El imperio oculto, el despertar de jae-min

Capítulo 10 – La raíz del abismo

Desperté cubierto de tierra húmeda. Erykan seguía latiendo, pero distinto. Como un templo en sus últimos suspiros. Cada grano de suelo respiraba una humedad antigua, cargada de ecos. Tenía tierra bajo las uñas, la boca reseca, y un zumbido sordo me llenaba los oídos. No era un zumbido común, no era el típico pitido. Era el eco del nodo aún vibrando en mi sistema nervioso. La selva había enmudecido. Todo se mantenía en pausa, como si el mundo no quisiera interrumpir lo que acababa de ocurrir.
Me incorporé con dificultad. El símbolo en mi pecho brillaba, pero no guiaba: advertía. Hasta ese momento, nunca me había mostrado el camino, solo reaccionado. Pero esta vez, su luz parecía querer detenerme, advertirme de algo que aún no entendía. Su luz pulsaba hacia adentro, como si algo intentara devorarme desde el alma. El aire no era aire: era masa. Cada bocanada era una batalla.
☠️
El templo ya no era ruina ni arquitectura. Se había transformado en una cicatriz. Las piedras bajo mis pasos temblaban con una vibración que no venía de la tierra, sino de un recuerdo. Donde antes había cadenas, solo quedaba una silueta quemada en la roca. Una figura borrada por el fuego. Una marca de castigo. Un eco vibrando en el tiempo. Era el rastro de un juicio antiguo.
Y entonces, sin que lo esperara, el Susurrador habló, su voz brotando como pensamiento incrustado en mi conciencia:
—Aquí se encerró a uno de los Yureil. Exiliados. Castigados. Fueron Susurradores que susurraron de más a los humanos, dándoles impulsos, ideas y conocimientos que no debían recibir. Rompieron las reglas, alteraron caminos, y algunos incluso revelaron verdades que ponían en riesgo el equilibrio. Por eso fueron condenados: no pertenecen ya a ninguna Casa. Vagan entre planos, incompletos, debilitados, buscando un resquicio para volver.
Aquel sitio había sido usado antes. No solo como templo, sino como celda vibratoria. El aire mismo parecía guardar silencio por respeto.
Mi símbolo reaccionó. Una descarga magnética me recorrió la columna como un látigo. Me hizo tambalear. Me dobló.
Y en ese instante, lo sentí. Algo más. Una vibración extraña, quebrada, se acercaba. Como si algo exiliado intentara adherirse a mí. Una sombra vibratoria se aferró brevemente a mi espalda, quemando con un frío seco.
El Susurrador habló, más firme que nunca:
—Un Yureil. Ha percibido tu vínculo pero está muy débil y no pudo hacerte nada. Algunos fueron poderosos. Otros, apenas errores. Pero todos ansían una oportunidad de volver… incluso si eso implica dañarte. Algunos desean ingresar nuevamente a las Casas, ofreciendo fragmentos robados o intentando poseer cuerpos vulnerables. Pero tú... tú estás recolectando los siete fragmentos. Siete sellos que, al completarse, permitirán abrir el paso hacia Velharys. Si un Yureil logra absorber uno de ellos, todo tu avance se romperá. Y hay uno en particular, Jae-min, que no está interesado en los fragmentos. Ese podría matarte verdaderamente.
Y entonces caí de rodillas. Sentí que el templo no quería abrirse. Quería tragarse lo que había liberado. Aquello no era un templo cualquiera. Ya no era piedra, era una garganta invisible tratando de tragarme.
El Susurrador lo nombró con gravedad:
—Es un nodo. Un cruce de vibración. Una fisura entre lo visible y lo que sostiene lo visible. Encontrarás muchos más nodos; este es uno de los sellados por Velhaim para mantener el equilibrio entre las Casas.

Afuera, el cielo parecía detenido. Las copas de los árboles se mantenían inmóviles. Sin viento. Sin insectos. Una calma irreal, casi violenta. El tipo de silencio que precede a los colapsos. Pero yo ya no era el mismo.
Entonces la vi. Una figura apoyada sobre un auto oxidado, como si hubiera estado esperándome durante siglos en ese punto exacto del tiempo. Tenía ropa gastada de viaje, botas cubiertas de barro, cabello pegado por el sudor. Pero sus ojos... sus ojos sabían algo.
Se acercó sin temor. No dijo su nombre. Solo me ofreció un papel arrugado. El símbolo estaba ahí, dibujado con tierra.
—Lo vi en mi pared —dijo, apenas moviendo los labios—. No sabía por qué… pero vine sin pensar.
El símbolo lo había tocado sin tocarlo. Los símbolos dejan residuos. Y en personas sensibles, esos residuos vibran. Pueden influir, atraer, empujar.
Lo miré. La garganta me ardía. Apenas pude pronunciar palabras.
—¿Quién sos?
La respuesta fue incompleta. Pero suficiente:
—Ya no puede escuchar su voz.
Una frase. Una grieta. Y algo más. Un último intento de un residuo invisible de sujetarme. No logré verlo, pero sentí su desesperación. Era otro Yureil. Más débil. Buscando acceso a través del símbolo.
El Susurrador gritó:
—Recházalo. No lo permitas. Si permitís que su imagen tome forma en tu mente, encontrará la puerta para entrar en vos.
Y un colapso.
Sentí una punzada detrás del cráneo. Un punto exacto donde la realidad pareció desconectarse. Mis piernas dejaron de responder. El suelo se elevó para recibirme.
☠️
Desperté en una habitación blanca, bañada de silencio artificial. Un suero goteaba con ritmo clínico. Pero el símbolo seguía ardiendo. El monitor mostraba constantes normales. Pero yo sabía que todo era una pantalla. La vibración no era física. Era un enlace aún activo con Erykan. Algo había quedado abierto.
Justo antes de que el sueño volviera a arrastrarme, una voz clara se impuso sobre todo:
—No todos los ojos son visibles.
—Ahora las Casas saben todo lo que sabés.
Y entendí. No había regreso. Ni negación. La partida ya no era secreta. Y aunque las reglas aún eran impuestas por Velhaim, el equilibrio empezaba a temblar.
Desde otro plano me habían empezado a mirar. Y yo ya no podía cerrar los ojos.
—Velharys ya eligió. Y no te quiere.
No fui aceptado.
Pero tampoco rechazado.
Y en ese momento, supe que me observaban. No eran seres humanos. algo vigilaba desde un lugar nombrado Casa.
Y ninguna de las dos Casas quieren o buscan lo mismo.




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