El despacho. Una nueva aparición del Alpinista. El hilo del problema se vuelve realidad.
Miércoles 8:00 horas de la mañana del corriente año. El doctor Leónidas ingresa a su despacho. Luego de un arduo viaje han pasado algunos días sin novedad al frente como dicen en el ejército. Se dispuso a realizar un convenio de honorarios en el ordenador. Cosas de Abogado. Regulaciones, nombre de las partes, costo por trabajo, y el objeto principal que no era más que una presentación por un caso de ejecución. Como en aquel evento anterior en el cual se encontraba trabajando, el aire se entumeció mutando en una irrespirable materia de color gris; perdiendo el aquel hombre la cordura en segundos cuando de sus poros una transpiración inefable le corría desde el comienzo de su masa de piel en donde se aloja la materia encefálica en un trayecto hasta llegar al espacio de su cuello, y unir cada uno de los hilos de sudor como ríos que se bifurcan y se unen en uno que ingresa en el centro de la línea de la caja torácica, hasta llegar al ombligo y después proseguir. Las axilas también veían esa salida de líquidos y el escalofrió de la espalda, en el contorno central de la columna vertebral, hasta llegar a la cintura en la afluencia de fluidos que fluyen.
Alguien duele, alguien sufre, alguien pide ayuda. La sinceridad aflora en el interior de aquel pormenor de una habitación asequible. Alguien está por llegar al local. Este se ha convertido por las costumbres de entrar en un círculo macabro de almas, pensaba Leónidas.
La puerta entreabierta se mueve con un paso a un costado. Tambalea como si el viento la empujase. El viento no clama por este despacho, ni siquiera un ápice de brisa por la que ingresar. La puerta se tambalea y un chirrido de las bisagras oxidadas puede observarse, como oírse la aparición de los seres espirituales.
El doctor Leónidas, levanta la vista, y observa su ordenador. Un reflejo que detrás suyo en forma de remolino se vislumbra. Gira su cuello en la longitud correspondiente para marcar el perímetro. Nada hay que ver, aunque si percibir. Regresa a su costumbre de trabajo. La puerta retoma sus tareas. Las sombras ingresan.
En un momento recoge un mapa en papel que tenía del poblado y sus alrededores. Los analizó todas las veces posibles. Incluso con el recorrido que generó con Aníbal empezó a trazar de a poco en líneas hasta que tomo el lápiz, y tamborileando su cien cavilo en sus lenes una cierta posibilidad. Trazo
en ángulos geométricos perfectos, hasta respirar hondo. Su semblante se estremeció cuando de aquella figura un pentagrama se dibujaba como imagen del mal.
Las sombras ingresan, y éste, se encuentra dispuesto a recibirlos.
El alpinista está de nuevo en su despacho. El doctor se mantiene impoluto al verlo de pie ahí, con una cara de tez pálida. Un frac gastado y ojos color negro oscuro. Comenzó a toser el doctor, y tomarse la barriga con las dos manos escupiendo toda una bilis amarga color verde. El ser sobrenatural toma asiento.
- ¡No se preocupe! Siempre ocurre cuando se está condenado al otro lado. Aquí en los bajos mundos del inframundo. Un submundo.
- ¿Qué me ocurre? – continua escupiendo y lanzando a vomitadas
- Ha entrado en el patrocinio de una defensa infernal – le comenta
- ¿Cómo ha sido?, ¿por qué? – expresa exaltado
- Lo siento, al viajar al pueblo de las Mostazas, usted ha tomado el caso como propio.
- ¡¡¡No he firmado nada!!!!
- No se precisa firma. Usted descubrió la tapa del pozo. Lo lamento, no pude darle aviso a tal acontecimiento. No se me permite. Como verá, solo puedo salir transitoriamente para conectarme con usted y pasarle la información correspondiente. Le pido encarecidas disculpas, en mi nombre, mi mujer y mi hijo.
- Entonces, ¿todo esto no era una falacia?, ¿una mentira? – ¿Cómo es posible? ¡Esa tapa gigante apenas pudo moverse! Nada pudo descubrirse a ese centro oscuro.
- No, no lo era. Ahora es momento de hablar. La tapa si fue descubierta. En sus mentes lo fue. En su tacto al palpar. Al pisar el recinto sagrado de maldad. La tapa fue profanada, como se quiebra un sitio al cual ya no puede retornar en su curiosidad malversada. Lo lamento doctor, nunca vió, nunca percibió, aunque este asunto lo involucra más de lo que parece.
- ¿Fue una trampa?, ¿De qué gustaría hablar con todo este periplo?
- No lo fue. Esto lo involucra como le mencioné. Solo quiero platicarle de algo importante. Del universo corpóreo de nuestras esencias que están ligadas al eterno sacrificio del inframundo. Le diré. Como sabrá,
el poblado de las Mostazas esta maldito, maldita su tierra, maldito su aire, malditas sus aguas, maldito todo aquel que haya vivido y que por la suertes de la decadencia sigan viviendo.
- ¿Pero cómo ha sido? ¿Qué han hecho?
- Lo que no debíamos. Alguien ha jugado con la fuerza que no debe escapar de las fauces del lobo. Le contaré tal cual recuerdo y su piel se brotara mal con el pecado cometido en aquel páramo ya fallecido hace tiempo.
Leónidas estira su brazo y ve las marcas de ampollas viscosas de la leche rancia del pus que aflora.
- No se sorprenda doctor. Todos estamos metidos en esto. El poblado de las Mostazas podría haber sido mágico en sus comienzos en aquellos años de crecimiento. Con mi amigo éramos dos jóvenes que escalaban los más amplios cerros y montañas. La última vez cometimos un error garrafal que nos costó el derecho que por excelencia nos brinda Dios. La vida. Ese cerro traicionero. El cerró Torre. Mire que hemos estado en otras planicies. Aconcagua. Seis miles. El mundo entero con Cho yo, Makalu, Lhotse y quien sabe hasta el Kilimanjaro, o el Everest; pero el Torre hace que Nepal considerado el techo del mundo sea un parque de diversiones de los sherpas. Dentro de los seis días de viaje nos habíamos perdido y los alimentos escaseaban, por las noches la temperatura bajaba de golpe y las fuerzas nos abandonaron. La matrona, hechicera me había tocado la frente al cruzarla en el camino de tierra con mi bolso. Van es busca de la muerte me exclama la muy bruja. Sabía que algo venía detrás.