Sacrificio.
Enterré la picota removiendo la tierra. Respiré profundamente, descansando y viendo como mi hermano buscaba las zanahorias desenterradas, metiéndolas a la canasta.
A lo lejos, divisé a un chico de cabellos lacios rubios, venir en nuestra dirección. Lo reconocí perfectamente, pero había una ligera diferencia en su rostro: las ojeras iguales a los de un mapache y el cansancio evidente. Nos igualamos en aspecto.
Lo sucedido a noche no permitió que descansara adecuadamente. Me desvelé hasta la madrugada, removiéndome con millares de pensamientos surgiendo uno tras el otro.
—Hola —saludó frente a mí intentando sonreír— ¿Qué haces?
—Escarbando —quité el sudor acumulado. Recogió una zanahoria quitando la tierra de la misma. Suspiré y decidí tocar el tema—. Kaled...
—¿Sabías que las zanahorias no ayudan a mejorar la vista? Si dan vitaminas y todo eso, pero no hace que veas mejor.
—Kaled…
—Es una mentira igual a la del chicle, de que si te lo tragabas se pegaría en tu estómago —miró hacia un lado—. Una vez me pasó y estuve llorando toda la tarde porque creí que moriría, incluso regalé mis pocos juguetes a mis amigos. Pero luego de que mi abuela me explicara que era una mentira, intenté recuperarlos… Los desgraciados no quisieron devolvérmelo haciendo que vuelva a llorar. Espero que se les hayan robado...
—Kaled —me acerqué elevando dos tonos la voz—. Necesitamos…
—¿Qué es eso? —señaló alarmado a algo detrás de mí.
Volteé alarmada pero la inexistencia de nada fuera de lo común me confundió. —¿Qué es lo que…? —regresé la atención al frente encontrando corriendo a cierto rubio— ¡Kaled! —Lo seguí, negándome a dejar el tema a un lado. —¡No puedes evadir el tema! —alcanzándolo interpuse mi presencia en su camino— Kaled, escucha, debemos hablar de...
—¡No lo digas! ¡Si no lo dices no pasó!
—Si pasó, Kaled.
—Entonces, si no lo escucho no es real —cubrió sus orejas con sus manos negándose a escuchar.
—¡Kaled! —reproché, empezando a irritarme su actuar. Impulsé mi cuerpo quitando sus manos de sus orejas— No podemos actuar como si nada —hablé bajo—, lo que escuchamos...
—Ya no hables, Minerva —pidió desesperado—. Te das cuenta que si alguien de aquí se entera desataríamos la locura. Ya de por si me siento loco desde ayer.
—Tampoco podemos actuar como si nada.
Tampoco sé como demonios pueden volvernos como ellos.
¿Eso realmente se puede? Aparte está la cuestión de ese otro Rey.
—Y tú, ¿quién eres? —volteamos a nuestra derecha encontrando a mi hermano con secciones del rostro cubierto por tierra, más una expresión curiosa.
—Soy Kaled —sonrió igual al momento en el que nos conocimos—. Y tú debes ser el hermano de Minerva.
—Sí. ¿Y qué haces aquí?
—Alejandro. ¿Terminaste recoger las zanahorias? —pretendió protestar— Hazlo, si no estaremos toda la tarde aquí —Mirando con reproche a Kaled se dio la vuelta murmurando por lo bajo.
—Creo que le agrado.
—No te sientas mal. Nadie le agrada. Se volvió desconfiado de los desconocidos.
—Entonces, ¿no le agrado? —¿Entonces, no era sarcasmo lo que dijo?
Sacudí la cabeza restándole importancia. —Volviendo al tema. Necesitamos...
—Oigan, tortolitos —¿Acaso será el día de interrumpirme?
—Gracias, Dios —murmuró aliviado—. Hola, Silvia —sonrió anchamente.
—¿Qué hacen? —colocó sus manos en su cintura y me miró de pies a cabeza —¿Te revolcaste en la tierra?
—Estuve trabajando —Lo que menos quiero es seguirle el juego y terminar discutiendo como la anterior ocasión.
—En realidad, parece que jugaste con la tierra. No te perjudicaría arreglarte un poco.
—Lo tomaré en cuenta —Le sonreí sin humor.
—Aunque no creó que arregles nada —movió su cabello azabache a un lado—. Siempre te vas a ver simple y sin chiste.
Bien, eso si me ofendió.
—Chicas, cálmense —se metió en medio de ambas intentando apaciguar la situación, más al ver mi rostro—. Mejor hablemos del clima —unió sus manos a la altura de su estómago mirando al cielo—, bendito sea aquaman porque lloverá.
—…
¿Qué?
¿Qué fue lo que…?
Pese a la confusa denominación de aquel que supuestamente producía la lluvia, observé el cielo sin ver ni siquiera una nube sobre nosotros. No iba a llover.
Contrario a mi, Silvia enloqueció y dijo que no podía mojar su ropa de diseñador. La vi correr de la misma manera que Kaled lo hizo hace segundos, solo que ahora nadie la detuvo. Serenando mi humor me giré nuevamente a él insistiendo en el tema.
—Respecto a lo de ayer…
—Opino que lo olvidemos.
—Kaled —cansada de su negativa lo tomé de la remera—. No vamos a quedarnos de brazos cruzados mientras pretenden hacernos algo. Debemos buscar alguna ayuda.
—Pero como le hacemos. No podemos decirles a los demás. ¡Ocasionaríamos un desastre! Y si los Lobos se enteran, eliminaran nuestra vida con un soplido.
Tenía razón, por supuesto que la tenía, pero no podíamos no hacer nada, esperando nuestra muerte, sentados y cómodos.
—Debemos decirles a todos —abrió los ojos más de lo usual— No podemos solo pensar en nosotros. Entiéndelo. Hablaré primero con el padre de Silvia es el líder del sector.
—Irás sola, ¿cierto? —Lo miré de más detectando que no quería meterse en el asunto— ¡Yo soy nuevo! No cuento.
—Iré sola —antes de su festejo lo interrumpí— pero si duda, tú serás mi testigo —Aceptó desanimado haciendo un pequeño mohín.
(...)
Golpeé la superficie de la puerta bastante nerviosa. No sabía como tomaría lo que venía a decirle, tampoco tenía idea por donde empezar. Preparé buenos argumentos antes de venir, pero ahora, mi mente se encontraba en blanco.
La puerta se abrió y cubrí mi rostro de desagrado por una neutral al estar frente a la persona que más me quería.
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Editado: 20.08.2024