El Inicio del Reino Lycan

Capítulo 3

 

Afrontar realidades

 

 

 

El sonido de un zumbido traspasó mis oídos sin la finalidad de perderse. Disgustada removí mi cabeza a un lado en un intento de eliminarlo. Muy al contrario fue inútil llegando a elevarse siendo más que insoportable.

En total molestia impulse mi cuerpo quedando sentada y consiente de mi alrededor junto a todos mis sentidos reactivándose. Lo único que pude reparar en hacer fue tomar ambos lados de mi cabeza queriendo acallar ese ruido y el mismo dolor intolerable que se disparó.

Jadeé apretando los ojos fuertemente pero unas manos en mis hombros hicieron que olvidara la situación. En un impulsó golpeé la muñeca de la persona, retrocediendo asustada sobre la cama.

—Tranquilícese —Un hombre de ojos ámbar, facciones maduras y cabellos claros me observaron.

 

Ignore lo que dijo recorriendo mi alrededor con la mirada: un cuarto no tan amplio, estantes metálicos con frascos de tamaños y colores diferentes.

—¿Dónde...?

—Necesito que se calme —lo observe unos segundos deduciendo que debía tener alrededor de treinta años, o más —¿Cuál es su nombre, Señorita?

—Me llamó... —me detuve al oír mi voz ronca. Tuve que aclarar mi garganta continuando— Minerva Arévalo.

Asintió bajando la mirada hasta un tablero con algunas hojas que tenía sujeta en las manos, movió sus dedos con el lapicero escribiendo algo.

 

Seguí examinando el área reparando en las sábanas blancas que cubrían la mitad de mi cuerpo. Pase mis dedos suavemente por la tela comprobando lo delicado que era.

 

—¿Recuerda que sucedió? —Ante esa pregunte detuve el movimiento de mi mano quedando sin una mirada exacta. El dolor de cabeza que creí que desapareció volvió retumbando tres veces más fuerte que al inicio. Me quejé llevando la mano a mi cien. —Tranquila. No sé fuerce. 

Pidió manteniendo una amabilidad natural pero ya no lo escuchaba por las imágenes cruzando mi mente. Unas que mostraban a Kaled, lobos… Mi hermano…

—Alejandro —pronuncie su nombre entrando en una crisis—. Yo debo… tengo que… —mi respirar y mi ritmo cardíaco se aceleró. 

—Calma —sujeto mis hombros suavemente intentando retener mis acciones de salir de la cama.

—¡No está entendiendo! —La desesperación por no tener a mi hermano hizo que elevara la voz. —¡¡Debo ir con él!!

 

En medio del forcejeo y mucho antes de preguntar dónde estábamos quedé viendo su brazo. El sitio exacto de su ropa, sitio en el que un bordado rojo se instalaba. Uno de imagen que reconocía muy bien.

El escalofrío y el temor aflorando no permitió que me moviera, quedando paralizada sin dejar de ver ese escudo famoso. Aquella imagen que solo ellos poseían en la ropa, armas o los caballos que montaban. La insignia que los diferenciaba de nosotros y con el cuál se los conocía con una sola denominación.

 

Lobos.

 

 

 

●●●●●● 

 

Escapar. Necesitaba escapar de aquí. No estaba a salvo, no sabía cual sería el motivo de mi estancia, y lo más importante… debía buscar a mi hermano. Saber que sucedió con él. ¿Dónde estaba?

 

La puerta de la habitación en el que desperté fue abierta. Encogí mi cuerpo hacia atrás deslizando mi mano bajo el colchón, tomando el tenedor metálico que me trajeron ayer en la comida.

El mismo hombre que vi cuando desperté, ingresó. Su mirada se mantuvo estudiándome igual a estos dos días que me tenían encerrada sin ninguna explicación.

 

—Buen día, Minerva —retrocedí más chocando mi espalda con el respaldo de la cama metálica— ¿Cómo te sientes? —No debo confiar en un lobo, ni aunque esté me haya tratado bien. —Veo que no responderás hoy tampoco —suspiro suavemente deteniéndose a un extremo de la cama.

 

Lo vigile esperando alguna desconcentración, sucediendo moví rápido mi brazo. Realmente, para mí fue veloz el movimiento que emplee pero él con una simpleza sujetó mi muñeca a una distancia corta de su cuello.

—Deja de hacer eso —pidió sin perder su voz pacífica—. Ayer tu arma fue un clavo, que por cierto desearía saber donde lo conseguiste —Tomando de mi mano el utensilio empujó mis hombros suavemente dejándome sentada.

Su expresión madura no se veía para nada afectara. Pareció esperar mi acción hasta ser cometida.

 

Cruce mis brazos molesta por no lograr lo que quería. Tampoco soportaba estar aquí encerrada, necesitaba irme.

 

Estando él aquí no perdí de vista sus movimientos. Aquellos que eran iguales a una especie de médico que se preparaba para atender a su paciente. Colocándose unos guantes quirúrgicos, acercando una bandeja con distintos objetos básicos de medicina. Coloco la bandeja sobre una mesita a un lado manteniéndola relativamente alejada de mi alcance. Debió prever lo que pensaba hacer.

En un silencio tranquilo tomo las pinzas de metal girando el cuerpo en mi dirección, acercando tanto el objeto como su presencia.

Mi reacción fue monótona empujando su brazo, evitando las pinzas en mi dirección. —Debo revisar la mordida —No alejo por total su mano. —Si no obtienes la medicación necesaria será un riesgo para ti.

Lo pensé cuidadosamente. En varios puntos debía darle la razón, aparte de otras heridas y algunos moretones en el cuerpo la mordida en mi cuello era la más conflictiva. Dolía al hacer ciertos movimientos y ardía en ocasiones. No podía ni tocar la zona sin temblar.

Aceptando, gire un poco la cabeza al lado contrario dándole acceso a quitar la gasa. Evite quejarme por el desprendimiento de la pequeña tela y evite totalmente ver la poca sangre en este. Ver mi propia sangre no ayudaba al resto de los recuerdos que deseaba que se perdieran.

Tirando los residuos al basurero tomo un tanto de algodón con las misma pinzas remojándolo en el alcohol. Viéndolo no pude evitar en ponerme nerviosa retrocediendo y negando.




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