El trueno fue tan fuerte que hizo vibrar el vidrio.
Abrí los ojos de golpe —no como quien se despierta, sino como si algo me hubiera empujado desde adentro del sueño. El silencio era absoluto. La oscuridad, total. Por un instante dudé si estaba realmente despierto.
El pecho me latía con violencia, como si me hubieran arrancado de un lugar que no quería soltarme. Tragué saliva; me ardía la garganta. El sudor frío bajaba por la sien como si mi cuerpo intentara expulsar algo más que calor.
El reloj digital brillaba en rojo: 3:03 AM. Otra vez. Siempre esa hora. Como si el tiempo se repitiera por la decisión de algo que quiere que recuerde ese momento de la madrugada.
Me pasé la mano por la cara. El aire estaba espeso: la mezcla de sudor, calor y una densidad invisible me revolvió el estómago. Ya no estoy seguro de que sea insomnio.
El cuarto no temblaba… pero algo cruzaba el aire. Como si señales invisibles me rozaran sin tocarme; pequeñas descargas de sensación que no sabía nombrar. El espacio parecía cargado, un silencio con corriente.
Y entonces ocurrió.
Un relámpago iluminó todo como un flash. En ese instante vi algo junto al perchero: una figura casi humana, incompleta, como si apenas hubiese logrado cruzar desde otro lugar. La luz la obligó a existir por un segundo. El trueno estalló; la luz murió; la figura también.
Me quedé inmóvil. Después me levanté sin encender la luz y caminé hacia el escritorio. Al apoyar la mano en la mesa la computadora emitió un clic y se encendió sola. La tapa se abrió apenas, con un susurro casi imperceptible.
La pantalla negra parpadeó. Una línea de texto verde apareció:
C:\> No estás solo, Kim Jae-min_
Me detuve. Mi nombre completo. No solo “Jae-min”. Kim Jae-min —tal como figura en mis papeles. Nadie lo dice así: ni los amigos, ni los profesores. Solo mi abuela, cuando quería hacerme reír. Ella murió hace años.
Un archivo comenzó a descargarse sin que yo hiciera nada. Por un segundo tuve la sensación de que no era solo un archivo: era una pieza, parte de algo mucho más grande. Una red. Un sistema. Un conjunto de fragmentos dispersos esperando ser encontrados.
Nombre: sombra_3o3.log
Peso: 3.03 MB
Hora: 3:03 AM
No hice nada. No pude. Tampoco quise. El archivo se instaló solo y luego desapareció. Pero no del todo.
La computadora vibró. El cursor se movió como si alguien lo empujara. En el centro de la pantalla apareció un símbolo: un triángulo invertido con un círculo incompleto. Me resultó familiar, como si fuera un fragmento de un signo ancestral; una parte de un todo que aún no comprendo.
Intenté moverme, pero no pude. Sentía que mi cuerpo no obedecía a mis pensamientos, como si algo invisible se interpusiera entre la decisión y el movimiento.
Detrás de mí, en la pantalla… una silueta. No era un reflejo. No imitaba mis movimientos. Yo estaba quieto; aquello me observaba. Levantó la cabeza, como si intentara entenderme. Su forma tembló; por un segundo pareció intentar imitar una sonrisa, pero no lo logró. No era un gesto: era una presencia.
Fui hasta la ventana. Afuera, bajo la lluvia, una figura se recortaba entre dos faroles. Inmóvil. La ropa pegada al cuerpo. Me miraba como si supiera que yo la observaba, como si me hubiera estado esperando. No temblaba. No parecía afectada por la lluvia. No parecía humana.
Retrocedí sin darme cuenta. Un golpe seco me hizo girar: una maceta caída. El gato del vecino cruzó el balcón y me miró fijo, con esos ojos que parecen saber cosas que uno no quiere admitir.
Volví al monitor. Apareció otra frase en la consola:
C:\> La puerta ya se abrió_
C:\> vas a empezar a sentir lo que nació con vos_
El símbolo en la pantalla vibró con más intensidad. Por un instante intuí que era solo una pieza de algo mayor. Y entonces sentí una quemazón sorda en el pecho. No era mental; era físico, crudo, preciso. Un latido, justo en el centro. Como si el símbolo se hubiera marcado dentro de mí.
Me llevé la mano al pecho. No había nada visible, pero sabía que estaba ahí. Como si siempre hubiese estado y el mundo recién ahora me permitiera sentirlo; como si esperara el momento exacto para activarse.
Me senté frente a la computadora. La pantalla titiló, pareció apagarse y, aun así, un rincón quedó encendido: un ícono pequeño, sin nombre, casi invisible. Al intentar borrarlo, la máquina vibró y se reinició sola.
No sé qué cruzó desde el otro lado. Solo sé que lo sentí con una certeza imposible de negar: estaba esperándome.
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Editado: 10.11.2025