El increíble caso del señor Emilio Vespasiano

El nuevo presente.

- ¡Alberto!, ¡Alberto! – habla una madre - -

 

¡Si, mama! – responde el niño -

 

- Tu papa nos espera, ya debe estar regresando de su viaje.

 

Dos hombres llegan con sus bolsos luego de la travesía de sus vidas en el Cerro más empinado que existe en la Argentina y tal vez en el mundo. Una camioneta antigua aparca cerca de la calle de tierra polvorienta. Un niño pequeño corre a su alrededor con una manada de perros callejeros. Al estacionar cerca de un palenque de caballos descienden ellos. Kostka el polaco recio, y Vespasiano.

 

- ¡Vida!, - exclama con fervor la dama – de aquel acto se abrazan y se otorgan un momento para un beso; el pequeño Alberto se suma a la dicha de la familia, y luego lo suelta y abraza al tío Kostka.

 

- ¡Llegamos bien!, ¿vaya travesía no? – comenta el polaco a su amigo de aventuras.

 

- Si, por Dios, estaba áspero, difícil. Tal así que nos perdimos en una cueva, pero afortunadamente una luz nos movilizo a la salida, y de allí a la cima como una pluma.

 

- ¿Tuvieron buen descenso?

 

- Totalmente mi cielo, algo que no tardo más de la cuenta.

 

- Un atajo – aclara Kostka.

 

- Un atajo del otro lado del cerro. Como un camino simple.

 

- ¿Vaya que esta florecido el pueblo?

 

- Se vienen las fiestas venideras del otoño.

 

- Así es, vamos que tengo muchos que comentar, y preciso de unos mates.

 

Vespasiano, dió media vuelta, y estudió detrás el polvo del tiempo. Algo en su interior le explicaba de manera simple y con mensajes subliminales de esperanza, que todo estaba en condiciones en el pueblo, sobre todo cuando de ese otoño una hoja desprendida de un árbol voló hacía él. Era una hoja diferente a las demás, tenía una compleción dinámica, y en su interior podía

 

 

 

 

verse ramificada muchas sensaciones de belleza; de esas que solo las pueden ver algunos. Eran una hoja que parecía determinar que un nuevo futuro se avecinaba. Retomó su realidad cuando Alberto le estrecho la mano para entrar a la casa.

...(...)....

El doctor Leónidas Couto se encuentra en un su habitación descansando plácidamente. Sintiendo los placeres de un susurro cálido de su mujer.

 

- ¿Amor crees que es bueno que nos levantemos de la cama?

 

- ¡Mmmm!, no lo creo vida, sigamos un instante más. Se sienten ruidos desesperados en el fondo. Era Carlos.

 

- Ah! Esa cotorra, siempre chillando.

 

- Déjala siempre actúa de esa manera cuando tiene hambre, o esta aburrido

 

- Precisa de una compañera.

 

- ¿Podría ser no?

 

- Sí, pero tiene que ser una dama refinada, y bella, y quiero ponerle el nombre.

 

- ¡Lo que digas amor! – contesta con una risita burlona Leónidas - Amor tuve un sueño un tanto raro, extraño. Como si fuera un cueva, y el calor me penetrara y estaba en los estrados, y un conflicto se dirimía en aquel recinto con un jurado, y de mi defensa dependían algunas personas

 

- ¿Y ganaste el pleito mi vida?

 

- ¿Que si lo gané? – inmediatamente sonríe, y se pasa su mano por la cadena que tiene en su cuello hasta tocar la cruz de Cristo. – Te explicaré como fue en el desayuno.

 

- ¿Debemos levantarnos de la cama?

 

- ¡Claro que no!, tenemos todo el tiempo del mundo para este momento – Leónidas abraza a su mujer, y entre caricias, y besos descansan los cuerpos.

 

Carlos duerme en sus filosofías sin chistar, ni hacer ruidos.

 

El destino está marcado de formas insólitas en las adyacentes verdades que nos plantea el universo. Estamos inculcados de una estrepitosa forma a obedecer a nuestras leyes, actuar con el libre Albedrio. Estamos insumidos en

 

 

 

 

que debe ser así; pero siempre con la libertad que nos corresponde. Nosotros somos designados por un ser superior de todo que nos cuida, y avala nuestros deseos, y nos castiga si no cumplimos con nuestra realidad de vivir lo mejor que podamos, y nadie absolutamente nadie puede actuar y juzgarnos con su síntoma de muerte y engaño. El diablo sabe bien que puede influir en los seres, aunque nunca podrá tomar las almas a las cuales Dios le ha dado vida, ni tampoco castigar. Es un derecho a la vida y la libertad.

 

Y siempre a pesar de las actuaciones desalineadas y los pasos en falsos, hay una segunda oportunidad de comienzo y fin. De regresar, y vivir una y otra vez, hasta encontrar lo que realmente deseamos en nuestro camino, y cumplir con la misión que se nos ha encomendado para nuestro bien, y el bien de la humanidad. Y solo así llegaremos al Paraíso prometido. Depende de nosotros. Como Leónidas y su mujer, que aguardan dentro del complejo del amor volver a vivir.

 

- ¿Nos quedamos en la cama?

 

- ¡Siempre mi vida!, ¡siempre!, ¡el tiempo es nuestro!, ¡siempre!

 




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