El Idiota Del Que Me EnamorÉ

TENGO UNA SORPRESA

KÁISER CROWTHER

ALEMANIA, BERLÍN

PALABRAS CARGADAS DE VERDAD

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No pienso en nada que no sea ver su cara destrozada por mis nudillos. Sé perfectamente donde lo puedo conseguir y esto es una declaración de guerra, ha tocado lo que es mío y no solo eso, todavía tengo en la cabeza las cosas que me dijo sobre ella y él. No puedo apartar de mi cabeza esas imágenes, voy a matarlo, este donde este voy arrancarle la cabeza.

— ¡Káiser! — escucho que me llaman, pero no me vuelvo, sigo de largo — ¡Oye, amigo a donde vas!

Mis ojos lo ven de espalda, perfecto, porqué voy a tomarlo por el cuello y le clavaré la cabeza contra el concreto, me importa una mierda si termino preso, pero a ella no me la toca nadie, mucho menos un desgraciado que lo único que hizo fué burlarse de ella.

— Káiser, espera un momento no puedes… — lo dejo con la palabra en la boca cuando lo empujo lejos de mí.

Lo tomo del cuello de la camisa y lo arrastro hasta el suelo. Por su cara de satisfacción, entiendo que esto era lo que esperaba, al igual que en la cancha, simplemente que ahora no está ella para detenerme.

— ¿Te parece divertido? — le suelto un golpe en la cara.

— ¿Viniste por más? — me responde con arrogancia y me empuja alejándome de él.

— Te advertí que no te acercaras a ella.

— No eres nadie para advertirme nada… — un puñetazo le parte la boca y me le voy encima.

No estoy dispuesto a escuchar nada que tenga que ver con ella. Voy a matarlo y no habrá nadie que lo impida. Le suelto golpe tras golpe y siento que los nudillos me arden, pero no me importa, no estoy pensando con claridad, la sola idea de ellos juntos, me revuelve los jugos gástricos.

— ¡Por favor, separenlos! — se escucha alguien a lo lejos.

— Eres un jodido cabrón — mis manos aprietan su cuello — Ir a verla ha sido una de las estupideces más grandes que has cometido — siendo el sabor metálico en la boca.

Mete sus manos por debajo y me da un empujón que me saca el aire. No puedo negar que se sabe defender, pero tengo tanta cólera acumulada, que son más las ganas de matarlo, que de golpearlo.

— Ella volverá a mi, muchachito imbécil — arremete con palabras hirientes que me resbalan.

— Aisha, nunca volverá a estar contigo — le devuelvo los golpes y su cara parece irreconocible — ¿Sabes porqué?

Forcejeamos en el suelo, y aunque se escucha un murmullo de personas, nadie se mete para separarnos. Sigo golpeándolo, logra darme sobre las costillas y se que me ha partido el labio porqué pruebo mi propia sangre. Me tumba sobre el suelo y se coloca sobre mi.

— No sabes lo que daria por volver a tenerla entre mis brazos — murmura haciendome sentir asco y le devuelvo el golpe y ahora soy yo quien está encima de el, llevo mi rodilla a su pecho haciendo presión y si quieres palabras rudas, le daré rudeza.

— No volverás a tocarla maldito imbécil — presiono — Porqué no hay nada más delicioso que escuchar como grita de placer, y gime mientras la deshago entre mis brazos.

— Maldito hijo de… — vuelvo a presionar más la rodilla y se va poniendo rojo.

— El único maldito aquí eres tú — le parto la nariz con los nudillos sin dejar de presionar la rodilla sobre su pecho — Aisha, ahora es mí mujer y todas las noches grita mi nombre — vuelvo a pegarle en el rostro y se desmaya.

Le escupo la cara y con la rabia le atino una patada sobre las costillas.

— ¡Ella es solamente mía! — me voy de allí con las manos temblorosas, me limpio la sangre de la boca y busco mi auto para irme a la casa. Se me acercan algunos amigos, pero les digo que me dejen en paz.

Con las costillas doloridas, el pecho subiendo y bajando por la falta de aire, y las ganas que tengo de devolverme para acabar con él, consigo el auto, me tiemblan las manos y me subo para salir de este lugar y largarme a mi casa.

No se cuanto tiempo ha pasado desde que entré a mi casa, apenas si me cure algunas heridas, pero las luces estan apagadas, se ha hecho de noche y no he tomado ni una sola llamada de Aisha, me estoy volviendo loco y prefiero no verla en este momento para no decir cosas que puedas herirla. Voy por un vaso de agua, me siento nuevamente en la penumbra de mi sala cuando escucho que alguien está afuera.

— Maldición — murmuro.

¿No podía quedarse en su casa? Por supuesto que no, es demasiado testaruda. Dejo en vaso sobre la encimera y me acerco con sigilo a la puerta a esperar que ella entre.

La puerta se abre y la puedo observar mira a los lados, la luz de la calle me permite verla, pero desde mi posición ella no logra mirar donde estoy. Está preocupada, la conozco lo suficiente, cierra la puerta y me acerco a ella tapando la boca. Forcejea un poco y espero hasta que se de cuenta que soy yo, nadie más que yo.

— ¿Qué haces aquí? — pregunto con rabia.

Estira una mano para tantear donde está el interruptor de luz, pero antes que la encienda la llevo lejos de la pared.




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