El infierno empezó contigo

CUARTO:

Tu corazón se ha pagado de tu belleza.

 

Lucifer no salió de su nube hasta que estuvo seguro de que nada en él delataría su vergüenza. Durante ese tiempo restringió las visitas como si estuviera en estado de cuarentena, causando que cientos de ángeles se decepcionaran y preocuparan innecesariamente por el príncipe. No solo Lilith lo veía como objeto de adoración. Saberlo, comprobarlo con sus propios ojos, lo descolocó. No era poseedor de ejércitos de millones como Miguel o Samael, pero esa no fue la impresión que dio la multitud que vino a preguntarle directamente si se encontraba bien tras la batalla con Raphael porque él, para no levantar sospechas, atribuyó su retiro a una herida que ya no existía. El mismo arcángel apareció en su recibidor al quinto día. En sus ropajes de hilos de oro y plata lucía mejor que Lucifer, desaliñado como nunca antes. Pero los ángeles en vela fuera de su hogar, muchos de ellos sanadores esperando que el portador de la aurora se dignara a dejarlos intervenir, no dejaban duda de quién seguía siendo el más precioso.

─Raphael, ¿qué te trae a mí? ─preguntó al recibirlo.

─Tú, Lucifer, ha llegado a mis oídos que sigues convaleciente... ─Arrugó la frente a medida que su mirada se deslizaba por el cuerpo del querubín─. Pero veo que no son más que rumores. Si es así, ¿me permites preguntar por qué sigues manteniendo a todo el Edén sumido en la desesperación de no verte?

«Pero si ya ha preguntado sin dejarme concedérselo, ¿qué sentido tiene pedir permiso?», se preguntó a si mismo mientras se dirigía a uno de sus divanes de terciopelo. En él se sentó y animó a Raphael a hacer lo mismo a su lado. El arcángel lo hizo tras un par de segundos de dubitación. Él no era ajeno a su resplandor. Si Lucifer se lo proponía, podría tenerlo comiendo de la palma de su mano como el resto de los ángeles que se encontró en la entrada. Entre ellos estaban sus propios peregrinos. Raphael no sabía hasta ese entonces, cuando en vuelo les devolvió el saludo, que fueran de la fanaticada de Lucifer. Solo algunos arcángeles como Miguel y Raziel, el guardián de los secretos, eran inmunes a su brillo.

Hasta las dominaciones lo amaban incondicionalmente.

─Tú más que nadie entiende la presión que me agobia porque sé que la experimentas en menor grado. No es fácil ser el ejemplo a seguir de los siervos de Dios. ─Tomó sus manos con firmeza, calentándolas─. La forma en la que me miran por un lado, alabándome, y por el otro esperando que caiga para regodearse... me agobia. Por eso decidí tomarme un descanso después de la batalla en la que casi me derrotas. ¿Entiendes? Me aparté para proteger mi esencia. Necesito estar fuerte para servir a Dios sin verme tentado por la sed de pecado que me sigue a todas partes. No mentí al decir que estaba indispuesto tras la pelea, Raphael ─lo persuadió─. Lo estoy, pero no por las razones que creen.

Raphael se adelantó para abrazarlo. Ya entendía tantas cosas del querubín: la razón por la que no se relacionaba estrechamente con cualquiera de los ángeles, el por qué de sus nervios al enfrentarse a una multitud para hablar, su excesivo encanto y el escudo a su alrededor que lo alejaba de sus seres queridos.

Temía decepcionar al prójimo que lo había sentado en un trono junto a Dios.

─Lamento haber cuestionado tu malestar, Lucifer.

─No es tu culpa. Debí haberlo hablado con alguien antes. Quizás no estaría en esta situación si lo hubiera hecho. ─Acarició su muñeca derecha con el índice e hizo lo que llevaba más de una década sin conceder: un don. En este caso el de la imparcialidad. Raphael se sonrojó y Lucifer sonrió. Él estaba aquí para hacer más que asegurarse de su bienestar. Era el enviado de los Siete Arcángeles, de Miguel, para comprobar que no estuviera mintiendo. Distraerlo era distraer a los siete─. Es liberador.

─Yo... muchas gracias. No era necesario. Vine aquí por voluntad propia.

Lucifer se inclinó sobre él y besó su mejilla como última ofrenda─. Y así te irás, pequeño arcángel, bendecido y condenado a no ver desde un único punto de vista. Dios nos dio dos ojos para evaluar nuestro alrededor. No uno.

Se levantó para despedirlo e ir a sus aposentos a prepararse para regresar a sus funciones. Que su don funcionase, el que le concedieron las potestades de conceder dones a otros, significaba que Dios no lo había abandonado tras su actuación con Lilith. No era estúpido. Nunca pensó que el Señor no se enteraría de lo sucedido en los jardines porque no se tomó la molestia de proteger a Lilith como lo hizo con Layla, pero sí que lo castigaría o retiraría la gloria de él. Pero si después de cinco días de mortificación nada había pasado, significaba que se le había otorgado el perdón.




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