El imperio oculto, el despertar de jae-min

Capítulo 9 – El cumpleaños

Era un cumpleaños.

Uno de esos en patios largos, con mesas de plástico, manteles de colores arrugados y jugo servido en vasitos con dibujos de animales. El olor a hamburguesas mezclado con el de tierra húmeda flotaba en el aire. Corríamos por todos lados, descalzos, empujándonos con la inocencia de quienes no temen al mundo. Teníamos cinco, seis años.

Las reglas eran simples: no caerse, no llorar, no perder los globos.

Y yo… no conocía a todos. Solo al cumpleañero. El resto eran chicos con nombres que se me escapaban, como si no estuvieran hechos para recordarse. Pero eso no importaba. A esa edad, éramos manada. Bastaba con correr.

Entre los gritos, los globos que se escapaban y las carreras sin sentido, apareció un perro. Pequeño. De pelaje corto y mojado. Orejas atentas y ojos que parecían entender más de lo que deberían. No ladraba fuerte. Corría con nosotros. Saltaba. Se metía entre nuestras piernas como si supiera las reglas del juego. Nadie lo había invitado, pero todos lo aceptamos sin decirlo.

No era mío. Alguien dijo que era del primo de alguien, o de un vecino. Nadie sabía bien. Nadie preguntó mucho.

Pero ahí estaba.

Y yo me acerqué. Como si lo hubiera reconocido.

Me agaché en medio del pasto, lejos del ruido, mientras los demás seguían corriendo. Lo toqué.

Fue solo un segundo.

Un niño tocando a un perro.

Pero hubo algo.

Una vibración. No un cosquilleo. No una descarga. Una especie de vacío suave entre mi mano y su pelaje, como si por un instante nuestros cuerpos recordaran algo que aún no habíamos vivido.

Él me miró. Fijo. Directo.

No movió la cola.

No se fue.

Solo me miró. Como si dijera: “Ya nos vimos antes.”

Y después, sin más, corrió otra vez con los demás. Volvió al juego como si nada. Como si nunca me hubiese tocado.

Pero yo me quedé quieto.

El ruido del cumpleaños siguió. Pero algo en mí… se calló.

—¡Led! —gritó alguien, riendo.

Y el perro giró la cabeza. Corrió hacia su voz.

Led.

Me pareció un buen nombre. Me pareció... conocido.

Y esa noche, soñé con un lugar que no conocía.

Durante mucho tiempo recordé ese momento sin saber por qué.

A veces aparecía en sueños. A veces lo dibujaba en los márgenes de los cuadernos sin sentido, como un reflejo automático. El perro. La mirada. El nombre.

Pero los años pasaron.

Y un día… simplemente lo olvidé.

Nunca volví a verlo




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