El viaje a Seiryū me dejó marcado de una forma que todavía no entendía.
La espiral en mi piel ardía como si quisiera abrirse más, y el aire alrededor pesaba distinto, incluso en mi propia casa.
Sentía que lo que había empezado allí todavía no había terminado.
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Volvimos de Seiryū esa misma tarde. No hablamos demasiado durante el trayecto. Amara seguía procesando lo que había sentido en el templo. Yo también.
Ya en casa, el aire estaba más denso de lo normal. Me acosté sin saber si era agotamiento físico o algo más profundo.
Desperté gritando. Pero el sonido nunca salió.
Era como si la garganta no me perteneciera. Una presión sorda oprimía el pecho, como si algo invisible me sujetara desde adentro.
Led estaba a mi lado. No dormía. Me observaba con los ojos abiertos, tensos, como si supiera exactamente lo que acababa de pasar. Pero no se movía. No intentaba consolarme. Solo miraba.
Mi brazo ardía. La espiral nueva, surgida tras la experiencia en Seiryū, latía con fuerza. Cada pulso quemaba. No era parte de mi piel. Era algo más profundo, más antiguo.
Fui tambaleando al baño. El espejo estaba empañado, aunque no había vapor en el ambiente.
Lo empañaba algo más… como si alguien respirara desde el otro lado.
Y entonces…
Una mano apareció.
No era mía. Tocó el vidrio desde dentro.
Me alejé del baño con el corazón desbocado. Las luces del pasillo vibraban en frecuencias erráticas.
Vi mi sombra proyectarse… y moverse con un leve retardo.
No me seguía. Era como si pensara por sí misma.
Y luego lo sentí.
Una mano fría en mi cuello. No era mía. No era de nadie. Pero estaba ahí. La sentí.
No podía quedarme ahí. El ambiente estaba cargado, irrespirable.
Me puse lo primero que encontré, abrí la puerta y salí sin pensar.
Led salió detrás de mí, en silencio. Como si supiera que esa noche no era una más.
Caminamos por calles húmedas, desiertas.
El aire estaba pesado, vibrante.
Las farolas titilaban sin ritmo.
Led desapareció de mi vista. Lo busqué. Y lo encontré… parado frente a una pared que nunca había estado ahí antes.
Una pared cubierta por una espiral viva. No tallada. No pintada. Viva.
Desde el centro de la espiral, cayó una piedra.
Rodó hasta mis pies. Me agaché. La toqué.
Y entonces...
El mundo se quebró.
Una visión me tomó entero.
Vi una ciudad suspendida, fragmentada en plataformas flotantes, cada una girando lentamente sobre sí misma. Estaban unidas por haces de energía vibrante que latían como venas vivas. Algunas partes flotaban tan alto que apenas eran puntos. Otras descendían en espiral hacia un vacío sin fin.
En el centro…
Un ser con mil ojos.
Un ser con la capacidad de mirar múltiples cubos de cristales donde en cada uno se alojaba un universo distinto.
No tenía forma sólida. Era una red de nódulos, como constelaciones vivas, que vibraban en distintas frecuencias.
Uno de esos ojos se abrió.
Y me miró directamente.
La piedra habló dentro de mi mente:
—El cuarto sello fue activado.
El mapa se moverá.
No supe cómo, pero entendí que Seiryū fue el cuarto fragmento lo que había producido esa marca no recuerdo haberlo tocado.
Lo que tocó mi pecho la primera vez, me empezó a preparar de a poco para todo lo que sigue.
Una farola vibró y se apagó con un zumbido seco.
El aire tembló.
Como si el mundo, en todas partes, respirara distinto.
Y entonces lo vi.
En la esquina opuesta, de pie como si hubiera estado allí todo el tiempo, un anciano.
No lo vi llegar. Simplemente estaba.
No tenía ojos.
Pero en sus cuencas vacías… mi símbolo brillaba suspendido.
Led gruñó bajo, erizando el lomo, como si confirmara que lo que estaba frente a mí era real.
El anciano me habló sin mover los labios:
—Te están buscando.
Antes de que pudiera responder, ya no estaba.
Solo Led… mirando en silencio.
Y una certeza vibrando en el aire:
Los espejos no siempre devuelven lo que uno da.
A veces, también devuelven lo que nos observa desde el otro lado.
Y entonces… una frase, desde lo más profundo, se instaló:
“La figura que viste… es más antigua que cualquier Casa.
Algunos fragmentos antiguos la llamaban Enzu-Kadur.
Otros la identificaron como Veyūn-Kahel, el Ojo Multidimensional.
Pero su nombre verdadero no puede ser pronunciado por ningún humano.
Solo aquellos que han cruzado más de tres planos podrían recordarlo sin perder la razón.”
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Editado: 16.11.2025