Corrí como nunca, huyendo de la pelota de problemas que tenía amontonada a mis espaldas.
Mis piernas temblorosas se movían haciéndome avanzar con dificultad.
Papá volvió.
Me sentí estúpida al continuar corriendo. Era mi papá después de todo. Yo tendría que haber podido... ¡hacer algo! Quizá pedirle respuestas que ya tenía, o decirle que ya lo sabía todo.
Pero no.
Continúe con mi huida entrando a mi coche rápidamente, estaba huyendo de cosas que podía solucionar y no podía soportar eso.
No podía soportarme, ya no. Pero no era capaz de hacerle frente a nada más, estaba asustada, enojada, decepcionada. No sabía si estaba actuando y reaccionando bien o si tan solo era guiada por mis sentimientos. Estaba tan ofuscada. Quería encerrarme en una habitación hasta morir o hasta que todo acabase, estar sola, en silencio. Sin notas, ni mafias ni amores estúpidos. Tampoco mentiras.
Procedí a cerrar la puerta de mi lado, pero una mano detuvo mi intención.
—No puedes irte... tenemos que hablar —rogó mi padre con rapidez y la respiración acelerada. Su mejilla tenía una gran marca.
—Adiós, papá —susurré, desviando la mirada al frente e intentando cerrar la puerta, nuevamente sin éxito. Mis ojos no volvieron a él, no podía ver lo lastimado que estaba, no más.
—¡Tengo que decirte algo muy importante! —dijo desesperado. Con lentitud giré hacia él. Mi corazón pareció romperse cuando noté de nuevo sus heridas. Oh, mi papá…
—¿Ahora quieres contarme cosas importantes? ¿No pensabas decirme nunca que mamá no murió de cáncer, o que tú eres agente del FBI? Ah, y que no se nos olvide que mataste a las cabezas de una mafia y que ahora están buscándome para matarme como venganza, eh. Lo sé todo, papá. —Solté todo de golpe por la rabia, aunque no quería realmente decírselo y al instante me sentí culpable, cerré los ojos un momento intentando relajar mis nervios que me hacían actuar por impulso—. Lo siento papá, de verdad lo siento. Por favor déjame irme antes de que diga cosas más hirientes, dame tiempo para calmarme y te juro que hablaremos de lo que desees.
—¡Entiende que yo... yo estoy bajo presión! Tú no tenías por qué saber eso, ni por qué husmear entre mis cosas. Eres tan metida como tu madre qué tengo ganas de...
Bajé la mirada cuando se detuvo, consciente de lo que iba a decir.
—Solo déjame dejar la maldita puerta.
Y sin importarme nada más referente a él, cerré la puerta con tanta fuerza como pude reunir, más enfadada que antes. Papá no debió decir eso. Mi interior gritaba con ira en su dirección, pero yo tan solo encendí el coche y procedí a avanzar.
Pero la puerta del copiloto se abrió.
—Bájate en este instante, papá —ordené sin mirarle por siquiera un segundo.
—Avanza de una vez.
Connor.
—¿Qué haces aquí? Bájate, ahora Connor —pedí deseando morir. La suerte no estaba de mi lado ese día en definitiva.
Cuando volteé a ver a Connor, su mirada era dulce y reflejaba tanto qué...
—Va a subir a su coche y nos va a seguir, ¡avanza, cariño! —Me sonrío y no pude evitar perderme en sus fracciones, sus muecas, sus pequeños lunares y su mirada azulada.
Rodé los ojos en su dirección para que supiera que no cedía por él, sino por la situación y asentí de manera casi imperceptible, tragando saliva intentando quitar el nudo que se había formado en mi garganta al verlo... oír su voz y la forma cariñosa con la que me había llamado.
Mis ojos se llenaron de lágrimas que prohibí salir.
Fijé mi vista al frente y empecé a conducir con rapidez.
Podía sentir su mirada profunda puesta en mí y eso no hizo más que provocar que mis ganas de largarme a llorar aumentaran.
—¿Qué haces aquí? —pregunté una vez pude alejar las lágrimas y asegurar que no tartamudearía.
—No respondías a mis llamadas, me tenías muy preocupado, ¿qué sucedió con tu padre, amor?
Mis manos apretaron fuertemente el volante al oírlo, y tensioné la mandíbula inconscientemente.
¿Todas sus palabras eran mentira? ¿Eso no era cierto?
Estacioné el coche a un costado de la carretera.
Me giré sintiendo rabia, dolor y decepción. Pero sobre todo... sintiéndome rota, destruida... utilizada.
Abrí mi boca para gritarle todo lo que se pasaba mi mente y lo mucho que lo odiaba... aunque eso último no fuera cierto en lo absoluto, pero su mano me cogió del mentón y sus labios se estrellaron contra los míos.
Sus labios... suaves... cálidos estaban sobre los míos... por última vez.
Su mano acarició mi mejilla con suavidad y al ver que yo no respondía el beso, se alejó con lentitud. Sus ojos cerrados, se abrieron con lentitud y me devastó verlos tan cerca, como una puerta cerrada a su verdadera alma.