Distrito de Miraflores, Lima, Perú
Costa Verde.
El aire salado del Pacífico se mezclaba con el eco lejano de bocinas y el murmullo de la ciudad que nunca dormía. Rodrigo Díaz Canseco Ullucutipa, estaba parado frente a un edificio antiguo, su silueta apenas visible bajo la tenue luz de un poste parpadeante. Llevaba la chaqueta negra reglamentaria de la División Terma, pero había dejado el emblema oficial escondido. Era mejor no llamar demasiado la atención.
Miraflores, con sus calles arboladas y edificios modernos, no era un lugar que uno asociara con desapariciones. Y, sin embargo, en las últimas semanas, siete personas habían desaparecido sin dejar rastro. 3 Jóvenes, 2 mayores, 1 turista y 1 local; no había un patrón claro. Lo único que conectaba a las víctimas era que todas fueron vistas por última vez en las cercanías del malecón, cerca de la bajada de Armendáriz.
Rodrigo había llegado temprano al lugar para realizar una inspección previa. Se llevó la mano a la cadera, donde descansaba su pistola reglamentaria, modificada con grabados de plata y un compartimiento especial para munición impregnada de polvo de ichu, un antiguo repelente usado contra seres sobrenaturales en las alturas andinas. Sobre todo en Puno, Ilave y Pomata, donde rondaban los Karisiris, pistacos y Jarjachas.
Encendió una grabadora pequeña y habló en voz baja, como si temiera que algo lo escuchara.
“Caso 14-5D, desapariciones en Miraflores. Anoche, aproximadamente a las 2:30 a.m., testigos reportaron haber escuchado gritos cerca del parque del Faro. No se encontraron señales de lucha ni rastros de las víctimas. El acceso al malecón ha sido restringido por la División Terma bajo el pretexto de mantenimiento, pero hasta ahora, ningún resultado concreto.”
Apagó la grabadora y dio un vistazo al malecón. La neblina parecía más densa en esa dirección, como si la oscuridad misma hubiera tomado forma tangible. Se ajustó el chaleco antibalas y empezó a caminar, su linterna revelando fragmentos del camino a medida que avanzaba.
Mientras recorría la zona, su mente divagaba. Pensó en cómo había llegado a este punto. Rodrigo había ingresado a la División Terma tres años atrás, uniendo su curiosidad innata por lo sobrenatural con un instinto casi suicida de correr hacia el peligro. Era joven, con apenas 27 años, pero su carácter firme y testarudo lo había distinguido rápidamente en la unidad. Aunque pocos lo decían en voz alta, muchos lo consideraban un talento prometedor, siempre y cuando su impulsividad no lo matara primero.
Deteniéndose junto a un banco oxidado, Rodrigo se inclinó para examinar algo en el suelo. Era una mancha oscura, casi imperceptible bajo la luz tenue de la linterna. Sacó un hisopo del bolsillo y tomó una muestra, notando la viscosidad del líquido.
----¿Sangre?---- Murmuró para sí mismo.
Antes de que pudiera analizarlo más, escuchó un sonido detrás de él. Un crujido. Rodrigo se giró rápidamente, desenfundando su arma. La linterna iluminó el espacio vacío, pero el eco del crujido permanecía en el aire.
----¿Quién anda ahí?---- Su voz era firme, pero una gota de sudor le recorrió la sien. Había patrullado estos lugares innumerables veces, pero algo en esta noche era diferente. La neblina, el silencio, la sensación de que lo observaban desde la oscuridad.
Avanzó lentamente, cada paso resonando sobre las baldosas húmedas. Al girar una esquina, se detuvo en seco. Frente a él, en un pequeño claro junto al acantilado, había una figura de espaldas. Era alta, con una postura rígida y manos colgando a los costados. Llevaba ropa desgarrada y el cabello, largo y enmarañado, caía en mechones sucios.
----¡Policía!----Gritó Rodrigo, levantando su arma. ----¡Ponga las manos donde pueda verlas!
La figura no respondió. Se mantuvo inmóvil, como si no hubiera escuchado.
Rodrigo avanzó unos pasos, sin bajar el arma. Su respiración era lenta y controlada, pero su mente analizaba todas las posibilidades. ¿Un sobreviviente? ¿Una víctima? ¿O algo más?
----Última advertencia,---- dijo, esta vez más bajo.
La figura giró lentamente, revelando un rostro demacrado y ojos completamente blancos. Rodrigo sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Había visto muchas cosas en su tiempo con la División Terma, pero algo en esta criatura lo perturbaba profundamente.
Sin previo aviso, la figura se lanzó hacia él con una velocidad inhumana. Rodrigo disparó dos veces, los destellos iluminando brevemente la neblina. La criatura cayó al suelo, pero antes de que pudiera acercarse, un sonido gutural resonó detrás de él.
Rodrigo giró nuevamente, solo para ver dos figuras más saliendo de la niebla. Esto no era una desaparición común. Había algo más oscuro acechando en Miraflores.
Retrocedió, lo hizo de forma instintiva, manteniendo su arma en alto mientras las dos figuras emergían de la niebla. Ahora, con la linterna enfocándolos, sus detalles eran más visibles, y un escalofrío lo recorrió. Sus pieles pálidas y translúcidas parecían tensarse sobre huesos angulosos, mientras que sus bocas, desproporcionadamente grandes, revelaban dientes irregulares que parecían listas para desgarrar carne.
----Carajo, son condenados,---- murmuró, su voz temblando ligeramente. Había leído informes sobre estas criaturas, seres que alguna vez fueron humanos pero que habían caído en un abismo de corrupción tanto moral como sobrenatural. Los condenados no solo mataban, sino que disfrutaban someter y romper a sus víctimas, tanto física como espiritualmente, antes de esclavizarlas.
Una de las criaturas soltó un gruñido bajo, un sonido que vibraba en el aire como si fuera algo más que un simple ruido. Rodrigo sintió una presión en el pecho, como si algo invisible intentara empujar su voluntad hacia el suelo. Era como un Zum fuerte, semejante a las parálisis de sueño, pero se sobrepuso. Se sacudió, ignorando el sudor frío que le cubría la frente, y dio un paso firme hacia atrás.