El Imperio Perdido.

Capítulo 4: El Favor, Karisiri.

Lima, Perú, Distrito de San Juan de Lurigancho
Comandancia de la S.N.I, (Servicio Nacional de Inteligencia) 08:45, Hora Nocturna.

Rodrigo ajustó su chaqueta mientras cruzaba el umbral de la Comandancia. El aire estaba cargado de la usual mezcla de café rancio y sudor, acompañada por el murmullo constante de radios y teclados. Era un lugar en el que había estado cientos de veces, pero cada visita parecía cargar con un nuevo nivel de riesgo, especialmente considerando el favor que estaba a punto de pedir.

Alonso Díaz, era un agente de la S.N.I, estaba en su escritorio revisando informes, con el ceño fruncido y una taza de café casi vacía en la mano. Al ver a Rodrigo, levantó la vista y no pudo evitar soltar una expresión de fastidio mezclada con resignación.

—Ahora qué huevada has hecho, Rodrigo.

Rodrigo levantó las manos en un gesto de inocencia, aunque la sonrisa en su rostro delataba que estaba allí porque había vuelto a meterse en algo grande. Se acercó al escritorio de su amigo y se apoyó ligeramente en el borde, sacando un pequeño objeto envuelto en una tela oscura.

—Tranquilo, esta vez no he hecho ninguna "huevada" —dijo, aunque el tono burlón en su voz indicaba lo contrario—. Vengo con algo que le va a interesar mucho al Comandante.

Alonso dejó la taza de café en la mesa, exhaló con fuerza y señaló el objeto.

—Ya, suelta. ¿Qué mierda es eso?

Rodrigo desenrolló la tela con cuidado, revelando un Q’iru, una copa ceremonial de madera finamente tallada, adornada con patrones geométricos que parecían moverse bajo la luz. Sin embargo, lo realmente inquietante era la sensación que emanaba del objeto: un peso invisible que hacía que el aire pareciera más denso.

—Aquí dentro se allá un condenado —dijo Rodrigo, con una mezcla de orgullo y nerviosismo.

Alonso arqueó una ceja, mirando el Q’iru como si estuviera a punto de saltar algo de él.

—¿Un condenado? ¿Qué carajo has hecho ahora?

—Relájate, compadre. —Rodrigo se inclinó un poco más hacia él, bajando la voz como si estuviera compartiendo un secreto—. Este tipo tiene información importante. Estoy hablando de los asesinatos en Miraflores y la avenida Armediz.

—¿Y tu cómo chucha sabes eso? —preguntó Alonso, frunciendo el ceño aún más.

Rodrigo le dio unas palmaditas al Q’iru.

—Digamos que tuve una charla interesante antes de meterlo aquí. Pero necesito que me ayudes con algo... delicado.

Alonso resopló y se cruzó de brazos.

—Ya sabía que venías con tu pavadas. ¿Qué es esta vez?

—Necesito que rompamos un vínculo empático. El huésped que traje tiene ...... bueno, está conectado a algo... o a alguien, un Karisiri para ser más específico. Si no lo desvinculamo, no voy a poder sacarle toda la información que necesitamos.

Alonso lo miró fijamente por unos segundos, como si estuviera evaluando si valía la pena involucrarse en otro de los líos de Rodrigo. Finalmente, exhaló con fuerza y asintió.

—Está bien. Pero más vale que esto merezca la pena, y que el detenido no haya llegado muerto como la última vez. Por su madre, la última vez me trajiste un chullachaqui muerto.

Rodrigo soltó una carcajada, levantando el Q’iru como si fuera un trofeo.

—Este está fresquito, Alonso. Tranquilo.

Aunque Alonso se levantó de mala gana, una pequeña sonrisa se asomó en su rostro. Sabía que Rodrigo siempre encontraba una forma de meterlos en problemas, pero también sabía que, de alguna manera, las cosas con él nunca eran aburridas. Mientras salían de la oficina para dirigirse a una sala más privada, Alonso solo pudo pensar:

Este huevón nunca cambia.

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Comandancia de la S.N.I, Oficina del Comandante Mayor Ricardo Lesoto
09:15 horas

Alonso golpeó dos veces la puerta antes de entrar. La oficina del Comandante Mayor Ricardo Lesoto Buen Día era una mezcla de austeridad funcional y una colección de adornos que delataban su gusto por la historia militar peruana. Sobre un escritorio imponente había un par de fotos enmarcadas: una de su graduación en la escuela de oficiales y otra de su primera operación en la selva. Detrás del escritorio, el propio Ricardo, un hombre gigantesco de casi 1.90 metros, con una barriga prominente y trazos faciales gruesos, revisaba documentos mientras sorbía café.

Ricardo alzó la vista, frunciendo el ceño al ver a Alonso.
—¿Y ahora qué pasa?

Alonso se paró firme, aunque no pudo evitar ajustar un poco su postura ante la presencia del comandante.

—Señor, el agente Rodrigo ha logrado acabar con el problema en Miraflores.

Ricardo, que estaba tomando un sorbo de café, se detuvo en seco. Bajó la taza lentamente y apretó los puños mientras murmuraba por lo bajo:

—Ese huevón...

Alonso continuó, manteniendo el tono formal.

—Además, señor, ha capturado a un condenado vinculado al caso Scooter de Costa Verde. Según el agente, esta entidad tiene información importante que podría ser algo grande.

Ricardo soltó una carcajada seca y se inclinó hacia atrás en su silla, dándole un par de palmaditas a su barriga prominente.

—Lo único grande aquí es mi barriga, Alonso.

Alonso no pudo evitar sonreír, aunque lo hizo disimuladamente. Sabía que el comandante tenía un sentido del humor ácido y que siempre encontraba una manera de recordar a todos su posición de autoridad, incluso en broma.

—Señor, el agente está solicitando permiso para que un Interceptor colabore en el interrogatorio. —Alonso cambió el tono, volviendo al profesionalismo.

Ricardo arqueó una ceja.

— ¿Que? ¿El condenado es un espectro tímido?

—Es posible, señor, pero hay algo más. Según Rodrigo, la entidad podría estar vinculada empáticamente con un Karisiri que ha llegado a la capital y que está detrás de los asesinatos.




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