Me lancé a la cama recordando todo lo sucedido en el coche. Una sonrisa quiso formarse en mi rostro al recordar la forma en la que Connor me cargó y en cómo me observó sonriendo después pero la reprimí dándome un golpe en la frente con la palma de la mano.
Connor no, April, él no.
Apagué la lámpara, pero no cerré los ojos. Observé el techo de la habitación por segundos que parecían minutos. Me acurruque en la cama e intenté dormir.
Anónimo.
Observé a los hombres frente a mí con dureza y frialdad, parando en uno de ellos en especial.
―Se que eres más que consciente de tu gran error, Sellers ―dije con seriedad. Nada en su forma de pararse y observarme cambió, seguía tan firme como siempre, a pesar de que lo mataba con la mirada y lo enterraba con mis palabras.
―Por supuesto, señor ―respondió manteniendo la mirada.
―Usted sabe que cualquier acción, error o equivocación, sea intencional o no, tiene consecuencias. Tiene mis consecuencias.
Sellers asintió sin inmutarse.
―Vas a... ―relamí mis labios antes de continuar―. Vas a darle una visita a la pequeña e indefensa... April Brooks.
Intenté encontrar algún cambio en su mirada o su postura que lo delatara, pero nada cambió. Siguió tan expresivo como una roca.
Finalmente, sonreí satisfecho.
***
Abrí los ojos despertándome de a poco. Observé, entre las penumbras de mi habitación, la puerta de mi cuarto.
Lentamente salí de la cama sintiendo escalofríos recorrerme el cuerpo entero.
Agudicé más mis oídos. Un par de pisadas duras se oían desde la primera planta, lo que causó que mi corazón latiera aún más fuerte y que me despertara a las tres de la madrugada.
Lentamente me acerqué a la puerta. No se oían susurros, ni voces, solo pisadas.
¿Abrir la puerta o no abrir? Ese era, en teoría, el dilema en mi mente.
Podía esconderme en mi cuarto, pero me encontrarían fácilmente, en cambio, si salía del cuarto en silencio, y recorría la casa, oculta, podría llegar a la salida y huir.
Suspiré cada vez más nerviosa. Abrí la puerta con lentitud pero la cerré de nuevo y corrí por la habitación buscando mi móvil. Lo encontré al lado del cargador del mismo y lo cogí sin dudarlo corriendo de nuevo a la puerta. La volví a abrir con lentitud oyendo las pisadas cada vez más cerca. Tenía que apresurarme.
Salí de la habitación y quise golpearme al no pensar en nada con que atacar a las personas que estaban en mi casa, sin mi permiso.
Paré abruptamente en el pasillo y pensé:
¿Y si este era otro sueño?
Iba a pellizcarme para comprobarlo, pero vi una sombra al final del pasillo. Rápidamente empecé a correr del lado contrario, sentía mis nervios a flor de piel mientras agradecía mentalmente llevar puestas medias en los pies.
Los pasos estaban cada vez más cerca y los oía en todas partes, en cada una de las habitaciones por las que pasaba. Llegue al final del pasillo e iba a ingresar a una de las habitaciones pero una voz potente y fría sobremanera, me detuvo.
―Hmm... Yo no haría eso si fuera tú. A Sellers no le gusta que interrumpan su entrada ―murmuró justo detrás de mí, tan cerca, que podía sentir su aliento sobre mi nuca, en un acto reflejo mi bellos se erizaron.
Sus manos se posaron en mis hombros y me giró hacia el pasillo, donde empezaba a oírse un silbido tranquilo y unas pisadas duras y firmes. La silueta de un hombre apenas alcanzaba a verse, ya que no había luz alguna en el pasillo.
El silbido paró, y en ese momento exacto, las puertas del pasillo se abrieron y hombres empezaron a salir de cada una de ellas.
Sentía que en poco tiempo me desmayaría. Todos me observaban con máscaras macabras cubriendo sus rostros, aparentemente esperando las órdenes del hombre del silbido.
A este punto mi cuerpo temblaba como gelatina.
Intenté retroceder pero me estrellé contra el hombre que había hablado antes. Me giré y vi su rostro cubierto con una máscara blanca. Su mirada no expresaba nada bueno y sus ojos negros no hacían más que mirarme con anticipación.
Me aclaré la garganta, tragando un nudo en ella. Mi miedo era más que visible y podía ver lo mucho que les divertía tenerme así, pero no podía hacer nada, literalmente, no podía moverme. Estaba paralizada y aterrorizada. Si intentaba huir probablemente las cosas saldrían peor, pero ni siquiera podía hacer el intento.
La risa macabra del que el hombre de mascara blanca había llamado Sellers retumbó en el lugar.
Y entonces estallé como nunca. Mis lágrimas de rabia y miedo llenaban el pasillo junto a sus miradas burlescas.
―¿¡Que quieren de mí!? ―grité, tartamudeando. Incluso mis labios temblaban. Quería acabar con eso ya, pero era seguro que no sería bueno para mí.
Observé al hombre de mascara blanca, pero sin poder ocultar mi terror y hablé.
—Podrás matarme a mí, pero si le haces o hacen algo a mi padre encontraré la forma de volver y hacerlos tragar sus propios dedos ―amenacé entrecortadamente. Vi sus ojos achicarse ante su sonrisa. Mis manos, sujetas en fuertes puños, ansiaron chocar contra su rostro una y otra vez.