El increíble caso del señor Emilio Vespasiano

El alpinista llega al despacho

El efimero tono del sonido metal se extraviaba en el hundimiento de ese algo inexplicable. Suena entonces sin cesar el timbre en el humilde despacho del Doctor Couto Leónidas ¡Ring!, ¡Ring!, ¡Ring! Nuevamente restalla aquel aparato. El doctor sale en apuros del baño. La canilla de agua gotea a ritmo de latidos. No hay tiempo puede ser un cliente. Ultimo timbrazo; extenso en él dedo del visitante.

 

- ¿Estudio?, ¿diga? ¿Hal alguien? - la paciencia a las voces es una virtud, exhala el doctor Leonidas

 

- Buenas tardes. Tengo una cita programada con el Doctor. Couto.

 

- Si el habla. ¡Pase por favor!

 

La puerta de hall de la planta baja se abre y el cliente X ingresa. Decimos x por todavía no sabemos de su procedencia ni cuál es su consulta. Se había contactado con el Doctor hace unas semanas. Su número era privado por lo que el celular del letrado no captó por ese entonces el ingreso de la llamada. Su teléfono había sonado tres veces, hasta que tomo el auricular para recibir el llamado.

 

¡Buenos días!, ¿Usted es el Doctor Couto?, ¿abogado?

 

- Si, con el habla ¿En qué puedo ayudarlo?

 

- Buenas doctor preciso me conceda una cita tengo un problema urgente y tal carácter suscita un abogado

 

- No hay problema. Puedo preguntar, ¿cómo llegó a dar conmigo?

 

- Sí, pero es una historia un poco extensa. Sería mejor que pactemos una cita

 

- Sabe usted que cada consulta requiere un honorario, ¿no?

 

- ¡¡Lo se doctor!! Usted diga.

 

- Bien. ¿Le parece bien un viernes? ¿17:00 horas?

 

- Perfecto doctor. Ahí estaré. - comenta la voz sin pdadecer respiración. -

 

- La dirección es Sarmiento 1560 3 piso departamento D.

 

 

- ¡Perfecto! - vuelve a mencionar con impetu.

 

- Por cierto. ¿Cuál es su nombre?

 

 

¡Tub! ¡tub! ¡tub!. Podía oírse del tubo colgado, y la llamada finalizada.

 

 

 

 

El doctor cerró la comunicación; frunció el ceño de la ceja izquierda pensando: ¿quién será? ¿Qué será?

 

No importa hay que seguir trabajando. El despacho debía pagarse. Los gastos se solventan con trabajo.

 

El doctor Couto, era, y es un abogado con algunos años de experiencia en ciertas materias. Pero en el mundo de la profesión no es nada fácil ingresar a un mercado lotado de colegas por lo que se obligó a trabajar para otro de su misma estirpe por un dinero mensual que le permitió liberarse. Y así lo hizo años después en un mínimo espacio donde poder atender a quienes traen sus problemas. No es simple arrancar; sin embargo alguna vez en la vida se debe hacer ese intento si se quiere progresar en este negocio.

 

Ahora la pregunta crucial era si realmente funcionaría tal empréstito. Con el correr de los días cayeron algunas personas. Problemas laborales, algunas deudas a ejecutar (el fuerte del doctor Couto) y varios civiles. Para entender cada materia se divide según el inconveniente legal.

 

Un caso de deuda tendrá que asentarse en cuestiones comerciales. Un muerto por causa natural del tiempo tendrá carácter civil. Un asesinato catalogado de homicidio era cuestión penal. Claro hay infinidad de calificaciones. No obstante esta ejemplificación es de lo más exacta.

 

 

El señor. X se dispone a tomar el ascensor. El edificio donde reside el Doctor Couto es una fachada vieja de un estilo de arquitectura ítalo española. Típica de los años venideros de la Argentina de los veinte. Épocas de inmigración europea con las políticas yrigoyenistas, y de Alvear. El edificio en su fisonomía, tenía sus grietas y desgastes; algo que observaba el señor X al ingresar en la planta baja del hall; muy devastado, o en términos criollos: "muy tirado abajo" ¡Demasiado!; incluso debería pagarse un alquiler barato, pensaba el cliente.

 

Estamos llegando al tercer andar. La puerta se abre y el señor X sale del viejo ascensor del edificio antiguo. Toca tres veces el timbre D. El doctor Couto acude para abrir la puerta.

 

 

- ¡Buenas tardes! – dijo el letrado con tono seco, y extendió su mano derecha.

 

 

 

 

- ¡Doctor.! buenas tardes. Este devolvió el gesto. Una mano pálida y fría. Eso sintió nuestro letrado. Su cuerpo y sus rasgos viejos de ojeras con un pelo ralo y canoso en su cabeza. De inmediato soltó esa mano putrefacta y helada como percibiendo un vacío en el cual ni siquiera el aire era invitado en la escena.

 

- Pase por favor.

 

- Gracias, con su permiso.

 

La oficina; un cuadrado con un baño y una cocina.

 

- Le puedo ofrecer ¿un café?, ¿te?, ¿agua?

 

- Gracias un vaso de agua me vendría bien.

 

El Doctor Couto se dirigió hasta el dispenser de agua, tomo un vaso y lo llenó con agua fría

 

- ¡Tome!, ¿señor? - pregunta con interrogación en los músculos faciales.

 

- Emilio, Emilio Vespasiano – Éste recibió el recipiente; aunque no bebió, algo inquietante. O tal vez, una forma didactica de comenzar una conversación

 

Ahora tenemos la identidad de nuestro hombre secreto. Aquel señor X. Una incógnita denota una curiosidad; el dicho lo dice la curiosidad mató al gato, y nuestro doctor es un curioso nato. Y es que esta profesión requiere un poco de ese valor de investigar y arriesgar ante lo desconocido. Un problema de quien no sabemos su nombre.

 

- Y entonces, ¿qué es lo que ocurre? En que lo puedo ayudar – pregunta

 

retórica de nuestro doctor que abre la gaveta donde saca un anotador para escribir los hechos que Emilio Vespasiano le pasará a manifestar con minuciosidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.