El imperio oculto, el despertar de jae-min

CAPÍTULO 17 — La chispa

La luz de mi linterna temblaba contra las paredes húmedas.

Los dos puntos azulados seguían ahí, flotando en la oscuridad, como si esperaran que diera un paso más.

No parpadeaban.

No se movían.

Solo… miraban.

Tragué saliva y avancé.

—Sé que sos vos —susurré.

La oscuridad vibró.

Las dos luces se abrieron, como si la cueva respirara a través de ellas.

Entonces la sombra se desprendió.

No caminó.

No cayó.

Simplemente apareció más cerca, flotando como un pensamiento materializado.

El susurrador.

Ondas magnéticas vivas formaban su cuerpo, cambiando con cada vibración del aire. No tenía rostro, pero la ausencia misma parecía mirarme.

La Marca del Pecho se activó sola.

No ardía: escuchaba.

El olor a mineral viejo llenó mis pulmones.

La voz —o lo que fuera— cayó dentro de mi cabeza:

> —No deberías estar acá…

No había sonido.

El pensamiento entró directo, como una memoria prestada.

—Recibí el llamado —dije—. No pude evitar venir.

Vos sabías que iba a aparecer acá.

> —No te traje yo.

—Pero sabías que iba a venir igual.

> —Sí.

Mis ojos se acostumbraron a la cueva.

Detrás del susurrador, más adentro, vi un cuerpo apoyado contra la roca.

Seco. Alargado.

Demasiado largo para ser humano.

Y cuando moví la luz, aparecieron otros cuatro.

Cinco cuerpos.

Cinco figuras rígidas que parecían haber muerto siglos atrás.

—¿Por qué me ayudás? —pregunté—. ¿Por qué estás acá conmigo?

La vibración se detuvo.

Como si mi pregunta hubiera frenado algo más que el aire.

Por un segundo, pensé que no iba a responder.

Pero lo hizo.

> —Porque vos no sos como los demás.

Otra vez esa misma frase, pensé.

—Soy humano. Te lo dije.

El susurrador bajó su vibración, inclinándose apenas.

> —Humano… sí.

Pero no completamente.

Un escalofrío me recorrió los brazos.

—¿Qué significa eso?

> —En tu esencia, en lo más profundo de tu frecuencia interna… llevás algo que no pertenece a tu especie.

Mi respiración se cortó.

—¿Qué llevo?

La respuesta cayó como si el aire se rajara.

> —Velhaim.

Mi Marca ardió.

No por dolor… por reconocimiento.

Apoyé una mano en la roca para no perder el equilibrio.

—¿Qué… es Velhaim?

La vibración del susurrador se volvió más profunda, casi solemne.

> —Velhaim es un ser.

Un ser muy antiguo.

Anterior a Velharys.

No gobierna. No domina.

Existe como equilibrio puro.

La cueva pareció contener el aire.

> —Incluso en Velharys lo respetan.

Y el Imperio Oculto también.

Donde Velhaim existe, todo se calma.

Todo.

Mi piel se erizó entera.

—¿Y qué tiene que ver conmigo?

> —Vos llevás una chispa mínima de su frecuencia.

Una vibración que ningún humano debería tener.

Por eso sos diferente, Jae-min.

Y por eso podemos vernos.

Tragué saliva.

Era demasiado.

Demasiado para una sola noche.

El susurrador señaló—sin moverse—los cuerpos secos.

> —Y no quiero que termines como ellos.

Me acerqué un poco.

Mi linterna tembló.

—¿Qué son?

La respuesta fue inmediata:

> —Seres de la Zona 303.

Intentaron escapar.

Robaron una nave.

Cruzaron un límite que no se cruza.

Mis dedos se helaron.

> —La nave fue recuperada.

Ellos no pudieron respirar tu oxígeno.

Su cuerpo no tolera esta atmósfera.

Murieron en horas.

—¿Y por qué están acá? ¿Por qué nadie los encontró?

> —Porque los humanos no pueden verlos.

Su forma no coincide con la frecuencia humana.

Vos sí.

Por la chispa de Velhaim que llevás dentro.

Mi corazón se clavó en el pecho.

—Entonces decime… ¿qué es la Zona 303?

Se detuvo.

Una pausa pesada.

Como si el nombre mismo fuera peligroso.

> —Un camuflaje.

—¿Cómo?

> —El muro hielo que viste no es solo hielo.

Es una pantalla.

Un límite que no se puede cruzar.

Mi boca se secó.

—¿Qué es lo que oculta?

La respuesta me cortó el aire:

> —Un nodo.

Sentí que la sangre me bajaba a los pies.

—¿Un nodo de qué…?

> —Del plano.

El nodo más grande de este planeta.

El punto de sustracción de energía humana.

Me quedé paralizado.

> —Cada emoción, cada pensamiento, cada impulso magnético nace en ustedes…

y una parte es desviada hacia ese nodo.

Es un diseño.

Un sistema antiguo.

Toda la energía de los seres vivos es absorbida desde el.

Sentí un mareo.

Tuve que apoyar ambas manos contra la roca.

> —Si los humanos vieran lo que hay detrás del hielo, destruirían el camuflaje.

Y si el nodo colapsara…

colapsaría tu mundo.

No supe qué responder.

Todo en mí quería correr.

Todo en mí sabía que ya era tarde para eso.

Respiré como pude.

—Si voy a confiar en el uno y el otro … necesito saber tu nombre.

El aire cambió por completo.

Las ondas magnéticas a su alrededor se quedaron quietas.

Totalmente quietas.

> —Si te digo mi nombre… ya no voy a poder ocultarme.

—Decímelo igual.

La cueva pareció inclinarse.

Un segundo.

Un parpadeo.

Y entonces sucedió.

> —Khaeil.

Mi pecho vibró como si una llave invisible encajara en un mecanismo interno.

La Marca del Pecho ardió sin dolor.

Algo se alineó.

—Khaeil… —susurré.

> —No lo repitas.

Mi brazo izquierdo ardió de golpe.

Bajo la piel, líneas azuladas se movieron como tinta viva, formando un símbolo que latía.

Una onda magnética me recorrió entero.

Miré al suelo.

Un objeto oscuro, lleno de grietas, reposaba entre dos rocas.




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