No dormí. O si lo hice, no fue en este plano. La noche anterior había quedado suspendida como una marca en la piel. El Susurrador, la calle detenida, el mensaje… todo seguía latiendo por dentro, como un eco encerrado. Sentía que la conciencia flotaba en otra capa, una que no podía abandonar del todo.
Pero tenía que aparentar normalidad. Clases. Gente. Ruidos. Luz artificial. Entré al aula más por inercia que por deseo. Cada paso tenía un eco extraño. Como si el piso ya no me reconociera. Como si la gravedad estuviera desajustada. Como si el espacio de las cosas no fuera exactamente el que recordaba. El ardor en el pecho seguía allí, leve pero constante, recordándome que nada había terminado.
Ella ya estaba sentada.
Amara.
No me lo dijo. Lo supe. Ese nombre apareció en mí con la misma claridad con que había aparecido el símbolo en la pantalla.
Me miró como si esperara algo.
No como si me conociera… sino como si supiera quién debía ser.
Como si mis pasos la hubieran llevado hasta ahí sin que yo lo supiera.
Se sentó cerca. Demasiado cerca.
—¿Dormiste bien? —preguntó.
No podía responder sin mentir.
—Creo que sí. ¿Y vos?
—No estoy durmiendo —dijo sin pensarlo—. Solo estoy esperando… el siguiente recuerdo.
La miré. ¿Era metáfora? ¿Confesión? No lo supe. Y eso me atrapó más.
Hablamos.
De nada. De todo. Del profesor. Del ruido de la lluvia.
Y de algo más.
De cómo los mapas antiguos mostraban continentes que hoy ya no existen.
Su voz tenía una cadencia pausada, como si hablara desde un lugar que no podía ubicar. Cada palabra parecía medida, no por su significado, sino por el efecto que producía al llegar a mí.
Entonces ocurrió.
Un mareo súbito. Breve. Un segundo apenas, pero profundo.
El aula giró sobre un eje invisible. Una presión detrás del cráneo. El mismo ardor en el pecho volvió a golpearme.
Vi un mapa. No el de la pared. Uno antiguo, con zonas iluminadas en rojo.
Una palabra vibró: Tuleikan.
Me dolió sin saber por qué. Un dolor seco, sin emoción, pero lleno de peso.
Otra ráfaga. Columnas. Una selva. Una pirámide cubierta de lianas. Símbolos tallados. Y entre ellos, mi propio símbolo —el triángulo azul dentro del círculo incompleto— grabado en piedra.
El cuerpo no me respondía como antes. Me sentí traicionado por mis sentidos, como si algo dentro de mí estuviera usando mis memorias para nacer.
—¿Estás bien? —Amara me tocó el brazo.
Su contacto me devolvió.
—Sí. Solo… vértigo.
Ella no pareció sorprendida.
—A veces los recuerdos llegan cuando uno se acerca demasiado.
No sé qué me afectaba más: pensar que ella también lo sabía, o sentir que sabía incluso más.
En la pantalla del aula apareció un mapa moderno. Parpadeó. Y por un instante vi un punto marcado: un triángulo rojo. Una advertencia, no mi símbolo.
Entonces lo sentí.
Una presencia.
Una mirada. Una presión.
Frío atravesando huesos sin tocar la piel.
El aula seguía igual, pero ya no pertenecía a este plano.
Miré hacia el pasillo del fondo.
Una silueta alta, inmóvil. Y a su lado, una distorsión en el aire, como si la realidad estuviera a punto de plegarse sobre sí misma.
No tenía rostro. Pero me miraba. Y se movía. Cada vez más cerca.
El aire se espesó. Nadie más la veía.
Excepto Amara.
—No lo mires. No ahora. Todavía no es tiempo de verlo por completo.
Volví la vista al frente. El pupitre temblaba. La voz del profesor era apenas un eco, una decoración sin peso.
Cuando me atreví a mirar de nuevo… ya no estaba.
Pero el aire no volvió a ser el mismo.
Algo seguía ahí. Apenas perceptible. Como si lo invisible se hubiese acostumbrado a ser visto.
Y entendí que el aula nunca volvería a ser un lugar seguro.
#1282 en Fantasía
#582 en Thriller
#271 en Misterio
misterio accion, paranormal suspenso misterio intriga, imperio oculto
Editado: 10.11.2025