Min-Ji
La sala de juntas de Titan Group era tan fría y silenciosa como siempre. Una mesa larga de madera oscura dominaba el lugar, rodeada por los principales accionistas de la compañía. Todos estaban vestidos impecablemente, con trajes oscuros y miradas tensas, como si cada decisión en esa sala pudiera significar la caída o el ascenso de un imperio.
Yo me senté en la cabecera. Ese lugar siempre había sido mío desde que heredé la empresa, y lo defendía con uñas y dientes. Mi postura era recta, el rostro impenetrable. Nadie debía sospechar lo que pasaba dentro de mí. Por fuera era hielo; por dentro, un fuego que había aprendido a controlar.
Las puertas se abrieron con un sonido seco, y todos voltearon. Entró él.
Alto, elegante, de traje negro perfectamente ajustado. Su caminar era seguro, como si cada paso estuviera calculado para imponerse. Su mirada oscura recorrió la sala antes de detenerse en mí. Ese instante bastó para que un escalofrío recorriera mi espalda. No porque me intimidara, sino porque sus ojos no eran los de un socio, sino los de un hombre con demasiadas batallas en la mirada.
Ji-Hoo. El representante de Han Group. El hombre que, según la invitación, quería hablar de una fusión estratégica.
Me levanté lentamente para recibirlo, aunque cada fibra de mi cuerpo quería permanecer sentada, dándole la espalda.
—Bienvenido a Titan Group —dije con un tono firme, carente de emoción.
Él sonrió, pero no fue una sonrisa cálida, sino un gesto arrogante.
Ji-Hoo
Ahí estaba. Min-Ji. La mujer que había jurado odiar.
Sentada en la cabecera de esa mesa, rodeada de hombres mayores que parecían inclinarse a su voluntad, ella irradiaba poder. Vestía un traje blanco que contrastaba con su cabello oscuro y su piel delicada. Sus labios formaban una línea firme, y sus ojos... esos ojos eran fríos como el acero. Nadie diría que detrás de esa mirada podía esconderse un corazón.
"Presumida", pensé al instante. "Altiva, inaccesible. Nadie podría soportarla más de cinco minutos."
Me acerqué despacio, fingiendo cortesía, aunque lo único que quería era desenmascararla. Incliné apenas la cabeza en un gesto de saludo.
—Un honor estar aquí, señorita Min-Ji —dije con voz segura.
Ella no respondió de inmediato, solo me observó como si quisiera atravesarme con la mirada. Una pausa incómoda inundó la sala hasta que finalmente habló:
—Esperemos que su presencia valga la pena, señor Ji-Hoo. Titan no pierde tiempo en banalidades.
Las palabras me provocaron una carcajada interna. Altiva, tal como lo imaginaba. No había duda: su arrogancia era insoportable.
Min-Ji
Ese hombre me irritaba. Desde el momento en que entró, su aire de superioridad me resultó patético. Tenía la sonrisa de alguien que creía controlar la situación, la mirada de quien se piensa por encima de todos.
Lo odié al instante. No por lo que decía, sino por lo que representaba. Demasiada confianza. Demasiado egocentrismo. Titan había lidiado con hombres como él muchas veces: depredadores de negocios que creían que podían doblegarme. Pero Ji-Hoo... había algo diferente en él. Una oscuridad, una fuerza que no lograba descifrar.
Me crucé de brazos y hablé con calma, dirigiéndome también a los accionistas:
—Han Group busca una alianza. Titan no regala su confianza. Si están aquí, tendrán que demostrar que lo merecen.
Sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada, provocadora.
Ji-Hoo
Me acerqué a la mesa y tomé asiento frente a ella. Su voz firme resonaba en la sala, captando la atención de todos, como si fuera la reina indiscutible de este imperio. Y quizá lo era. Pero yo no había venido a inclinarme.
—La confianza no es algo que se merezca, señorita Min-Ji. Se gana... y se roba, si es necesario —contesté, dejando la frase caer como un desafío.
Un murmullo recorrió la sala de accionistas. Sabía que mis palabras eran una provocación, y eso era justo lo que quería. Quería ver cómo reaccionaba. Quería ver si la reina de hielo podía perder el control, aunque solo fuera un segundo.
Ella arqueó una ceja y me sostuvo la mirada. Por un instante, sentí una chispa recorrer el aire, como si ese silencio entre nosotros fuera más fuerte que las palabras.
"Interesante", pensé. "Tan fría y perfecta por fuera... pero estoy seguro de que se esconde algo más bajo esa fachada."
Min-Ji
No me dejé intimidar. No podía hacerlo. Si algo aprendí en Titan fue que mostrar debilidad significaba firmar tu sentencia de muerte.
Lo observé detenidamente. Su postura segura, su manera de desafiarme sin titubear. La sala estaba expectante, como si todos los presentes entendieran que algo más profundo estaba ocurriendo entre nosotros.
Por dentro, un lado olvidado de mí quería sonreír. Quería decirle que se equivocaba, que yo no era esa mujer de hielo que todos temían. Pero ese lado estaba enterrado hace mucho tiempo. Ya no sabía cómo mostrarlo.
Apreté los labios y respondí con frialdad:
—En Titan no se roba nada, señor Ji-Hoo. Aquí se sobrevive. Y créame... no todos están hechos para resistir.
Vi cómo su sonrisa se desvanecía apenas un segundo, antes de regresar. Y ese instante me bastó para comprenderlo: este hombre no era como los demás. Era un enemigo.
Y, de alguna manera, también era un peligro que me atraía.
Ji-Hoo
Su respuesta fue como un golpe directo al ego, pero en lugar de enfurecerme, me hizo sonreír más. Min-Ji era exactamente lo que esperaba... y al mismo tiempo, mucho más.
Mientras los accionistas retomaban la conversación sobre cifras y contratos, yo apenas escuchaba. Mi atención estaba fija en ella. Sus gestos medidos, su voz segura, su frialdad calculada. Todo en Min-Ji me provocaba una mezcla de irritación y... fascinación.
Pero debía recordarme a mí mismo: no estaba aquí para admirarla. Estaba aquí para destruirla.