuevamente la calma. Se sienta en la cama y levanta los ojos hacia los de él.
—Gracias a sus nano bots, no tengo ni un rasguño.
Él le palmea suavemente en la rodilla—No lo menciones, fue todo un...
El resonar de una alarma terriblemente fuerte hace que Eva se tape los oídos y se mire a Rafael, en busca de una explicación. El pecador la se levanta de la cama y corre hacia la puerta de la pequeña habitación. Eva le sigue y contempla el caos. Un hombre al que no le habían presentado pasa corriendo junto a ellos, sosteniendo a una mujer rubia, que no solo parecía inconsciente, sino prácticamente muerto. Ellos dos entran al cuarto de Lucí, solo para que poco después el hombre salga solo.
Finalmente detiene a Rafael y pregunta—¿Qué está pasando?
—Un verdugo —Rafael responde, con los ojos muy abiertos por el miedo—. Hay uno justo encima de nosotros.
Los Verdugos eran las máquinas de guerra favoritas de los Inquisidores. Enormes tanques con mucha libertad de movimientos y una apariencia humanoide que servía para infundir más miedo. Contaba con un núcleo energía casi ilimitado, que podía estallar cuando se veía arrinconado y por supuesto llevaba consigo un arsenal capaz de arrasar diez cuadras de la Ciudad.
—¿Qué hacemos? —pregunta Eva.
—Luchar —dice Verónica lanzándole un rifle láser como si nada—. Pueden ser veloces, pero están hechos de metal. Por lo que se recalientan y tienen que frenar un segundo para ventilarse. En ese momento apunta a las articulaciones de las piernas y cuando el ojo se abra, apunte directamente al centro. Sigue nuestro ejemplo y no mueras —dice para luego alejarse y cruzar la habitación, volviendo a uno de los casilleros de armas abiertos.
—¿Qué hay de…? —Eva mira nuevamente el cuarto que sabía estaba repleto de servidores —¿Está aquí por Lucí?
Rafael niega con la cabeza—No, no han venido a nuestras calles así en años —le responde él agarrando un rifle del casillero más cercano y corre tras los otros pecadores.
Eva traga saliva, preguntándose por la posibilidad de que le hayan seguido, estaba segura de que no... Pero de todos modos mira su rifle y luego vuelve a mirar a Rafael y le sigue al exterior.
Editado: 16.07.2023