Nuestras miradas se encuentran y deseé no haberme preguntado nunca por los secretos que ocultaban sus ojos profundos, inexpresivos.
Deseé nunca haberlo conocido, a pesar de que sabía que eso era inevitable. Ya me tenían marcada, después de todo.
El corazón me dolió, y verlo, arrodillado, herido y mirándome como un cachorrito lastimado, me rompió en mil pedazos.
Él intentó avanzar hacia mí, pero lo sujetaron con más fuerza.
Bajé la mirada, rota, perdida, asustada de volver a observarlo y descubrir que no lo había visto mal, que no había sido una mala jugada que mi mente me había hecho.
—April —susurró, y cerré los ojos con fuerza, porque, a pesar de todo, su voz seguía volviéndome loca. Su mirada seguía siendo mi perdición. Su torso mi hogar y sus brazos mi protección. Pero todo él, todo él era mi final.
Y no solo eso. Él era mi ruina, mi salvación, mi destrucción y mi resguardo. Y era tan contradictorio… Podía hacer lo que quisiese conmigo y yo no me negaría, porque estaba loca por él y eso dolía. Amarlo dolía.
—Mírame —pidió en un susurro roto que pisoteó mis pedazos una vez más. Un sollozo se me escapó y ladeé la cabeza hacia mi izquierda con suavidad, dolida, aún con los ojos fuertemente cerrados—. Mírame —repitió. Lo vi arrastrarse hasta mí, por lo que supuse que lo habían soltado—. "Mírame porque es la última vez que me verás así, siénteme, porque es la última vez que lo harás" —repitió las palabras que alguna vez me dije con una sonrisa triste —. Voy a vengarme, April, porque no me gusta que te lastimen.
—Tú me lastimaste —respondí con los ojos llenos de lágrimas que luchaban por escapar. Él no podía ver que algo se rompía en mi interior cada vez que lo mirada y descubría que había jugado conmigo y mis sentimientos.